La parábola de Racing: por qué no se pueden comparar 2001 y 2024
“Ningún gobierno resiste tres tapas de Clarín ni un título de Racing.” La frase, que data del ya legendario 2001, cuando Racing cortó una sequía de treinta y cinco años sin ganar un campeonato local, una semana después del fatídico 20 de diciembre, se volvió viral en redes sociales, mezclando dosis iguales de humor y deseo. Sin embargo, hoy no aplica. Perdió vigencia porque Racing es otro, se reinventó.
Todos los campeonatos son importantes, pero cada uno tiene sus particularidades, su trastienda. Hace un cuarto de siglo, el fútbol de Racing estaba en manos de Blanquiceleste S. A., una empresa que encabezaba el publicista Fernando Marín, amigo de Mauricio Macri, quien luego, durante su presidencia, lo designó a cargo de la Superliga, como devolución de favores.
La idea era sencilla. Hasta entonces, sólo había habido intentos de gerenciamiento en clubes más chicos, como la tan recordada como inexplicable mudanza transitoria de Argentinos Juniors a la provincia de Mendoza. Si al Racing de Marín le iba bien, funcionaría como ejemplo y precedente.
Racing, con Mostaza Merlo de director técnico, fue un equipo pragmático, aguerrido, un justo campeón, al que nadie le regaló nada. Entre otras cosas, porque los planes de la dupla Marín-Macri no eran del agrado de Julio Grondona.
Racing festejó. El país de la convertibilidad estallaba. Luego y comenzó a reconstruirse de la mano de un hombre que venía de lejos, de Río Gallegos, y nunca faltaba a su lugar en la platea A. Pero después del festejo, vino la resaca. Volvieron las cuentas impagas, el desfinanciamiento, las marchas a la AFA. Como consecuencia final de ese prolongado declive, en 2008 Racing jugó la Promoción frente a Belgrano. Blanquiceleste se retiró dejando al club en terapia intensiva, otra vez, como en los noventa.
Ese diciembre los socios volvieron a votar. Fue el punto de inflexión. Con aciertos y errores, comenzó un proceso virtuoso. Claro, además de la buena fe, del genuino amor por el club, estaba apalancado en un activo clave, el «Tita»: un baldío convertido en predio de inferiores por los socios, a base de trabajo voluntario y donaciones, en el peor momento institucional, el de Lalín y la «vieja chiflada», la síndico Ripoll.
Del predio Tita Matiussi salió una lista infinita de jugadores (sería injusto intentarla y olvidar a alguno), que llegaron a primera, se consolidaron y luego recalaron en otros mercados. Trajeron los siempre buscados dólares y le resolvieron a Racing la restricción externa. Además de plata, trajeron también gloria… bronce. Allí se formaron los campeones del mundo Lautaro Martínez y Rodrigo De Paul.
Ellos dos no son los únicos que, cuando están en Buenos Aires, pasan por la pensión, pasan por el Tita, saludan a los chicos, se quedan a charlar, contar sus experiencias en las grandes ligas en rondas de mate. Les dejan botines de regalo, un insumo estratégico para el futbolista, que en las inferiores es un problema para los padres.
Así, se invirtió la polaridad. Si los hinchas de Racing que tenemos arriba de cuarenta años de edad sufrimos, durante toda nuestra infancia, adolescencia y juventud, las cargadas de nuestros vecinos, entre los menores de veinte es exactamente al revés. Hoy son ellos los que nos ven sonreír seguido, mientras están con la ñata contra el vidrio, sumidos en una crisis que parece no tener fin.
En 2014 Racing volvió a ganar un torneo local. En 2019 repitió. Por eso los cabuleros, los que buscamos y leemos los signos del destino, sabíamos que este 2024 no podía dejarnos con las manos vacías.
Producto de esos rendimientos deportivos, desde 2015 hasta hoy, con suerte dispar, Racing jugó una copa internacional por año. Nada de azar, puro encadenamiento lógico. Tenés un predio, tenés jugadores propios, peleas títulos, jugás copas. Pero las copas no se ganan por repetición, por el mero hecho de jugarlas. Hacía falta alguien decidido a lograrlo.
“Basta de competir, Racing tiene que ganar”, dijo a poco de llegar Gustavo Costas, una manera elegante de responderle a Fernando Gago. Costas, un nómade del fútbol, que salió campeón en Bolivia, Paraguay y Ecuador, trajo refuerzos de enorme jerarquía, sin complicar la economía del club, jugadores que sólo él conocía, producto de su larga travesía. Y trajo mística, motivación. Ganas. Costas cerró ayer su propio recorrido heróico. Por todo eso, Racing gritó “campeón”.
Al igual que el de 2001, este título corta una sequía de treinta y cinco años, pero ahí terminan las coincidencias. Si aquel título fue como hipotecar la casa para hacerle la fiesta de quince a la nena, con el riesgo de terminar con los muebles en la calle, este se construyó paso a paso, ladrillo sobre ladrillo. Firme. Sólido.
Los socios de Racing volveremos a las urnas en tres semanas, nuevamente como campeones. Pero, tan importante como eso, votaremos a sabiendas de que Racing es más que el equipo que sale a la cancha y más que el Cilindro que nos alberga domingo de por medio, en lugares fijos y con la misma ropa, hasta que un resultado adverso nos obligue a recalcular.
Es donde nuestro hijos, aunque no lleguen a primera, aprenden a jugar a la pelota y a ser y estar con otros, es el lugar donde podemos, a la edad que sea, practicar tenis, boxeo o atletismo, en nuestra casa y con nuestros colores. Es una escuela importante de Avellaneda y el epicentro de una enorme actividad solidaria. Es la sede de los bailes de carnaval donde se conocieron tantas parejas y se formaron tantas familias al son, por qué no, de la orquesta de Roberto Baggi, quien inmortalizó el tango «Racing Club» de Alfredo Gobbi.
Es, aunque seamos una diáspora repartida por la Argentina y el mundo, parte importante de la historia y la identidad de Barracas al Sud, hoy Avellaneda, Capital Nacional del Fútbol, cuando el conservador popular Barceló y sus funcionarios de confianza no se perdían un partido, e invitaban al palco a sus amigos, entre ellos un tal Carlos Gardel.
Es, como me mostró mi vecino de platea, que extendió a su lado una remera con la foto de su padre ya fallecido, una tradición familiar que pasa de generación en generación. Y no hay espejitos de colores ni criptomonedas, promesas de jeque árabe ni influencers que valgan, cuando lo que está en juego es un pedazo, grande o chico, poco importa, de nuestra propia vida.
«Se eleva majestuosa la bandera, viva la patria, saludo al pabellón, y viva Racing que escribes en tu historia, por doce veces el nombre de campeón. Reverdecen los laureles de tus glorias, paladín del deporte popular, que no en vano te llaman Academia, el primer campeón mundial».
Por Marcial Amiel