Volver

“Vuelve el hombre”, “La vuelta de P5”, “Vuelve en un avión negro”, decían los peronistas a los que les habían prohibido cantar la marchita y hasta nombrar a sus históricos líderes Perón y Evita.

La vuelta de Perón era esgrimida como una amenaza por el gorilismo histórico y anunciada como un sueño por el pueblo peronista. Algunos de los que lo habían echado en el 55 se arrepentían de no haberlo matado en la cañonera paraguaya que le había servido de refugio hasta su salida del país rumbo a Asunción, la primera escala de su largo exilio, que incluiría Panamá, Venezuela, República Dominicana y España. Desde allí dirigiría la resistencia a la dictadura que se había presentado como “Libertadora”, copiando a Lavalle, que llamó así a su invasión del país bajo la bandera francesa en tiempos de Rosas. Los “libertadores” censuraron, torturaron, fusilaron e incorporaron el país al FMI a comienzos de 1956. Desde Caracas pactó con Frigerio, quien en nombre de Frondizi se comprometió, a cambio de los votos peronistas, a aplicar una política de promoción de los intereses nacionales, la liberación de los miles de presos peronistas y la normalización de la vida sindical y política. Frondizi cumplió muy parcialmente el pacto y terminó entregándole el manejo de la economía al FMI a través de su epígono, Álvaro Alsogaray. El plan se aplicó a sangre y fuego y hubo más cárcel y hambre para el pueblo. Se incrementó la resistencia fogoneada por Perón, que intentó volver en 1964, durante la presidencia de Illia, pero solo pudo llegar hasta Río de Janeiro, donde fue detenido por orden de la CIA y de la Cancillería argentina, dirigida por uno de los civiles que había participado en los bombardeos de la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, causando más de 350 muertos y miles de heridos en un ensayo del golpe que comenzaría el 16 de septiembre de aquel año. Llegó Onganía con su golpe cívico-militar llamado “Revolución Argentina”, más represión y ajuste económico. Inauguró su mandato reprimiendo el pensamiento argentino con la Noche de los Bastones Largos, que provocó la renuncia de centenares de docentes de las universidades nacionales. Siguió con los cierres de ingenios en Tucumán y la transnacionalización de históricas empresas nacionales. Pero también llegó la respuesta popular en mayo de 1969, el Rosariazo y el Cordobazo, el pueblo en la calle demostrando su hartazgo frente a las políticas impopulares de Onganía y sus socios civiles que perseguían a los jóvenes varones por el largo de su pelo y a las chicas por la longitud de sus faldas.

Surgió la guerrilla en sus diversas versiones y un sector de la Iglesia hizo pública su opción por los pobres. Onganía se tuvo que ir por la puerta chica y llegó un agente de inteligencia que cumplía sus funciones en la embajada argentina en Washington, el general Roberto Marcelo Levingston, que fue recibido con un nuevo Cordobazo y un incremento de la actividad guerrillera. Finalmente, asumió el hombre fuerte de la Junta, el general Alejandro Agustín Lanusse, el mismo que había participado en un fallido intento de golpe de Estado contra Perón en 1951, lo que le valió una temporada en prisión en el sur. El nuevo general presidente estaba acorralado y no tuvo más remedio que convocar a “un gran partido que debemos jugar todos” al que llamó Gran Acuerdo Nacional. Le devolvió el cadáver de Evita a Perón y “aceptó” que el peronismo participara en las elecciones anunciadas para el 11 de marzo de 1973. Pero intentó una cláusula proscriptiva: Perón tenía que estar en el país antes del 25 de agosto de 1972. La militancia corrió a pintar “Perón vuelve…cuando se le canten las pelotas”. Tres días antes de que se cumpliera el plazo, Lanusse y sus compañeros de lo que quedaba de la Revolución Argentina decidieron fusilar en Trelew. Perón volvió finalmente el 17 de noviembre, llovía a cántaros y la dictadura había llenado de milicos y tanques la autopista Riccheri. El pueblo fue a su encuentro y no hubo tanque ni río Matanza que los parara.

Por: Felipe Pigna

Fuente
Caras y Caretas

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