Inversión y dólar: claves económicas de la pospandemia

A un mes de las PASO y tres de las elecciones generales parece lógico que la posición oficial en materia económica sea la de no hacer olas. Los períodos preelectorales, especialmente si son elecciones intermedias y vistas desde la perspectiva gubernamental, no son tiempos para el planteo de transformaciones radicales

Sin embargo, la economía que vendrá después de las elecciones, período que además coincidirá la pospandemia, deberá enfrentar pendientes acumulados.

La pandemia no sólo se llevó un décimo del producto de 2020, una caída que no terminará de recuperarse en 2021, sino que dejó en pausa la posibilidad de resolver la crisis económica dejada por el macrismo. Desde abril de 2020 el grueso de la energía oficial debió consumirse en enfrentar la pandemia; ampliar las prestaciones de un sistema de salud diezmado, asistir financieramente a los sectores más desfavorecidos y llevar adelante un plan de vacunación masiva. El rumbo económico, a pesar del dinamismo que intentó imprimirse desde áreas como Producción y Defensa, quedó marcado por la doble urgencia de atender la crisis sanitaria y renegociar la deuda con privados. Hasta el acuerdo con el FMI quedó en suspenso.

Mientras tanto, las buenas noticias económicas, en particular el aumento de los precios internacionales de las exportaciones, tuvieron como contrapartida el aumento generalizado de los precios internos. Hoy el principal componente de la inflación no está en los precios básicos, tampoco en la inercia o en la habitual incertidumbre preelectoral, sino en el aumento de los insumos con componentes dolarizados. Tanto hablar de la inflación importada que cuando llega no se ve, la vieja fábula del pastorcito mentiroso.

En este punto reaparece una vieja pregunta ¿cuál es la causa de largo plazo, no coyuntural, del estancamiento económico de la última década? Una parte importante de la profesión no tardará en coincidir que la causa fue y es la escasez de divisas. La falta de dólares es la que conduce a la imposibilidad de mantener la estabilidad del tipo de cambio y, a su vez, es esta inestabilidad la que se encuentra en la raíza de la alta inflación. No es casual que los períodos de baja inflación estén relacionados con la estabilidad cambiaria, como por ejemplo los primeros ’90, cuando lo insustentable fue la fuente de esa estabilidad: la entrada de capitales, primero por privatizaciones y luego por endeudamiento.

Los problemas principales de la economía local y de los que dependen todos los demás son, primero, la escasez de divisas y, segundo y asociado a ella, la pérdida de la función de reserva de valor de la moneda. La primera conduce a la inestabilidad cambiaria, la segunda la retroalimenta con la llamada “fuga” de capitales. Si no se enfrentan estos dos problemas el estancamiento continuará. Mientras la oposición política se conforma con hablar de moral, como si 2016-19 no hubiesen existido y fuesen recién llegados, el oficialismo debe comenzar a pensar en un plan económico. Tener un plan de mediano plazo, que ofrezca señales claras al mundo de los negocios, no es de derecha. No tenerlo, en cambio, si será abrirle el juego a la derecha en 2023.

Cualquiera sea su forma, el objetivo de ese plan debe ser estabilizar el tipo de cambio para comenzar a bajar la inflación y, con ello, recuperar el valor de la moneda. Estabilizar el tipo de cambio se consigue con dólares. Los dólares se consiguen con mayores exportaciones, pero también por la vía financiera. Exportar más es un proceso de mediano plazo, pero los dólares que financiarán las inversiones que generarán más exportaciones son ingresos inmediatos. La economía local cuenta con recursos para atraer esas inversiones en sectores como el agro, la acuicultura, la minería, los hidrocarburos y la energía, entre otros. Para que esos dólares entren debe implementarse una batería de medidas: en particular muy fuertes incentivos a las inversiones nuevas, desde exenciones impositivas a bajas de retenciones. De nuevo, los incentivos sólo deben ser para la inversión nueva (“greenfield”). Al mismo tiempo no debe permitirse que salgan dólares los primeros años, pero sí asegurar que puedan salir después. Nadie invierte para quedar atrapado. Quizá haya llegado el momento de unificar el mercado cambiario. En un mercado desdoblado la brecha es estructural. En una primera etapa las restricciones deberían quedar sólo para las personas físicas. Es necesario incentivar también la inversión de los dólares de los residentes.

Para recuperar la función de reserva de valor de la moneda se necesita que la tasa de interés en pesos le gane a la inflación de manera evidente, sin necesidad de recurrir al “cálculo refinado” del interés compuesto, y que ello suceda durante muchos años. La tasa para invertir y capital de trabajo se puede subsidiar en la transición, pero sin olvidar que el aumento de la inversión es una función de la demanda, no de la tasa de interés. La moneda propia, entonces, se recupera con el sostenimiento de largo plazo del nivel del tipo de cambio y con una tasa de interés positiva. Ni alta ni baja, positiva. Los señalados son todos procesos de mediano y largo plazo, pero el punto de partida debe ser de shock, lo que supone tener un plan productivo y financiero.

Lo expuesto no es un plan económico, tarea que demandará mucha más técnica y creatividad, sino apenas los lineamientos: generar divisas reales y financieras. El lado B es que además existe el problema del endeudamiento con el FMI, lo que pone sobre el escenario la restricción de grados de libertad de cualquier plan. Y a todo ello se suma la dimensión política, pues cualquier plan de estabilización no ocurrirá en el vacío áulico de fórmulas y pizarrones, sino en el contexto de la heterogeneidad de fuerzas que hoy conforman el Frente de Todos y con una oposición siempre furiosa y destructiva. Cualquiera sea el caso, la pospandemia reclamará una nueva hoja de ruta.-

Fuente.  CLAUDIO SCALETTA para eldestape.com

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