La deuda mundial alcanza los 298 billones de dólares, 331 por ciento del PIB mundial

El peso de la deuda sobre la economía nacional y sus posibles salidas surca el debate público desde hace meses. Sin embargo, tiende a enfocarse de manera casi exclusiva sobre la situación argentina, desestimando lo que ocurre en el mundo.

El gobierno de Cambiemos dejó a la Argentina en una situación de crisis económica severa, donde la deuda jugó un rol determinante. Habiendo tomado crédito por casi 100 mil millones de dólares en su mandato, incluyendo allí los recursos girados por el Fondo Monetario Internacional, Macri dejó un saldo de más de 323 mil millones de dólares deuda.

No solo eso, sino que elevó la proporción en dólares y bajo legislación extranjera, deteriorando todos los índices de sostenibilidad: respecto de exportaciones, de reservas, de gasto público y del PIB.

El gobierno del Frente de Todos subordinó múltiples decisiones de política económica a la reestructuración de la deuda. Para ello, logró construir el apoyo de casi todo el Congreso -con excepción del FIT-, de los principales países acreedores e incluso del FMI. Con este bloque político negoció durante casi cinco meses con los acreedores bajo jurisdicción extranjera, logrando cerrar en septiembre un canje, que luego fue extendido a las acreencias bajo legislación nacional.

Actualmente, el gobierno está encarando la negociación con el FMI, y siguen en lista de espera las deudas bilaterales con el Club de París. La agenda es prolongada e intensa, y de momento, lo único que avizora como horizonte es desplazar hacia adelante el problema, ganando tiempo. ¿Es esto suficiente?

Más allá de la discusión sobre la situación nacional, el hecho -soslayado de forma generalizada en el debate público- es que el caso argentino es uno más en una delicada situación mundial. Es uno particularmente sensible, por el historial del país y los montos en juego, pero de ninguna forma el único, como si se tratara de un gen argentino de la deuda.

Pandemia de deudas

Se han difundido cifras sobre la caída del nivel de actividad a nivel mundial y regional, que son ajustados mes a mes. Según el Banco Mundial, es la caída más intensa desde la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez desde 1870 que más del 90 por ciento de los países muestra recesión.

Debido a esta coordinación e intensidad, la OIT estimó que se han perdido el equivalente a 495 millones de puestos de trabajo de tiempo completo.

El FMI indicó en su más reciente reporte que la recuperación por venir será magra y fuertemente incierta, y que estará condicionada por el espacio fiscal disponible para aplicar medidas contracíclicas. Además de llamar la atención sobre los cambios en la tributación, enfatizó que la carga de la deuda puede volverse un fuerte lastre para la recuperación.

Según el Instituto Internacional de Finanzas, la deuda mundial alcanzó los 298 billones de dólares (millones de millones) de deuda, lo que supone un 331 por ciento del PIB mundial.

Desde el último estallido de crisis en 2008, las deudas crecieron más de 40 por ciento, unos 80 billones de dólares, impulsadas por las bajas tasas de interés de referencia, que promovieron colocaciones más riesgosas.

Si bien las deudas soberanas fueron las más dinámicas (casi se duplican en ese período), las empresas también tomaron mucho crédito (subieron 64 por ciento), utilizando esos fondos incluso para recomprar sus propias acciones, insuflando de exuberancia ficticia el mercado bursátil.

Según el FMI, la deuda de los Estados alcanzó por primera vez al PIB mundial, superando el pico previo de 2008 pero también de la década del ’30. En las economías avanzadas ese indicador promedia el 122 por ciento.

En la medida en que la pandemia provoque ulteriores caídas del PIB, este indicador empeorará, así como la relación con exportaciones, merced de la caída del comercio global. Las expectativas son que las tasas de interés se mantengan bajas, lo cual ayudaría a licuar la deuda, pero esto de ninguna forma está garantizado. Un alza, incluso el anuncio de un pequeño alza (como ocurrió en 2013), podría provocar una masiva salida de capitales y crecientes dificultades para la periferia.

El riesgo de defaults

En este momento, según los datos que recaban los Bancos de Canadá e Inglaterra, la proporción de deuda en default se mantiene por debajo del 1 por ciento, de acuerdo con el nivel que mostró en la última década. Aun así, la deuda en default en 2019 casi alcanza los 300 mil millones de dólares.

Sin embargo, este nivel es equivalente al valor que mostraba en 1980, justo antes que se desatara la crisis de deuda latinoamericana, que elevó esa cifra al 6 por ciento y produjo efectos permanentes en todo el sistema financiero internacional.

Tanto los flujos de crédito como las tendencias de cesación de pagos indican algunos cambios cualitativos respecto de 2008, que afectan en especial a las economías de la periferia. Vale destacar dos:

1. El fuerte crecimiento de la deuda tomada con privados a través de bonos. Este tipo de deuda es altamente volátil, carece de mecanismos coordinados y reglamentados de reestructuración, y está condicionado tanto por los intereses de cobro de los acreedores (y sus accionistas) como por el accionar de las calificadoras de riesgo. La reestructuración argentina grafica estas dificultades.

2. El crecimiento de los acreedores oficiales bilaterales que no está coordinando sus políticas en el Club de París: India, los países del Golfo y China. Este último país ya presta más que toda la banca multilateral junta. No está claro qué estrategia de reestructuración tendrán estos países en tanto acreedores, ni cómo pesará ello en la disputa geopolítica con Estados Unidos.

Como reconocen los organismos aquí mencionados, los pagos de deuda reducen el espacio fiscal disponible para lidiar con la crisis, así como poner en marcha políticas de reactivación. Por este motivo, el FMI, el Banco Mundial y el G20 pusieron en marcha en abril una moratoria de deuda para países pobres muy endeudados. Hasta el momento, 41 países de los 73 elegibles hicieron consultas al respecto, pero temen condicionar su acceso futuro al crédito externo por participar de la iniciativa. Para los países de ingresos medios, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, dijo habría que considerar esta opción “con esteroides”.

El debate continúa pues entre los diversos organismos multilaterales coinciden en que la falta de una respuesta contundente en materia de nuevo financiamiento, así como de alivios de deuda, condicionan la resolución del problema. La falta de coordinación con otros acreedores oficiales, así como la ausencia de mecanismos de regulación del crédito privado, atentan contra salidas parciales. Por ello, han incluso llamado a la creación de una nueva arquitectura financiera internacional.

Así la crisis parece estar poniendo sobre la mesa problemas estructurales de largo aliento. Su resolución aún está por verse. Por lo pronto, y a diferencia de lo que se suele discutir en el país, el problema no es solo argentino, y el riesgo inminente de nuevos problemas es una sombra que empaña el mundo entero.

Fuente. Francisco Cantamutto y Lucas Castiglioni para Pagina12

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