Paradoja del cambio climático: más inundaciones pero mayor producción del campo

Para empezar, hay que decir que la tierra es tanto agente como mitigadora del cambio climático. «Una parte de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la deforestación o la pérdida de pasturas y también de las reacciones biológicas del nitrógeno», explica Miguel Ángel Taboada, director de Suelos del Instituto Nacional de Tecnológica Agropecuaria (Inta). Dañinos y silenciosos, el dióxido de carbono (CO2) y el óxido nitroso (N2O) absorben la radiación infrarroja, atrapan el calor y calientan la superficie de la Tierra.

«Pero el suelo también puede ser un mitigador porque es un gran almacén de carbono de la naturaleza. Al capturar el CO2 de la atmósfera genera el balance: por un lado emite y por otro atrapa», señala en diálogo con ámbito.com.

Al mismo tiempo, los suelos son afectados por tormentas de lluvia y tierra, aumentos de temperatura intensos, erosiones o aludes, aunque como consecuencia de distintos factores. «Está en duda cuánto de lo que pasa es cambio climático y cuánto variabilidad del clima. Las inundaciones que afectan el país, por ejemplo, se deben a causas diversas. Sumado a que está lloviendo mucho por la corriente del Niño, los suelos perdieron capacidad para almacenar el agua. Hay que tener en cuenta que en 25 años hubo un cambio de uso de la tierra que afectó a 12 millones de hectáreas, ocupadas fundamentalmente por la soja».

La ecuación parece clara: «Un cultivo de soja, presente en el 60% del territorio, puede consumir entre 400 y casi 600 milímetros de agua de lluvia. Pero al permanecer sólo cuatro o cinco meses hay largos períodos del año sin vegetación, por lo que se absorbe la mitad o la tercera parte del agua que cae. El líquido restante recarga los acuíferos, las napas suben y generan inundaciones. Cuando teníamos pasturas y bosques toda el agua era consumida y había equilibrio con los acuíferos. A eso hay que sumarle el desmanejo hidrológico en las cuencas altas y la proliferación de canales. El clima está en el centro, desde ya, pero también afecta el uso del suelo».

La forma de subsanar al menos parcialmente el desequilibro es conocido, pero no siempre utilizado. Básicamente, «pasar a sistemas más intensivos, para minimizar los periodos sin vegetación. Que se esté haciendo más trigo es una buena noticia, porque suele ir combinado en rotación con la soja, con lo cual hay más cultivo en el año, y el trigo puede estar consumiendo otros 500 mm de agua. Otra opción es poner los llamados cultivos de servicio o coberturas», detalla el especialista.

Sin embargo, «hasta ahora, haciendo un balance en términos económicos en todo el país, el cambio climático más nos benefició que nos perjudicó. Claro que estoy hablando en términos productivos, porque en los eventos catastróficos como las inundaciones, además de perderse mucha cosecha se generan daños sociales enormes».

Taboada justifica su análisis: «Hoy por hoy, con el avance de las lluvias hacia el oeste, se cultivan áreas que antes no se podían cultivar. En promedio, en 25 años la producción de granos se multiplicó por cinco: pasamos de 25 millones de toneladas a 130 toneladas. Y se extendió la frontera agropecuaria: hay un 80% más de áreas sembradas. Aunque es cierto que hubo un impacto fuerte de la tecnología (con la siembra directa, los transgénicos, etc.) el clima acompañó mucho, hubo más agua para producir en zonas vedadas, como el oeste de Buenos Aires y La Pampa, que eran ganaderas y ahora son agrícolas. O parte de Chaco y de Santiago del estero. Por eso digo que más nos benefició que nos perjudicó».

De todos modos, remarca que «sin ninguna duda, en las zonas inundables provoca perjuicios sociales y daña la producción. En la ciudad de General Villegas, por tomar un caso, tengo amigos que no pueden entrar al campo». Otro de los aspectos desfavorables es el aumento de las temperaturas mínimas diarias. «Los productores de trigo están preocupados porque no refresca durante las noches, por eso están estudiando nuevos germoplasmas que sean resistentes a las noches más cálidas. Cada cultivo tiene su propia problemática», apunta.

Los productos químicos utilizados en el campo suele ser otro de los temas controvertidos, aunque el experto considera que no representan un problema delicado en nuestro país. «Claro que hay que tener cuidado con los pesticidas y plaguicidas, particularmente con herbicidas como el glifosato. Los fertilizantes, en especial los nitrogenados, no generan ningún perjuicio si se usan correctamente, solo en muy altas dosis se pueden perder en las aguas subterráneas o en la atmósfera. Pero ese no es el caso argentino donde, muy por el contrario, a veces son escasas. Acá, el problema de la contaminación lo tenemos alrededor de las ciudades, como es el caso del Riachuelo o del río Reconquista», detalla el ingeniero agrónomo.

Taboada participó en el 5° informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y en un futuro cercano hará un análisis especial sobre sus consecuencias sobre la degradación de los suelos, el CO2 y las emisiones de gases de efecto invernadero, la desertificación y la seguridad alimentaria, un punto considerado de vital importancia para los expertos.

«La problemática de la seguridad alimentaria tiene que ver con que en el año 2050 nos vamos a acercar a los 10 mil millones de habitantes en el mundo y el dilema es cómo darles de comer. Para entonces habrá países con una fuerte demanda insatisfecha, como China, y otros como Argentina que serán los grandes productores de alimentos. Somos capaces de abastecer a 400 o 500 millones de personas, pero si la degradación, la erosión y la salinización, llegarán a afectar las tierras, debemos evaluar ese impacto y saber cómo contrarrestarlo», alerta.

Fuente: ámbito.com

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