Procesos de agresión grupal: sentimiento tribal y pérdida de subjetividad

«La violencia es el último recurso del incompetente»

Isaac Asimov

A partir del fenómeno de atroz violencia en masa ocurrido en Villa Gesell hace uno días, se debería pensar que procesos conductuales (cerebrales/corporales) ocasionan estos fenómenos y cómo corregirlos.

Los procesos de violencia grupal dependen de ciertos criterios condicionantes. Entre ellos, el sentimiento tribal, la priorización de la violencia ante el altruismo, la pérdida de la subjetividad (tanto de los que atacan como de los atacados) y de un sentimiento de anonimato. Este último, por cierto, bastante debilitado a partir del avance tecnológico, por ejemplo: cámaras, redes y avance de la ciencia forense; cuestión que todavía no se encuentra totalmente consciente en la población y debería utilizarse como condicionante educativo.

En cuanto el «tribalismo», estas conductas contienen impulsos instintivos que compartimos con los animales y que en el homo sapiens se complejizan, agregándole racionalidad, inhibiciones y controles cognitivos que, sin embargo, no soslayan diferencias insalvables, a veces peligrosas.

Diferencias por el territorio (propiedad), creencias (religiosidad) o de pertenencia grupal (nacionalismo, club de fútbol, tipo de deporte, etc.) pueden ser evocadas, como instancias que generan identificación tribal, generando tomas de decisiones alteradas (inmediatas y mediatas), muchas veces injustas y/o violentas o denotando ideas y sentimientos incoercibles, pudiendo llevar a guerras o su sublimación: una competencia deportiva o por algún premio.

En cuanto al dominio de la «violencia sobre el altruismo», el ser humano presenta un campo de lucha permanentemente entre el altruismo y su instinto violento. Depende de quien gane, se priorizará la cohesión social o la agresión hacia los otros.

La «pérdida de subjetividad» del otro, marcada por un ataque grupal y la desconsideración del otro como sujeto, implica la pérdida del diálogo. Este es un instrumento que a través del lenguaje intersubjetivo sirve como base de la conducta social del humano. El diálogo no es sólo hablar: es mirarse a los ojos, escuchar, entender silencios; considerando al otro como un igual, como otra subjetividad. Dialogar retrasa la funcionalidad del pensamiento, permite engranar las ideas a través de códigos específicos de cada idioma con otros componentes universales que nos otorgan subjetividad y sentimientos igualdad intersubjetiva. Al subjetivizar a la víctima puede que muchos de los sentimientos agresivos disminuyan francamente.

Con respecto al «anonimato» genera la posibilidad de masificación, reparto de culpa y ausencia del castigo. Cabe pensar si estos criminales que actúan en masa lo hicieran solos, es muy probable que la mayoría no actuarían, pues se expondrían a las condiciones individuales. Bastaría con mirar al victimario, llamarlo por su nombre y aislarlo del grupo para disminuir la carga de violencia significativamente.

Sin embargo, es cierto que para que una persona cometa agresiones de esta naturaleza deben padecer condiciones antisociales. Delroy Paulhus y Kevin Williams incorporan el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía como personalidades oscuras que caracterizan a estos personajes. Presentan rasgos con muy poca empatía intersubjetiva y con grandes riesgos para la sociedad: desde altos conflictos hasta la posibilidad de cometer crímenes con un claro componente antisocial. El narcisista presenta una fuerte sobrevaloración, frustración ante las críticas y siempre trata de agradar, pero sin importarle el otro. El maquiavelismo es la manipulación de los otros para su propio beneficio y la psicopatía que caracteriza la conducta antisocial, amoral e impulsiva y sin interés por los demás; con ausencia de remordimiento. En 1998, McCoskey, Worzel, y Sarto plantearon que estos rasgos (narcisismo, maquiavelismo y psicopatía) son más o menos intercambiables.

Las personas con personalidad antisocial ven alterada así su empatía social; se piensa que esto está asociado a una desconexión cerebral. Jean Decety de la Universidad de Chicago observó a través de imágenes por resonancia magnética funcional de cerebro la incomunicación entre la corteza cerebral fronto-ventral (que abstrae y piensa) con la amígdala subcortical, que se encarga de las emociones. Esto dificulta sentir y percibir lo que le pasa al otro, y por eso estas personas sienten menos los percances que le pasan a terceros que a sí mismos. Se describió además que neurotransmisores como la serotonina generan bienestar emocional y facilitan soportar situaciones conflictivas.

También la hormona oxitocina se secreta ante la emoción positiva como un abrazo, una mirada afectiva o al presentar una emoción positiva. Sin embargo, otras sustancias (CRH) aumentan el temor ante las situaciones de riesgo. Estas sustancias estarían alteradas en las personas con personalidades psicopáticas (por ejemplo, en poblaciones carcelarias, asociadas a las estructuras cerebrales modificadas antes mencionadas).

Sin embargo, aún a esas personas con estas características podrán disminuir la agresividad y muchas veces ser controladas al salir de lo anónimo, estableciendo un vínculo subjetivo individual. Está demostrado que sacar la mano para marcar un giro de un auto es mucho más respetado que la materialidad de un guiño de giro.

Puede que las campañas preventivas deban tener presente estas cuestiones. La masificación excesiva sin respeto por los cuerpos y las identidades, como sucede en tribunas atestadas de personas o en lugares de baile que agrupan intensamente a la población, aumentando su contacto, sean provocadores de cuatro de los condicionantes anteriormente descriptos: intennsificación del tribalismo, violencia aumentada, subjetividad disminuida y anonimato; la tormenta perfecta hacia la agresión interpersonal.

Puede que como acción preventiva deba disminuirse la masificación en recitales, discos o acontecimientos deportivos, evitando así la pérdida del anonimato y del respeto de la burbuja corporal de las personas, incrementando la subjetividad de las mismas, para entonces disminuir los instintos tribales, egoístas y agresivos.

Fuente: Ignacio Brusco, Psiquiatra y Neurólogo. Profesor titular UBA. Director del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental. Facultad de Medicina y Hospital de Clínicas, UBA. Doctor en Filosofía. Investigador del Conicet para BAENegocios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *