¿Cambio de Discurso?

Por Daniel Guerín* Especial sintinta.com.ar

Las propagandas políticas de campaña dicen poco de, justamente, política. Los directores de campaña toman al candidato como un producto y salen a venderlo. En el mejor de los casos a partir de los atributos del personaje o del partido que representa; en el peor, con lo que los jingles que los votantes desean escuchar.

 

La noche en que el PRO descubrió que la mitad de los porteños no los quería, Macri salió con un discurso que desdecía todo lo que había sostenido desde que asumió como Jefe de Gobierno. Tanto así, que los seguidores que lo escuchaban no comprendían si estaba parodiando, presentando sus ideas por el absurdo o diciendo lo que escuchaban. Lo aplaudían mientras gritaban ¡NO! Sin poder salir del estupor. ¿Incomprensible? Solo un golpe publicitario, tan verdadero como que Colca Cola refresca mejor.

 

El  PRO es una cabal expresión de lo que a lo largo de la historia hemos definido como “centralismo porteño”. La integración de las listas a la presidencia y a la gobernación de Buenos Aires, son una muestra.

LA CABA, como se autodenominaron post Pacto de Olivos, mantiene estable la cantidad de habitantes desde hace 50 años, lo que la transforma, desde el punto de vista electoral, en apenas importante. Eso sí, es altamente simbólica. Pareciera que todo pasa por ella. ¿Es así o quieren que creamos eso?

 

Don Ezequiel Martínez Estrada, en su ensayo La Cabeza de Goliat, describe “El único verdadero y positivo contacto de Buenos Aires con la República lo establece por las ocho patas de las líneas ferroviarias. Pero esas patas no le sirven para moverse sino para vivir y crecer, porque tienden dos líneas de ventosas sobre la superficie del país, y en realidad no terminan en el cuerpo capital del pulpo sino en las acciones y en los créditos de los especuladores de ultramar.” Esto data de los ’40, y con un pequeño ajuste en los términos sigue teniendo vigencia. Ya no es el ferrocarril, ni sus tentáculos son ocho. Pero el concepto continúa siendo el mismo.

 

Juan Bautista Alberdi nos decía «Buenos Aires quiere gobernar el interior, y el interior no quiere que lo gobierne Buenos Aires. Le desconfían al porteño. Por algo es…Y esa lucha se prolonga a lo largo de toda nuestra historia y existe todavía. Con otras formas y caracterizaciones, pero es la misma.»  En este final quedan las comillas porque sigue siendo la frase de Alberdi, aclaro esto, pues podría suponerse que las agregué ahora.

 

Que lo haya descrito así por 1850, es indicativo de que el problema venía de antes. Recordemos que luego de la Declaración de la Independencia, el Congreso se trasladó desde Tucumán a la metrópoli y en 1819, redactó y aprobó una Constitución que dejaba todo, pero todo, en manos de Buenos Aires. Las Provincias no lo aceptaron y la confrontación terminó en la Batalla de Cepeda.

Como era de suponer entre quienes se veían a sí mismos como aristócratas, el ejercito que armaron para defender la ciudad estaba integrado por esclavos comprados para ese fin y pusieron al mando a uno de ellos, el General Rondeau (aquel que iba a la campaña con un séquito de sirvientes, platería y cristalería incluidas). Los defensores de Buenos  Aires superaban ampliamente en número al de las provincias, pero… al primer cañonazo los esclavos abandonaron el campo. La batalla se resolvió en minutos. Una cosa es la disyuntivamuertos antes que esclavos y otra la certeza muertos y esclavos.

Francisco Pancho Ramírez, escribía que para los aristócratas, el año 20 era el que debía marcar el fin de la Revolución, estableciendo el poder absoluto para consumar el exterminio de los provincianos y repartirse las riquezas del país a la sombra de un niño coronado que, ni por sí ni por la impotente familia a la que pertenezca, podría oponerse a la regencia intrigante establecida y sostenida por ellos mismos.

Cabe aclarar que el “niño” era el reyezuelo que algunos pretendían imponer en una nueva monarquía y no el hijo de Franco.

 

A la rendición de Rondeau, el ejército comandado por Pancho Ramírez y Estanislao López acampó a las afueras de la Ciudad, el temor de los porteños era que las huestes de “bárbaros” entraran a degüello. Debo decir que, lamentablemente, solo ingresó una comitiva.

Usaremos a Vicente Fidel López como cronista para describir esto … «numerosas escoltas compuestas de indios sucios y mal trajeados a término de dar asco ataron sus caballos en los postes y cadenas de la Pirámide de Mayo mientras sus jefes se solazaban en el salón del ayuntamiento«. El ensayista no oculta su repugnancia al relatar el episodio.

La Pirámide de Mayo acababa de inaugurarse y estaba exactamente donde está hoy, en La Plaza de Mayo. Si al leer esto se les representaron los cronistas del 17 de Octubre, con aquello de aluvión zoológico o los negros metiendo las patas en la fuente, no es por casualidad. El odio oligárquico de 1820 es exactamente el miso de 1945 y, claro está, el de hoy expresado en el choriplanero o negrópolis.

 

El domingo 26 de julio pasado, en el programa Economía Política que se emite por C5N, Roberto Navarro presentó un video tomado durante una reunión de empresarios con Melconian, Broda y Espert, conspicuos “economistas” del centralismo, donde presentan descarnadamente las medidas que un eventual gobierno del PRO tomaría.

No se ve ningún cambio de discurso, todo lo contrario, es el centralismo porteño en su estado más puro. El proyecto es el mismo. El eje Martínez de Hoz–Cavallo sin medias tintas. Solo faltan Videla–Massera, pero seguro que Nancy Soderberg y Robert Shapiro tienen alguno en mente. Representan y defienden los intereses foráneos en su más brutal realismo.

Porque, si nosotros somos el interior, como Alberdi se refiere en la cita y entre interior y exterior no hay nada, entonces la CABA es el exterior y los mentores de sus representantes están afuera.

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