Los oficialismos, las elecciones y la pandemia
En Iberoamérica buena parte de los gobiernos que afrontaron comicios durante los últimos meses fueron castigados, en mayor o menor medida, en las urnas. En ese contexto se insertan las PASO en Argentina.
Donald Trump se encaminaba a conseguir sin mayores sobresaltos su segundo mandato en Estados Unidos. Tenía crecimiento económico y de empleo. Era un febrero de 2020 soñado para el excéntrico mandatario. Las encuestas lo mostraban sólido. La mayor parte de los analistas descontaban su reelección. Llegó la pandemia y, además, a eso se sumó un gran cuestionamiento de la comunidad afroamericana, tras el feroz asesinato a George Floyd, que mostró como nunca que las desigualdades raciales seguían ahí, pero ahora filmadas vía celular. Pero fue la economía el gran desencadenante: como nunca, decenas de millones de estadounidenses pidieron un seguro de desempleo producto de la descomunal caída económica. Trump firmó cheques y cheques con miles de dólares. Y aún así perdió la elección con un Joe Biden que capitalizó el descontento general por la situación.
Biden, un hombre grande con poco carisma, había batido al grandilocuente y carismático multimillonario derechista. Ese cincuenta por ciento y monedas no votó a favor de Biden. Lo hizo contra Trump, que pataleó contra el veredicto de las urnas y llamó a una absurda toma del Capitolio en enero de este año.
En Brasil, Jair Bolsonaro apuntó a las municipales de noviembre de 2020 para testear a sus candidatos más duros, alineados al pensamiento trumpista sin Trump que ejerce el presidente de Brasil. También fue una forma de medir el “arrastre” de un mandatario cuya popularidad ya flaqueaba en las encuestas. Más que arrastre fue un yunque: el bolsonarismo puro perdió feo en esas elecciones, avanzando nuevamente el Centrao, es decir aquellos partidos de centroderecha pragmáticos, que son hoy los que terminan garantizando -al menos por el momento- que el gobierno no caiga vía un impeachment (juicio político). ¿Cuál fue la conclusión de esa elección? Los candidatos directos del presidente mordieron el polvo. Perdieron. Se votó contra ellos. No suena ilógico, visto y considerando la (no) gestión pandémica del bolsonarismo y su deriva antidemocrática.
Los candidatos directos del Bolsonaro mordieron el polvo. Perdieron. Se votó contra ellos. No suena ilógico, visto y considerando la (no) gestión pandémica del bolsonarismo y su deriva antidemocrática.
En Chile, Sebastián Piñera perdió en varias ocasiones: en la convocatoria a la Convención Constitucional, en la conformación de esa Convención Constitucional y en las elecciones a gobernadores. A Piñera no le alcanzó con medidas “populistas” tardías, como el envío de cajas de alimentos a los hogares en cuarentena. Claro, la situación socioeconómica se había complicado: habían vuelto las ollas populares al Gran Santiago. Y Piñera tuvo que hacer una autocrítica pública, hablando de falta de sintonía de su gobierno en torno a las demandas de una sociedad que ya había comenzado a manifestar su disconformidad antes de la llegada del Covid, con las movilizaciones iniciadas en octubre de 2019.
Sebastián Piñera perdió en varias ocasiones: en la convocatoria a la Convención Constitucional, en la conformación de esa Convención y en las elecciones a gobernadores.
En Perú el oficialismo primero se desintegró y luego perdió. Así accedió al poder Pedro Castillo, un hasta entonces ignoto maestro del interior profundo de ese país. Contra todos los pronósticos, contra todas las encuestas. Hubo un voto castigo a la clase política tradicional peruana, que incluía a Keiko Fujimori, quien perdió por tercera vez consecutiva en su intento de acceder al gobierno. Fujimori ya no aparecía como una “outsider”, lugar que si capitalizó el hoy presidente. El voto a Castillo fue un voto castigo de los más postergados, aquellos que sufrieron durante décadas pero especialmente durante el último año y medio. La explicación parece sencilla: la economía peruana cayó 11% durante 2020.
Un poco más atrás, a fines del año pasado, la presidenta de facto de Bolivia, Jeanine Añez, tuvo que bajarse directamente de la competencia presidencial para intentar evitar una vuelta del Movimiento al Socialismo. Ni siquiera eso alcanzó. Luis Arce Catacora ganó con un proyecto enfocado principalmente a ordenar una economía desmantelada. Con la pandemia y la eliminación de los bonos sociales, Bolivia había vuelto al hambre. Era algo que marcaban dentro de la campaña del MAS, que se hizo mitad en la Argentina, donde Evo Morales estaba asilado, y mitad en Bolivia. Se votó contra Añez, premiando a quienes habían sufrido un feroz golpe de Estado apenas un año atrás. Sin dudas, la demanda democrática estuvo. Pero también, claro, la necesidad de reorganizar la vida cotidiana de la población. Hoy el MAS gobierna y Añez está detenida. La crisis pandémica probablemente haya acelerado los tiempos de lucha de la sociedad civil contra ese gobierno de facto que implosionó en tan poco tiempo.
En Bolivia, la crisis pandémica probablemente haya acelerado los tiempos de lucha de la sociedad civil contra el gobierno de facto que implosionó en tan poco tiempo.
México y Uruguay son dos ejemplos peculiares. Tanto Andrés Manuel López Obrador como Luis Lacalle Pou ganaron elecciones. AMLO en el Congreso, aunque sin conseguir los dos tercios de las bancas, es decir la mayoría. Y además con una elección por debajo de las expectativas en Ciudad de México, su histórico bastión. Lacalle Pou ganó mayoría de alcaldías, pero perdió en las dos más pobladas (Montevideo y Canelones). Y además ahora enfrenta más de 700 mil firmas contra 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración, su proyecto insignia, que deberá ir a consulta popular el año próximo. Las y los uruguayos votarán en 2022, con una tendencia regional que es un dolor de cabeza para la oficialista Coalición Multicolor.
En España hubo un “voto castigo” al gobierno nacional en las elecciones autonómicas. En Galicia, por caso, el Bloque Nacionalista Gallego adelantó al PSOE sanchista, conquistando el segundo lugar tras el derechista Partido Popular, que gobierna allí hace décadas. Además Isabel Díaz Ayuso, del PP, ganó holgadamente en Madrid con una campaña cuyas ideas centrales eran “ir de cañas” y “vivir a la madrileña”, confrontando contra las limitaciones impuestasdurante la cuarentena. Libertad, libertad, libertad, repitió Ayuso, derechizando su discurso ante la irrupción político-electoral de Vox, el partido ultraderechista dirigido por Santiago Abascal.
Todo este recorrido nos marca una tendencia nítida: en Iberoamérica buena parte de los gobiernos que afrontaron elecciones durante la pandemia fueron castigados, en mayor o menor medida, en las urnas. En ese contexto se insertan las PASO en Argentina, un país cuyo PBI cayó nada menos que 10% el año pasado. Una sumatoria de temáticas de “la diaria” se sumaron a la frustración pandémica: salarios que no alcanzan, inflación desbocada, alquileres inalcanzables. Una pauperización evidente de la clase media y baja, que tuvo lugar durante el macrismo y se profundizó en la pandemia.
En Iberoamérica buena parte de los gobiernos que afrontaron elecciones durante la pandemia fueron castigados, en mayor o menor medida, en las urnas.
Mirar el contexto internacional sirve para evitar pensar en la excepcionalidad argentina. Para huir del ombliguismo. Así como no hay excepcionalidad argentina en pandemia y elecciones, sí hay algo que destacar sobre el peronismo: es un movimiento que ha sabido hacer de sus caídas, un ADN para volver a pelear y volver a ganar.
Se comprobó en 2011, cuando Cristina Fernández sacó 54% apenas dos años después de que Néstor Carlos Kirchner haya caído con Francisco de Narvaez en la Provincia de Buenos Aires. En el medio, tras el fallecimiento de Kirchner, CFK encabezó una batería de medidas inclusivas que fue decisiva para el triunfo electoral. En 2017, tras la avanzada electoral macrista y cierta dispersión de la oferta peronista, Cristina Fernández perdió en PBA. Y aquello fue la base para la búsqueda de una unidad que llegó en 2019 y desplazó a Juntos por el Cambio, ganándole la presidencia en una sola vuelta.
El peronismo deberá ahora volverse resiliente en una América Latina hostil en las urnas a los oficialismos pandémicos. ¿Le alcanzará de cara a noviembre? Es muy difícil, mas no imposible. La mirilla parece estar ya apuntando a 2023. Si gobernar en América Latina es siempre complicado, la pandemia – y sobre todo la notable contracción económica de nuestras economías durante este período histórico – lo hacen aún más complejo. En definitiva: si el Covid 19 cambió por completo nuestros horarios y modalidades de trabajo, nuestra situación económica, nuestras demandas y expectativas a futuro, ¿cómo eso no iba a reflejarse en el desempeño electoral de nuestras sociedades?
Por Juan Manuel Karg-Politólogo UBA – Analista Internacional