“Está bajando”, la realidad virtual macrista
No hay salario que aguante y el mayor responsable se hace el oso. Las cifras de la economía parecen un campo de batalla con la industria que funciona al 56 por ciento de su capacidad, con 750 Pymes y 2550 comercios que cierran por mes. Un escenario dramático que los medios del oficialismo tratan de ocultar como pueden aunque esas cifras destrozan la economía familiar, aumentan el desempleo, la pobreza y la marginalidad. “Estamos mejor que en el 2015” repitió con desparpajo en esa entrevista a una radio de San Luis.
La clase media que ha sido el principal argumento del triunfo electoral del macrismo es fuertemente agredida por este bombardeo persistente sobre su calidad de vida. Una clase media que se dispone a votar en este año con la cabeza repartida entre la tragedia concreta de la economía y el imaginario casi infantil que le propone el discurso macrista contra viento y marea.
Las encuestas pivotean sobre esa disputa sorprendente entre el imaginario emotivo y la inteligencia y muestran todavía que una parte significativa de esa misma clase media se resiste a abandonar los sueños incumplidos. Es la puja fascinante entre la carga subjetiva que la pinta rubia y de ojos celestes y una economía que la está mandando al tacho.
En el plano de la política pareciera que la mayoría apuesta a los efectos destructivos de la economía macrista por sobre lo subjetivo. Así, los aliados del oficialismo se alejan cada vez más o se muestran más reacios. Y los aliados más débiles, aprovechan para comer de las sobras. El radicalismo, que le ha dado territorialidad a la alianza de gobierno empieza a sacudirse la subordinación que mantuvo con el PRO y está logrando imponer sus candidatos a gobernador. Al mismo tiempo desdobló las elecciones en sus distritos para no ser arrastrado por la presumible caída de la imagen de Macri.
El protagonismo que adquirió el radicalismo, tras ser el amigo sumiso del gobierno, ahora lo lleva a insistir con una interna con Martín Lousteau y Horacio Rodríguez Larreta en la CABA, al mismo tiempo que interviene a la regional Santa Fe porque no quiso separarse de los socialistas. Son movimientos en los que apuestan al debilitamiento de Macri como candidato, pero no para confrontarlo, sino para disputar espacio en la interna oficialista.
La base radical conservadora, que ha sido fiel a la alianza con el macrismo, es la que expresa con más claridad esa dualidad entre el imaginario y la economía, o entre la subjetividad y la razón. La cúpula partidaria oscila en esa dicotomía esquizofrénica y la representa en la política con el riesgo de convertirse ante la historia en responsable de los desatinos del PRO.
El opoficialismo del massismo, el schiaretismo y el urtubesismo han pasado a un discurso claramente opositor aunque el espacio aparece con un techo más bajo que en las elecciones pasadas. En ese contexto, la candidatura presidencial de Sergio Massa sería un acto sacrificial en el altar del macrismo.
Dentro mismo de las filas del PRO, la lealtad con Macri es presentada como un acto de sacrificio. La decisión de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal de no desdoblar las elecciones en su distrito fue presentada como una especie de telenovela donde la protagonista dudaba entre que sí o que no, si se entregaba al comerciante del pueblo. Al final hace el sacrificio y entrega.
Durante el período de duda (suspense) de la gobernadora, desde la oposición hubo varias voces que se imaginaron la telenovela. “No lo puede dejar solo –dijeron– pero hace el teatro para tratar de pagar menos costos”.
Y sin embargo, las encuestas muestran que la figura de Cristina Kirchner despega y se impone, pero apenas y muy lentamente, de la paridad en la que se había estacionado con Macri. Tampoco se sabe si la ex presidenta será candidata. Por ahora es una especie de fantasma que recorre el mundo de otro imaginario.
Pero nadie hace apuestas sobre lo que sucede hoy. Todos piensan en los meses que se vienen. El descalabro de la economía no se detiene. Cuando algo se rompe, ese momento es doloroso. Pero más dolorosas son las consecuencias posteriores a causa de esa destrucción. Las consecuencias de los platos rotos en la economía se harán sentir en estos meses y serán muy fuertes.
“Nos hemos chocado con una realidad, que la Argentina venía viviendo por arriba de sus posibilidades, con gobiernos que gastaban más de lo que tenían” dijo Macri en la misma entrevista a una radio puntana. No importan los números, porque en realidad, si el gobierno anterior hubiera gastado tanto más de lo que tenía, hubiera dejado una deuda muy grande o una inflación desaforada o un déficit enorme.
Pero no hubo nada de eso. No hubo gran deuda, había menos de la mitad de inflación que ahora y el déficit era la mitad o menos del que hay ahora. Si no hubo deuda, inflación desbordada ni déficit incontrolable, quiere decir que no se gastó más de lo que se tenía. Quiere decir que había más plata para gastar más. Eso quiere decir que la economía funcionaba mucho mejor que ahora.
El contraste entre el discurso y la realidad es tan grande que esa distancia sólo puede ser cerrada por la subjetividad. Es un discurso que se quiere escuchar. “Gastaron más de lo que tenían”. En realidad lo que está oculto en esa frase es que lo que se gastó de más es lo que favoreció a otro. Y aunque también lo favoreció a él, lo que importa es que favoreció a todos los demás por igual y no diferenció su esfuerzo personal, del esfuerzo de los demás, la mayoría de los cuales seguramente se esforzaron menos.
Ahora se arruinaron todos, salvo unos pocos. Como antes no hubo diferencia para el gasto, ahora no hubo diferencia para la guadaña. Pero ahora hay muchos que la están pasando muy mal y eso hace una pequeña, pero suficiente, diferencia con el que simplemente la está pasando mal. Son valores, es cultural, son egoísmos y pequeñas miserias embotelladas en un discurso conservador para favorecer los intereses de un pequeño grupo.
No es que la subjetividad funciona ahora y antes no. Siempre estuvo en cada resultado, en cada fenómeno de masas y en cada elección, al igual que los intereses y la economía. Hay allí un escenario de disputa por la impronta, por la preeminencia, en el que han irrumpido nuevas tecnologías que transforman la lógica tradicional de la política.
La crisis también tiene su propia lógica que lleva a instalar cada vez más a la situación económica en el centro de las preocupaciones, desplazando otros temas que en otros escenarios fueron decisivos, como la inseguridad o la corrupción.
Esa inercia es desfavorable para el gobierno que da manotazos de ahogado para mantener candente el tema de “la ruta del dinero K” o la causa de los cuadernos. En el carril de la inseguridad, con ayuda de los radicales ha tratado de instalar debates odiosos como bajar la edad de imputabilidad o facilitar la portación de armas de fuego.
Pero el momento del súper, de las vacaciones súpergasoleras o de la farmacia con medicamentos inaccesibles se va imponiendo sobre lo demás. No elimina esas otras preocupaciones, sino que las subordina y no en toda la sociedad, sino en parte. Son movimientos irregulares, tendencias sobre la que los políticos van disponiendo sus piezas.
El tratamiento de la denuncia contra el fiscal Carlos Stornelli hirió la credibilidad en la Justicia. Más allá de la culpabilidad o no del fiscal, lo real es que es mucho más sólida la causa contra Marcelo D’Alessio y Stornelli, con grabaciones fotografías, documentos, testimonios y demás, que cualquiera de las causas armadas contra funcionarios del gobierno anterior. Nadie confrontó las acusaciones. Simplemente se limitaron a difamar al juez y calificar de loco a D’Alessio, al que antes consideraban un luchador de la democracia contra la corrupción.
Si no se investiga a Stornelli, con esos mismos argumentos tampoco tendrían que haberse investigado las otras causas. En especial la de los famosos cuadernos, que comienza con fotocopias, ni siquiera originales, que fueron tomados como “indicios” para empezar la investigación. Si las fotocopias son “indicios” para Stornelli, entonces el cuerpo de pruebas que hay en su contra debería funcionar casi como una confesión.
Fuente: Página12