El Estado invisible en una ciudad tomada por la psicosis

En la antesala de Terapia Intensiva del Hospital Municipal de Olavarría, un hombre se acerca a otro. Le ofrece comida, baño, una cama para descansar. “Lo que necesites”. El destinatario es cuñado de Antonela Falcón, la joven de 24 años que está internada en esa unidad evolucionando favorablemente de un cuadro pulmonar que sufrió tras desmayarse, aparentemente por un golpe en la cabeza, mientras intentaba salir del predio La Colmena de esta ciudad, en medio de la caótica evacuación del predio donde se presentó este sábado el Indio Solari. El que ofrece asistencia no es un funcionario municipal. Es un vecino, uno más en un desfile solidario que no cesa. Son las 10.30 de la mañana del domingo y los cinco familiares de los dos únicos pacientes que siguen en estado delicado no han sido asistidos por la Municipalidad local. Letra P  encuentra a Silvia Sánchez, la madre de Antonella, sentada, sola, en un banco a dos metros del ingreso a la sala de cuidados intensivos. Destaca el seguimiento que hace de su caso el municipio, pero el de Florencio Varela, donde vive y de donde había llegado el domingo a la tarde, 16 horas antes. “De acá no vino nadie”, dice. A un metro de ella, Giselle, la novia de Jorge Ortiz (internado por intoxicación), está igual de sola, pero desde la madrugada del domingo.

Luciano y Jimena llegan al Concejo Deliberante. Él lleva la clásica remera negra con el logo de Oktubre, el mítico disco de Los Redondos. Habían venido de Morón a ver el recital. Es lunes al mediodía y siguen ahí, varados, porque el micro que habían alquilado se había ido sin ellos. Buscan a quién contarle lo que ven. “Hay mucha gente con hambre y frío en la Terminal. A nosotros nos queda un poco de plata, pero muchos se quedaron sin nada. Les llevaron agua y tres cajas de sánguches que no alcanzaron para nada”. Quieren contar lo que escuchan y que alguien les diga si es cierto. “Dicen que los muertos son muchos más”. No encuentran con quién hablar. “Fuimos a la Municipalidad y nos dijeron que vayamos a la Fiscalía, pero ahí nadie te da bola”.

Las escenas, presenciadas por este cronista, son una muestra mínima, pero dramática, de la lógica que imperó en Olavarría en el antes, el durante y el después del show que colapsó la ciudad: solidaridad vecinal, improvisación estatal.

El Estado escurridizo, impreciso. Invisible

La ausencia de los organismos públicos competentes en las calles de esta ciudad antes y después del recital inédita pero previsiblemente multitudinario del sábado pasado fue advertida por el grueso de la concurrencia. Y se convirtió en eje de la controversia una vez que la muerte de dos personas frente al escenario desplazó drásticamente la mirada pública del hecho artístico y la centró en la actuación, fundamentalmente, de la Municipalidad de Olavarría, que no estuvo –ni cerca- a la atura de la circunstancia en materia de asistencia, acompañamiento, orientación y cuidado de los visitantes, librados al azar y al abrigo de los vecinos generosos de la ciudad.

Este martes, 55 horas después del final tumultuoso del show de Solari, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Cristian Ritondo, lanzó un ejército de policías y gendarmes a rastrillar la ciudad en busca de fans perdidos y para descartar la existencia de más muertos.

A esa altura, se hablaba de 120 personas que permanecían desaparecidas, de las 341 que, presuntamente, habían sido al principio. Pero ninguna de esas cifras era oficial. Ninguno de los datos tenía el respaldo de un organismo público que les diera carácter de verdad.

El problema era, justamente, que nada era oficial; que nada ha sido oficial en Olavarría en estas horas de incertidumbre, de una psicosis autoinfligida que convirtió a esta comunidad en una usina infernal de versiones tenebrosas nunca confirmadas ni desmentidas por las autoridades.

El intendente local, Ezequiel Galli, ofreció una conferencia de prensa el domingo al mediodía y habló por una radio porteña el lunes. Después se guardó y les ordenó a sus funcionares que mantuvieran la boca cerrada. Desde este martes, enfrenta un pedido de interpelación de los concejales de la oposición. «Está paralizado. Dice que la productora lo cagó”, afirmó un dirigente local. En esa condición de víctima, el alcalde se guarece, se encierra. El jefe comunal llegó a la intendencia empujado por el laboratorio Durán Barba: se lo promocionó como miembro de un grupo de jóvenes ajenos a la corporación de la política profesional. Limpios. Los “sin pasado”, se los llamó. A poco de andar, la ausencia de pasado se reveló brutalmente como falta de experiencia, como amateurismo -la postal de los fans del Indio hacinados en camiones de residuos vale más que cualquier palabra.

La gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, no ha emitido sonido. Y se mantuvo a 400 kilómetros de aquí. Ella, que está tan “cerca de la gente”, se repite en la ausencia: los inundados de La Emilia siguen esperando su visita.

El presidente Mauricio Macri, nada de nada.

¿Es exagerado reclamar el involucramiento de todos los niveles del Estado en una emergencia que incluye dos muertos, decenas de heridos, un número impreciso de desaparecidos y cientos de personas durmiendo en terminales y regimientos?

El problema es lo que no pasó en esta ciudad una vez desatado el caos: el municipio, la Provincia y la Nación no formaron un comité de crisis identificable, a cargo de funcionarios idóneos y reconocibles que coordinaran la inversión de recursos públicos en un plan de contingencia mutidisciplinario y multiagencial.

No hay -en la plaza principal, por ejemplo- una carpa bien grande que concentre la atención de necesidades, la evacuación de dudas, la derivación hacia organismos específicos. Que genere en la comunidad una sensación de amparo. Que calme la angustia, que despeje los fantasmas.

No hay, además, voceros oficiales que centralicen la información y la difundan sistemática y universalmente en informes regulares. No hubo nunca, entonces, un dato certero. Y, se sabe: si no hay información, hay rumores y los rumores cobran cuerpo hasta convertirse en falsas verdades.

¿Por qué pasó todo eso que no pasó?

Además de impericia y falta de experiencia, operan fuerzas oscuras: la mezquindad, la especulación, la medición del daño.

Lo que no hay, eso sí, son excusas: la ciudad, la Provincia y la Nación están gobernadas por la misma alianza de partidos. Galli, Vidal y Macri son gobernantes surgidos de las mismas boletas electorales. No son peronistas adoptados por necesidad y urgencia ni radicales asociados. Son emergentes PRO en estado puro. Expresan, los tres, la misma propuesta política. Llegaron al poder prometiendo una nueva forma de gestionar la cosa pública. Supuestamente, una libre de los vicios que alejan de “la gente” a la dirigencia convertida en casta.

Pero el refrán es sabio: los pingos se ven en la cancha. Y a estos pingos, en esta cancha embarrada, no se los ha visto.

Fuente: Letra P

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