El gobierno de Javier Milei logró que el Congreso vote la Ley Bases y el paquete fiscal, algo que todos los analistas consideraron un éxito político porque demostró que un amplio sector de la “casta” estaba dispuesta a darle flotabilidad a la política de la administración ultraderechista.
Además, el equipo económico que dirige Luis Caputo consiguió acumular seis meses consecutivos de superávit fiscal y comercial. Al primero lo considera la madre de todas las batallas, ya que asegura que es clave para reducir la inflación, la emisión monetaria y la deuda pública. Y el segundo debería ser la garantía de la acumulación de dólares genuinos para asegurar el pago de todas las deudas en moneda extranjera.
Pero ni el respaldo político ni las cuentas fiscales y comerciales positivas lograron llevar calma y estabilidad a los mercados financieros. Desde junio se verifica que está en boga la venta de activos en pesos y la dolarización de las carteras. ¿Qué ven esos inversores y especuladores que deriva en un comportamiento que va en contra de la mirada triunfalista del gobierno?
En pocas palabras, preocupa la falta de sustentabilidad de la deuda pública, que sigue creciendo tanto en moneda local como extranjera. Según la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC), en junio aumentó la deuda pagadera en moneda nacional a $ 166,5 billones, un 4,2% más que en mayo, mientras que la que paga en moneda extranjera ascendió al equivalente a U$S 255.045 millones, U$S 372 millones más respecto al cierre de mayo.
La OPC caracterizó que el “efecto combinado del aumento en el tipo de cambio, la inflación del periodo y la capitalización de intereses” fueron las causas de la suba de la deuda pública. A contramano de lo que el gobierno pretende, debió cancelar el capital.
Camino equivocado
El sostén financiero al gobierno se basó en la idea de que en un plazo relativamente breve la administración de La Libertad Avanza eliminaría el cepo y los controles al movimiento del dólar. Con eso, esperaban la mejora de las cotizaciones de los bonos argentinos nominados en dólares que, al momento de la asunción de Milei, estaban a un 30% de su valor nominal.
Con la suba de valor de esos títulos se reabriría el financiamiento voluntario desde el exterior tanto para el gobierno como el sector privado, lo que aseguraría el refinanciamiento del capital y un nuevo ciclo de endeudamiento.
Ese fue el compromiso de Milei con el sector financiero durante la campaña electoral. Con todo, hay que decir que, en general, el entusiasmo de los mesadineristas no superó el estado de acompañamiento sin garantizar fondos concretos. Todavía se recuerda a Milei asegurando a su entrevistador que podía mostrarle el smartphone en el que tenía el compromiso de un banco del exterior de prestar U$S 15.000 millones para sostener una dolarización inmediata de la economía. Esa plata nunca estuvo y la dolarización se desinfló incluso antes del 10 de diciembre.
El Fondo Monetario tampoco se mostró cómodo con Milei y su plan dolarizador, aunque acordó con el esquema financiero general. También aplaudió el ajuste, porque de esa forma se generaría una recesión que permitiría acumular dólares, vía una caída de las importaciones, y con esas divisas pagar de la enorme deuda que tiene la Argentina con el Fondo. El FMI y los mercados compartían objetivos.
Las decisiones del gobierno fueron las contrarias a esos compromisos. Tras la megadevaluación de diciembre, dejó que el peso se apreciara, con lo que tiró por la borda todo el esquema original. Se volvió cepo-dependiente y cada intervención del mercado financiero debió reforzarla con una nueva medida del mismo tipo. La brecha, ahora estacionada en torno del 40%, es una medida de esta nueva desconfianza. La otra pata es la dificultad del Banco Central para acumular reservas.
En este escenario, no sorprende que el gobierno esté prendiendo velas a un triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos. Pero de acá a noviembre hay una eternidad.
La intervención simultánea del Banco Central y el Ministerio de Economía en el mercado cambiario provocará que el productor de soja reciba menos pesos por cada tonelada que venda para la exportación. Esto ya sucedió durante los últimos días con el valor del dólar blend, que pasó de $ 1020 a $ 1000.
En el sector aseguran que de mantenerse esta tendencia, será más difícil que los productores se desprendan de sus granos de soja, con lo que el ingreso de divisas se haría más precario.
«No vemos previsibilidad ni señales para invertir», dijo el titular de Coninagro, Elbio Laucirica.
Para colmo, los precios internacionales están bajando por el exceso de cosecha de Brasil y Estados Unidos.
Por: Randy Stagnaro