Cuando en los próximos días, o semanas (no más de dos, se calcula), se dé a conocer el detalle del programa plurianual de proyecciones económicas, el mismo que los funcionarios de primera lìnea del Ministerio de Economías y el Banco Central llevan a Washington este fin de semana, hay una cifra en la que se centrará la atención de muchos: la que surja de la curva de exportaciones. Quizás con más racionalidad, la del saldo comercial (la diferencia entre exportaciones e importaciones), porque de algún modo, el argumento oficial ante el Fondo ha sido, a lo largo de estos largos meses de negociaciones, que en la medida que el país alcance un excedente comercial holgado, estará recién en condiciones de destinar una parte del mismo al pago de una deuda mal heredada.
De esa proyección, y del cumplimiento previo de los objetivos de crecimiento y desarrollo con inclusión social, que deberían aparecer como sucesión del actual proceso de recuperación, dependerán los años de «gracia» o espera que reclamará Argentina para empezar a cancelar el capital adeudado.
En los pasillos oficiales se señala una meta optimista de exportaciones por 100 mil millones de dólares a alcanzar en pocos años, partiendo de los 73.000 millones con los que cerraría este año. Quienes barajan esas cifras imaginan el aporte de varios proyectos energéticos en marcha o listos para arrancar (Vaca Muerta, hidrógeno verde, venta de electricidad a países limítrofes con problemas de autoabastecimiento), minero industriales (con el desarrollo de la cadena del litio a la cabeza) y economía del conocimiento (cuyo crecimiento aritmético todavía tiene varios capítulos por recorrer), principalmente. Además, proyectan que la agroexportación seguirá rindiendo frutos tanto en volumen como en valores, ya que imaginan un horizonte de varios años de altos precios para las materias primas y alimentos.
Por supuesto que con recuperación económica y crecimiento, habrá mayor demanda de importaciones. Pero las perspectivas oficiales señalan que el dinamismo exportador irá por delante. Es un modo de responder, además, que no se necesitan devaluaciones para alentar el ingreso de divisas por vía comercial. Es una de las fricciones que, se estima, han sido parte de la pulseada con el Fondo, cuyas recetas tradicionales suelen incorporar un salto devaluatorio o una escalada del tipo de cambio real (crawling peg) para alentar el ingreso de divisas.
No siempre funciona. Es más, en la Argentina, y sobre todo en situaciones de inestabilidad monetaria como la actual, lo único seguro es que ese tipo de remedios acarrean más inflación y otra vez recesión. «Paso», sería la respuesta más conveniente a dar ante tal oferta.
Dólares que llegan y se van
Pero los resultados del comercio exterior no es la respuesta final al grave problema del sector externo (falta de dólares) que padece la Argentina. Así como tampoco la reestructuración de la deuda externa pública (acreedores privados y con el FMI) es la respuesta al problema en su conjunto. Lo demuestra la experiencia, incluso la más reciente.
Repasemos algunos números de las cuentas internacionales de la Argentina. Por ejemplo, del balance cambiario 2020/2021, hasta octubre de este año. Es decir, el acumulado de los primeros 22 meses de gestión de Alberto Fernández.
El balance comercial de bienes y servicios arroja, en esos casi dos años, un resultado favorable de 18.500 millones de dólares. Por sí sola, esa cifra sería auspiciosa y haría pensar en una mejora de la posición internacional, sobre todo cuando dentro de ese período se logró reestructurar la deuda externa del sector público con acreedores privados.
Y sin embargo, el superávit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, del cual la balanza comercial es parte, alcanzó en el mismo período a tan sólo 7500 millones de dólares. Nada menos que: ¡Once mil millones de dólares menos que el balance comercial!
La cuenta corriente refleja los movimientos del comercio más los pagos de intereses por la deuda (los pagos del capital de la deuda van a la Cuenta Capital) más otros pagos corrientes al exterior. Con la deuda con acreedores privados reestructurada, y la deuda con el FMI en vías de negociación antes de que caigan, en 2022 y 2023, los vencimientos más abultados, ¿cómo es posible que se hayan pagado 11.000 millones de dólares en el período?
La respuesta es que más de la mitad de esos pagos son de origen privado. Principalmente, pago de intereses por deudas privadas con el exterior (financieras y comerciales) y pagos anticipados de futuras importaciones.
Es decir, que mientras se cortaba la sangría de pagos al exterior por deuda pública, vía negociaciones o reestructuraciones, esta canilla de los pagos al exterior privados seguía abierta. Y por un compromiso que no es menor: la deuda privada total con el exterior asciende a 80.237 millones de dólares. Es decir, 35.000 millones de dólares mayor que la deuda con el FMI. Y esta deuda privada también genera intereses, también genera pagos corrientes al exterior, también genera pérdidas de reservas y genera presiones sobre el valor del dólar, porque se lleva parte de las divisas escasas.
Entonces, ¿por qué nadie mira para ese lado, el de las deudas privadas, cuando se habla del problema de la restricción externa?
Si no se vigila la pérdida por esta canilla de salida de divisas, que más que un goteo es un chorro permanente, con el aumento de exportaciones solamente no se resolverá el problema. La inundación será inevitable.
Secretos bien cuidados
Los informes sobre la deuda externa privada eran un dato de divulgación habitual por el Banco Central, hasta que ese organismo decidió dejar de publicarlo en la segunda mitad de 2017, bajo el gobierno de Mauricio Macri. Y justo cuando la cuenta de la deuda externa privada empezó a trepar, no casualmente. La gestión Macri-Federico Sturzennegger-Luis Caputo decidió ocultar la información.
La actual gestión del BCRA, que encabeza Miguel Pesce, reanudó su publicación. Así, nos enteramos de otro dato clave. De los 80.200 millones de dólares de deuda de empresas privadas argentinas con el exterior, en más de 33.400 millones el acreedor es una empresa del exterior del mismo grupo económico, la mayor parte de las veces, su casa matriz. ¿Es tendencioso llamar a esto un «autopréstamo»? Es decir, se trata de un pago de intereses «intragrupo», de la filial local a la casa matriz, u otra sucursal de la misma, en el exterior.
Volvemos a las comparaciones: son 33.400 millones de dólares contra los 45.000 millones de la escandalosa deuda con el Fondo. Dada la magnitud de la cifra y la vinculación entre deudores y acreedores: ¿no justificaría una investigación acerca de si no se trata de otra maniobra de fuga de divisas encubierta?
Del resto, hay otros 14.000 millones de dólares en la que los deudores, que giran habitualmente intereses al exterior, son bancos privados. Otros 15.000 millones, aproximadamente, pertenecen a grandes exportadores. Unos y otros, integrantes de una cúpula empresaria que inciden y presionan sobre el gobierno y sus políticas públicas.
Tienen deudas comerciales y financieras que generan uno de los flujos principales de salida de divisas del paìs. Que no se desendeudaron, sino que siguen manteniendo o aumentando la magnitud de sus deudas, justificando más pagos de intereses.
Y volvemos a formular la pregunta: cuando faltan divisas y se enfrentan desequilibrios en los que muchos se escudan para reclamar una devaluación, ¿nadie mira para este sector privado, con puerta de salida al exterior sin llave?
Por: Raúl Dellatorre