La semana fue diferente a lo esperado, eso celebró el oficialismo. La remontada, la bonaerense sobre todo, matizó el escenario electoral. Juntos por el Cambio (JpC) ganó en la sumatoria de los votos en 24 provincias, carente en sí misma de traducción institucional pero que es un termómetro de la voluntad popular. El Gobierno, empezando por el presidente Alberto Fernández, tiene que comprenderlo. Lo sabe. Por eso, el mandatario parafraseó a Almafuerte en el masivo acto del miércoles que también reperfiló su sentido con el veredicto de las urnas.
El ministro de Economía Martín Guzmán. a quien se daba por despedido el sábado a la noche, se consagró a sus labores específicas. Se anunció la inminencia o la cercanía del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Y el pronto envío de una inesperada ley con metas económicas plurianuales.
El Frente de Todos (FdT) perdió el quórum propio en el Senado, el saldo más rotundo salido del cuarto oscuro. No es exactamente la primera ocasión desde 1983 (como reza el lugar común) pero fue regla general en ese período. La excepción sucedió entre 2008 y 2011, en particular desde las “medio término” de 2009. Por votaciones, deserciones, cooptaciones o transfugueadas la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner debió afrontar el “voto no positivo” del entonces vice Julio César Cleto Judas Cobos, ulterior al empate para definir la ley de retenciones móviles. La paridad subsistía cuando la oposición impulsó la ley del 82 por ciento móvil para los jubilados. Cobos desempató, de nuevo. Cristina vetó la norma que los cambiemitas no resucitaron durante la presidencia de Mauricio Macri.
JpC mantuvo su unidad luego de caer en las presidenciales de 2019, no tuvo diáspora ni centrifugación de cuadros o dirigentes. La resiliencia en la malaria fue base del resultado electoral que desata internas indisimuladas, inimaginables con otros guarismos. De cualquier manera la principal coalición opositora cuenta con notables incentivos para no dispersarse ahora. Un interesante artículo de Gabriel Vommaro y Mariana Gené publicado en Anfibia profundiza este punto.
¿Qué festeja el gobierno entonces, se preguntan dirigentes y medios adversarios con bronca que trasunta su malestar transitorio? La recuperación de votos “haciendo política”, caminando el territorio. Autocrítica en los hechos respecto de la campaña para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO).
La historia jamás se repite sin variaciones pero la frase “hay 2023” se sostiene hoy en día.
Los cambiemitas imaginan estar en pole position para dentro de dos años. En 2017 se ilusionaban de manera similar, Picaban en punta, claro que sí… pero perdieron la ventaja en el larguísimo camino.
El Gobierno sabe que las presidenciales las ganan o las pierden los oficialismos. Dicho en criollo: el resultado dependerá de su desempeño, de los resultados propios dirían los futboleros. Buena nueva para Alberto Fernández. La mala nueva, nada menor, viene en combo: “la gente” espera mucho más del oficialismo. Con los indicadores sociales, económicos, laborales y con las emociones colectivas de este fin de año serían opacas las perspectivas en 2023.
El Gobierno debe pegar un salto de calidad en el bienio que viene. Ojalá que siga aminorando o cese la pandemia cuya influencia en la votación fue colosal aunque no hay modo de traducirla numéricamente.
Este párrafo espoilea la columna íntegra a la que se agrega un bonus. Imaginario… apenas. Una ucronía, un relato sobre cómo hubiera sido la semana que hoy termina si se repetía sin retoques la victoria opositora en las PASO.
Ahí vamos.
La semana soñada que no fue: El bicoalicionismo funcionó de nuevo tanto como el voto castigo. Juntos por el Cambio superó la cosecha de las PASO y consiguió la primera minoría en Diputados. El Gobierno retrocedió en varios distritos.
· * El lunes ardían los micrófonos, móviles de radios y canales de cable se trasladaban a la City porteña para transmitir en vivo el alza del dólar blue. Se daba por hecha la renuncia o la eyección de Martín Guzmán. Se divulgaban rumores tan imposibles de confirmar como estridentes: Cristina le bajó el pulgar. El multimedios Clarín insistía en promocionar a Martín Redrado como sustituto. El ex Golden Boy atendía entrevistas, con aires triunfales. Carlos Melconián encabezaba una ofensiva numerosa: el nuevo ministro (“el otro pibe ya fue”) tenía que salir volando hacia Washington enarbolando una bandera blanca para firmar al pie de las condiciones que estipulara el FMI.
* María Eugenia Vidal, aupada por la mitad más uno de los votantes porteños, repetía el planteo de campaña: JxC exigía la presidencia de la Cámara de Diputados. “La gente dijo basta, nos lo reclama” aseveró con sonrisa angelical.
Fernando Iglesias reforzó el reclamo con un simpático acting. Se costeó hasta el recinto, clavó una bandera amarilla en el sillón del presidente clamando “No se habla/con Massa no se habla”.
Macri bendijo la jugada y garantizó que 24 exmandatarios de derecha estarían de acuerdo y, además, corroborarían sus coartadas en las causas penales que se le siguen. Mensajes de oyentes en radios amigables y en un canal (que no sería de Macri aunque lo parece) vitorearon a Vidal.
·* Menos histriónico que Iglesias, el senador Martín Lousteau recaló en el Congreso para reclamar tratamiento sobre tablas del proyecto de ley agitado en campaña. Eutanasia a la indemnización por despido, suplida por un fondo irrisorio y anticonstitucional. La cercanía física con Iglesias facilitó coberturas en vivo, pantallas partidas.
Circunspecto, igualmente enérgico, el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) Daniel Funes de Rioja adhirió a la iniciativa aunque dejando claro que era imperioso bajar otros “costos laborales” y una notable cantidad de impuestos.
· * La movilización a la Plaza de Mayo convocada por la Confederación General del Trabajo (CGT) y organizaciones sociales cumplió el cometido para el que fue pensada. Apoyar a Alberto Fernández en un trance duro y plantarse frente al ataque conjunto de las corporaciones patronales y la derecha política contra añosos derechos y conquistas laborales o sindicales.
La reseña precedente se permite un par de toques imaginativos pero las iniciativas de Vidal, Lousteau, la UIA y la ofensiva para destituir a Guzmán se produjeron en el lapso transcurrido entre las PASO y el domingo 14. Datos fresquitos, no opinión.
Se anidaron los huevitos de serpiente, que cobrarían vida con los resultados apetecidos, los más probables.
El festín se frustró aunque las amenazas conservan vida.
El Fondo y las metas: Fernández anunció en un discurso estudiado y leído, el envío al Congreso de una ley que contendrá los mejores entendimientos con el FMI y fijará metas económicas plurianuales.
Guzmán, quien había anticipado semanas atrás que aspiraba a cerrar trato antes en marzo, dio la impresión de haber adelantado la fecha. La información pública al respecto es, de momento, poco precisa. Tiene lógica la reserva, en medio de las tratativas. Desalienta la posibilidad de emitir juicios terminantes acerca de si se privilegia la deuda social, si se urde un ajuste tremendo y varios etcéteras.
La aprobación por el Congreso es un compromiso del Gobierno, consagrado en una ley. Las metas plurianuales, la novedad. Bien mirada, si el horizonte trasciende los dos años de mandato que le quedan a AF la norma es menos creíble, más derogable.
Varios años sin pagar deuda externa constituyen una necesidad. Aportan a la gobernabilidad que será jaqueada por el establishment económico, la oposición obstruccionista y los medios concentrados.
Pero la espera no basta. El adjetivo “sustentable” aplicado al acuerdo debe significar compatible con mejoras notables para la mayoría de los argentinos. Demasiado padecieron estos años, los prueban los votos opositores (en su totalidad) y el bajo presentismo de los ciudadanos hace una semana.
Sin bienestar y sin redistribución (de las riquezas, del poder y hasta de la dicha) se incumplirá el contrato electoral y, como se escribió líneas arriba, se esfumarán las expectativas para continuar gobernando en 2023.
AF y el ministro fortificado pretenden un acuerdo en el que las “metas” (objetivos) prevalezcan sobre las herramientas (instrumentos). El afán, soberano aún dentro de la debilidad, se contrapone con las clásicas recetas y pactos que se concluyeron con el organismo en dictadura o en democracia. La esperanza de la Casa Rosada y de Economía finca en que el nuevo escenario global y las nuevas autoridades del FMI propicien el viraje.
Habrá que ver.
La Plaza y los datos: Nadie lo reconocerá pero la Plaza del Día de la Lealtad se concibió cuando otro escrutinio era posible. La gente común, los humildes del Conurbano ante todo, la resignificaron. El FdT mostró unidad, entusiasmo.
Las muchedumbres recuperan el espacio público. Las manifestaciones protagonizarán los años venideros superada la cruel pausa de la peste. El oficialismo es fuerte en ese terreno que no monopolizará porque la derecha le tomó el gustito a las movilizaciones y la izquierda lo trajina desde siempre.
La satisfacción por el alivio electoral se combinó con un repunte económico sensible. Crecimiento del PBI y del consumo masivo, resurgir del turismo, afluencia a espectáculos culturales y deportivos, una temporada veraniega estimulante en ciernes. La industria y la obra pública recobran vigor.
De cualquier modo, esos avances no se distribuyen de manera pareja. La vieja estructura productiva, su rehabilitación y eventual derrame no beneficiarán a todos los argentinos. Este cronista insiste a menudo sobre este aspecto, será breve hoy. Solo dirá que discrepa con el presidente cuando afirma que “los salarios le ganarán a la inflación este año”. Puede ser aplicable a los salarios de trabajadores registrados o de una fracción de los empleados públicos, en el mejor de los casos (hasta eso es opinable). Pero los ingresos y la mesa muchos argentinos perdieron contra la inflación.
Es inimaginable un nuevo modelo de desarrollo solo con el despliegue de las actuales instituciones y del sistema productivo real existente que “atrasa” cuanto menos diez años.
El punto da para más, desde luego. Queda para futuras notas.
El dolor y los cómplices: El asesinato de Lucas González consumado por policías de la Ciudad escapa a los hechos más analizados en esta nota. Pero su gravedad, la congoja colectiva que produce y la vergonzosa conducta de ciertos políticos y periodistas impone dedicarle unas líneas, a cuenta de un abordaje más extenso.
La violencia policial o estatal (mal designada como “institucional”) resiente al sistema democrático desde hace décadas. Las uniformados con conductas criminales son realidad en demasiadas provincias, de surtidos signos partidarios. La barbarie en la CABA reedita crímenes conocidos, impunes en muchos casos. Pero hay un par de constantes que atañen a Juntos por el Cambio y su principal dirigencia. La primera, es la obstinación de instigar machaconamente el uso de armas, el “gatillo fácil”. De encubrirlo cuando se produce y hasta de exaltarlo. Los discursos de Macri y Bullrich, siempre. Los de Horacio Rodríguez Larreta… antaño porque ahora se esconde. Los titubeos de Diego Santilli, las remisiones de Vidal a “lo que decida la Justicia” (dentro de unos años, se entiende) configuran un patrón de conducta.
Dieron órdenes a Gendarmería de atacar al grupo de manifestantes que integraba Santiago Maldonado. La jauría generó las condiciones del homicidio. Dieron órdenes a la Prefectura para que disparara contra los ocupantes del predio cuando fue asesinado Rafael Nahuel. Predicaron como un Padre nuestro la “doctrina Chocobar”. Ese comportamiento, sumado a la “doctrina Irurzun”, el encarcelamiento sin condena a dirigentes sociales o políticos opositores, diferencia a los cambiemitas de cualquier otra fuerza con responsabilidades de gobierno.
El otro aspecto es la tutela mediática a Rodríguez Larreta. Para garantizarla se acusó a Lucas y a los pibes que iban con él de ser ladrones. Se igualó a asesinos y víctimas, se fabularon coartadas para los agresores. Se celebró de modo casi incomprensible que el pibe haya muerto por un disparo letal y no por dos. Se disimuló el hecho, se le restó divulgación.
Página 12 resiste un archivo en la lucha contra la violencia policial, en la polémica con dirigentes mano duristas o contemplativos frente a la pena de muerte. De cualquier bandería.
En estos días atroces hay medios y periodistas que no resisten un archivo de horas.
Tampoco es novedad, aunque estremezca, la parsimonia cómplice de integrantes del Poder Judicial que le facilitaron días de changüí (para inventar excusas, para impedir análisis toxicológicos o de alcoholemia) a los policías empoderados, protegidos y tantas veces ensalzados.
Por: Mario Wainfeld