Mentiras y verdades sobre la inflación

El balance es que el número de 2020 fue muy alto (más si se anualiza el último trimestre, período en el que creció a una tasa superior al 50 por ciento) y que la persistencia de la suba generalizada de precios es un grave problema macroeconómico que, por sus múltiples consecuencias negativas, debe ser abordado.

Por qué hay inflación en Argentina

Aunque se trate de una problemática repetida la proliferación de malas respuestas demanda insistir en la pregunta: ¿por qué la Argentina es una economía con alta inflación? Una pregunta que lleva inevitablemente a confrontar con las interpretaciones más tradicionales.

La primera -y muy probablemente la peor de estas interpretaciones– es la que sostiene que la inflación es un fenómeno estrictamente monetario, idea que a su vez se deriva de la “monetización del déficit fiscal”. En su versión más elemental el razonamiento sostiene que el Estado gasta más de lo que recauda y, por lo tanto, se ve obligado a emitir dinero. Como aumenta la cantidad de dinero más que la producción entonces los precios suben. El mecanismo por el que suben los precios sería el aumento de la demanda (dicho de otra manera la teoría cuantitativa es una variante de la inflación de demanda). Los defensores de esta perspectiva no parecen preguntarse por los mecanismos de transmisión. Por ejemplo, preguntarse cómo se transforma la mayor cantidad de dinero en demanda efectiva, es decir cómo llega ese dinero al bolsillo del consumidor. Tampoco parecen reconocer que en la mayoría de los casos (con excepción de los productos “no reproducibles”) el aumento de la demanda no aumenta los precios, sino que dispara el incremento de la producción. Para completar en el mundo real no existe relación estadística alguna entre variaciones en la cantidad de dinero y precios, ni siquiera aplicando el absurdo argumento de los “lags” o retrasos. Debe reconocerse no obstante que esta teoría ya fue abandonada hace tiempo por el mainstream de la profesión y sólo subsiste en las mentes más afiebradas de los autodenominados “libertarios” locales. Todo el edificio se sostiene en realidad por una razón ideológica: el enemigo es el Estado y la única propuesta de política bajar el gasto.

Otra interpretación, que se volvió tradicional entre sectores progresistas, es la de la inflación oligopólica, la que explica que los precios aumentan generalizada y sostenidamente debido a la concentración de la producción en unos pocos oferentes. Así, existirían unos capitalistas oligopólicos malos que se aprovecharían de su posición dominante para aumentar constantemente los precios. La economía más convencional, que suele ocuparse de lo que ocurre en el momento de la circulación, efectivamente explica que los precios monopólicos son más altos que los precios competitivos. Nótese sin embargo que la existencia de un precio más alto (aquel que incluye un diferencial oligopólico) es una cosa bien distinta al aumento constante de ese precio. Pero la refutación más fuerte a la inflación oligopólica es primero fáctica, el capitalismo es oligopólico en todos lados. En todos los países de América Latina, por ejemplo, la oferta de los principales productos es controlada casi por las mismas multinacionales en mercados igualmente concentrados. ¿Por qué entonces la inflación es muy alta en Argentina pero no, por ejemplo, en Perú o Chile? ¿No hay oligopolios en esos países? La noción disparatada de la inflación oligopólica subsiste no porque tenga alguna potencia teórica, sino porque funciona políticamente en tanto permite presentar en términos de buenos y malos un problema macroeconómico complejo. De nuevo, una cosa es la descripción de los oligopolios y la renta oligopólica y otra bien distinta el aumento generalizado de precios.

Otra interpretación, que no es una explicación sobre las causas, sino una banalización del problema, es la que sostiene que no importa la nominalidad de los precios, sino que los mismos no le ganen a los salarios. Se desdeña así uno de los principales efectos reales de la alta inflación, la imposibilidad de recuperar la función de reserva de valor de la moneda. Parece tautológico, pero se trata de un círculo vicioso. Como la moneda local no funciona como reserva de valor la “moneda dura” es la extranjera. En consecuencia el excedente económico, “el ahorro”, tiende a dolarizarse o, como vulgarmente se dice, “se fuga”. Esta situación profundiza por el lado financiero el otro gran problema macroeconómico local, la restricción externa, la escasez relativa de divisas. La economía local no sólo necesita dólares para hacer frente a sus obligaciones externas, sino también para ahorrar. El problema es que profundizar la restricción externa conduce a devaluar la moneda, a su vez una de las principales causas de la inflación.

Pasando a la definición correcta, es decir a la que efectivamente explica el problema y pasa la prueba del laboratorio de la historia, la inflación es un fenómeno de costos. Para el conjunto de la economía puede decirse que la inflación sube cuando aumentan los precios básicos, los que forman parte del precio de todas las cosas y que localmente pueden resumirse en tres: tipo de cambio, salarios y tarifas, incluidos los combustibles. Los básicos tienen además otra característica esencial, cada uno de ellos son en sí variables distributivas y, en consecuencia, llevan en su interior la verdadera causa de la inflación, la puja distributiva. Los salarios expresan la contradicción entre el capital y el trabajo, el tipo de cambio entre los exportadores y el resto de la sociedad y las tarifas entre los firmas energéticas y de telecomunicaciones y, también, el resto de la sociedad. En una economía como la local estos precios están además “acoplados”, es difícil que varíe uno sin que varíen los demás.

Finalmente está el contexto, lo coyuntural que también impacta en costos y que suele llevar a malentendidos como la “multicausalidad”. Si por ejemplo se abre el paquete de la inflación de 2020 se encuentra la importancia que tuvo un precio básico como el dólar, que sin embargo fue compensado por la regulación de tarifas y salarios. Fue la coyuntura de la pandemia la que evitó que los salarios crezcan más que el resto de los precios, aunque desde el cambio de gobierno y hasta octubre inclusive habían crecido el 26,5 por ciento y seguramente tardarán en recuperar la pérdida de los últimos dos meses. Lo mismo puede decirse de la regulación de tarifas y su desregulación relativa el último trimestre. Otro rubro determinante en el IPC fueron los alimentos, que aumentaron por la suba del tipo de cambio, pero también por la disparada de las commodities agropecuarias en torno al 60 por ciento en dólares en los últimos meses, un factor que para el caso argentino podría denominarse “inflación importada” y cuyo desacople será uno de los problemas centrales de la macroeconomía de 2021. La mejora del precio de las commodities es mayor ingreso para los exportadores, pero menor para los asalariados, lo que puede llevar a estancamiento económico.

La síntesis provisoria es que la economía local presenta alta inflación porque no tiene resuelta la puja distributiva que se manifiesta en la variación de sus precios básicos. Coyunturas como las del Covid-19 sólo explican variaciones en el margen, pero no desacoplan la interdependencia de los precios básicos. Por ejemplo, el aumento del dólar se traslada a precios pero inmediatamente ello se traduce en una demanda por mejoras salariales, algo que por ejemplo no sucede en países como Chile, Perú o Brasil. Luego, la falta de definición histórica sobre el modelo de desarrollo se traduce en una falta de consenso sobre el precio del dólar, que se vuelve altamente inestable cuando se lo pretende hacer muy “competitivo”, es decir no está resuelta la puja entre exportadores y nivel de salarios. Estos factores son a su vez sazonados por el problema estructural de la restricción externa que suele resolverse con saltos cambiarios cíclicos, es decir y valga la redundancia, con más puja distributiva en un agotador ciclo sin fin.

Fuente. CLAUDIO SCALETTA para eldestape.com

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