Vivimos como si no hubiera codo y, sin embargo, viene a ser el sostén de la espera. Y no obtiene ningún reconocimiento», dice el escritor argentino radicado en España Andrés Neuman en Anatomía sensible, un libro publicado en octubre de 2019, cuando la pandemia de coronavirus no existía ni en nuestras peores pesadillas. Su defensa de esa bisagra anatómica tiene su título específico: “Reprobación del brazo y alabanza del codo.”
Quizá haya llegado el momento de que ese lugar periférico del cuerpo respecto de la centralidad de los genitales pase a primer plano no solo como pieza anatómica, sino también como superficie erótica. Lamentablemente, su cambio de status se produce merced a una pandemia, pero lo cierto es que hoy los codos se aproximan como en otros momentos se aproximaban una mejilla y una boca o, incluso, dos bocas. ¿Acaso dos desconocidos que a lo largo de la historia se han encontrado en plazas, calles, medios de transporte o cualquier otro lugar público no han sentido el flechazo del amor o el aguijón del deseo y se han besado sin pedirse mutuamente la historia clínica y sin hacer recuento de virus y bacterias?
Es hora de que, tal como pide Neuman, se realicen de una vez por todas “Las revoluciones del cabello”, que se imponga “El hombro interrogante”, que sea posible considerar “La nariz como utopía”.
Suele decirse que detrás de todo periodista hay un curioso, lo que no siempre es cierto, aunque en este caso la curiosidad pudo más que el escepticismo y Tiempo Argentino le preguntó al psicólogo Horacio Bonafina: ¿puede transformarse el codo en una zona erógena a partir de convertirlo en metáfora del beso y/o el abrazo? “Si nos atenemos a la definición freudiana clásica –dice el profesional-, las zonas erógenas son aquellos espacios del cuerpo que tienen muchos receptores, que por lo general son aquellos que tienen mucosas, como la boca o el glande. Lo que sí podría decirse es que hay zonas que son potencialmente erotizables porque allí ya no juega lo orgánico, sino lo cultural que ´fetichiza´ -esa es la palabra exacta- a través de cierto juego de mostración y ocultamiento, otras zonas. El velo, por ejemplo, es un juego entre lo que se muestra y lo que se esconde. En la medida en que el codo comienza a tener mayor protagonismo, como en este momento, existe la posibilidad de que empiece a abrirse al placer. Esto no significa que necesariamente vaya a suceder, pero es lógico suponerlo como posibilidad o como ejercicio literario. Pablo Maurette, por ejemplo, ha escrito un libro sobre la piel, El sentido olvidado. El codo siempre ha sido subsidiario de la mano o del brazo y ahora sale a la cancha. En la novela La felicidad es un lugar común de Mariana Skiadaressis, hay una escena en que la protagonista distingue a su amante verdadero de su clon porque la rugosidad del codo no es la misma en uno que en otro. En este caso, el codo es una seña de identidad.”
Una consulta a un profesional siempre tranquiliza y, en este caso, permite hacer asociaciones sobre espacios del cuerpo, “fetichazados” por la cultura, que se han transformado en zonas eróticas. En el siglo XIX, cuando las faldas llegaban hasta el piso, verle el tobillo a una mujer cuando quedaba casualmente al descubierto era una aventura erótica excitante. En China, los pies de loto, eran el ideal de belleza femenina, un detalle que despertaba la libido masculina, aunque para lograrlos las niñas eran sacrificadas desde la infancia con vendas ajustadas que impedían el crecimiento de los pies, les deformaban los huesos y los volvían inútiles para caminar. Luego de ese proceso de tortura que duraba hasta la adultez, una mujer se volvía más deseable. La costumbre se habría originado en el siglo X y se prolongó hasta finales del siglo XIX. Se la prohibió de manera definitiva recién en 1949. Los inuits se frotan la nariz a modo de beso (¿será el hielo el habitad de las narices utópicas de las que habla Neuman?). Ciertas mujeres judías observantes al casarse ocultan su pelo verdadero con una peluca porque el cabello natural es algo que sólo se le muestra al marido, como si fuera una parte íntima.
Conclusión: cualquier parte del cuerpo es potencialmente erotizable. Incluso erotizan al fetichista objetos que aluden a ellas, desde una bombacha a un zapato. Argumento adicional: en la sociedad capitalista el dinero es el objeto de deseo por antonomasia. Hay unos pocos que lo acumulan de manera desmesurada y se niegan a sacrificar lo que para ellos serían unos pocos centavos para apoyar una causa que podría aliviar el sufrimiento de miles de personas. No es necesario buscar ejemplos en latitudes lejanas, porque los tenemos a la vuelta de la esquina y la pandemia los puso al descubierto. Aunque haya quien disponga de plata para solventar cinco o seis generaciones sucesivas, se niegan a renunciar a cualquier ganancia. Además, de otros epítetos más contundentes, esas personas reciben el nombre de avaros, y popularmente se los conoce como “coditos” o “coditos de oro”, mostrando la relación entre esa zona anatómica y la erotización absoluta del dinero.
Es que el codo, como todo lo que erotiza, está relacionado con el exceso. De quien bebe demasiado se dice que “empina el codo” y de quien tiene muchos años se dice que ya “dobló el codo” de una determinada edad. De los que hablan en exceso se dice que “hablan hasta por los codos”.
Así como Baldomero Fernández Moreno se dedicó a elogiar las vísceras de su amada y hasta le escribió un poema al hueso esfenoides (Esfenoides, huesito misterioso, /calado, aéreo:/¿para qué quieres tus cuatro alas /inmóviles en medio del cerebro?/ Pajarito, pajarito,/ llevarás mi alma al cielo.), muchos otros poetas incluyeron el codo en sus poemas, desde Mario Benedetti en su difundido poema multiplicado en afiches que dice “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”, hasta el maravilloso poema de César Vallejo que vale la pena recordar completo: “París, octubre 1936 /de todo esto yo soy el único que parte./De este banco me voy, de mis calzones, /de mi gran situación, de mis acciones,/ de mi número hendido parte a parte,/ de todo esto yo soy el único que parte./ De los campos elíseos o al dar vuelta /la extraña callejuela de la luna,/ mi defunción se va, parte mi cuna,/y, rodeada de gente, sola, suelta,/ mi semejanza humana dase vuelta /y despacha sus sombras una a una./ Y me alejo de todo, porque todo /se queda para hacer la coartada:/ mi zapato, su ojal, también su lodo /y hasta el doblez del codo / de mi propia camisa abotonada.”
Tal como dijo el psicólogo consultado, el erotismo es un juego de mostración y ocultamiento. Ha llegado pues, la hora de mostrar el codo, la hora de arremangarse, de que nos arremanguemos, pero también de que se arremanguen aquellos que coleccionan dinero en el museo de los bancos y las cuentas off shore, esos a los que les das la mano y se toman el codo, esos que prometen y luego borran con el codo lo que escribieron con la mano.
Pero también ha llegado la hora de besarnos y abrazarnos con los codos porque también las zonas ninguneadas del cuerpo, los pobres de solemnidad que pasan la vida doblándose merecen una oportunidad.
Fuente: tiempoar.com.ar