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La abolición de lo banal

Mariano P. Lanouguere, Subsecretario General de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora; y Secretario del Honorable Consejo Académico de la Facultad de Derecho de la U.N.L.Z. hace referencia al microuniverso de las redes sociales, a la pluralidad de voces que opinan y juzgan sin conocimiento sobre diferentes temas y a la ausencia de criterios a la hora de condenar –mediática y socialmente-, a situaciones y/acciones similares. El especialista habla de la necesidad de “medir a todos con la misma vara”, siendo autocríticos y poniendo en juego valores éticos y morales.

El microuniverso de las redes sociales

La vida posmoderna está llena de trivialidades, hoy exacerbadas gracias al uso de las redes sociales: en microuniversos como Twitter, plataforma que ha modificado los planes de comunicación y Gobierno de muchas administraciones, y que ha llegado a condicionar decisiones políticas, teniendo, según afirman expertos, aproximadamente solo un 50% de usuarios reales. Personas que opinan, sin más, de lo que les place, y entre las que suelen ‘‘triunfar’’, increíblemente, los que detallan cada momento de sus vidas.

Pero, sin temor a parecer un anciano cascarrabias que no logra comprender a ‘‘la juventud de hoy’’, deseo hacer una observación un poco menos obvia que la que se brinda a partir de un pantallazo rápido al ‘‘home’’ de cualquier red social. El tema en agenda es, sin duda, si se debe prohibir el trabajo sexual o si se debe regular.

Detengámonos en como esa discusión, que preexiste al acontecimiento de los últimos días, está en pleno apogeo y es tema de discusión en cuanto foro (virtual o con café) exista. Es nocivo que Jimena Barón, uno de esos caballos en un balcón (nadie sabe que hizo para estar ahí), y sus acciones, espejos perfectos de la banalidad, lo trivial y lo que me gusta definir como la ‘‘meritocracia influencer’’ sean los disparadores de semejantes discusiones, dignas de análisis mucho más profundos, por estudiosos del tema. Básicamente, no por mi persona, que solo se va a dedicar a criticar que el detonante de un tema de agenda nacional sea una pésima (o genial, depende el prisma que se utilice) campaña publicitaria.

Jimena Barón lo logró

Todos sabemos que lanzó al mercado un nuevo disco o canción, y dudo que le pese el precio que está pagando -el silencio posterior solo confirma la satisfacción de un trabajo bien hecho que quizás tenga alguna que otra herida colateral por la condena social de las llamadas abolicionistas – esas personas pensantes que, mediante el uso de la razón, están tomando parte en una discusión que sí es relevante para la sociedad y para el enriquecimiento del pensamiento nacional. El debate, que arde especialmente en redes sociales, incluso lleva a gente ‘‘de a pié’’ a pedirle a estos nuevos famosos efímeros que generaron estas plataformas, que se pronuncien al respecto, como si fueran palabra autorizada. El debate de algo tan importante nos conduce a ver que estamos reemplazando a la gente que se mató adentro de un aula o de un laboratorio para lograr entender al comportamiento humano y como inducirlo al desarrollo y al progreso, y preferimos ver qué piensa un youtuber: a mitad de camino de Idiocracia, la gran comedia Clase C que nadie debería dejar de ver.

Volviendo al debate

El movimiento feminista, al igual que cualquier otra expresión que defienda los derechos de un grupo humano que ha sido o es objeto de discriminación u opresión por otro, merece todo mi respeto y mi apoyo; y por la misma razón que creo que debemos tener en Argentina una Ley de Aborto Legal,  Seguro y Gratuito es porque creo que esta discusión no tiene ni pies ni cabeza: es otra vez la misma historia, no hablamos de que haya aborto o que debamos apoyarlo, solo de entender que pasó, pasa y seguirá pasando, al igual que la prostitución, el segundo trabajo más viejo del mundo.

Así las cosas, solo nos queda pensar en que nuevamente debemos olvidarnos de si nos gusta, nos parece correcto o se lo recomendaríamos a nuestros hijos o hijas. Simplemente debemos entender que sucede y seguirá sucediendo, y que no es nuestra potestad decidir por el derecho del cuerpo de los demás. En última instancia, si vemos como una salvajada que una mujer venda su cuerpo a un hombre, nos quedaríamos también sin los programas con más rating de la televisión argentina y con algo que muchos hemos hecho alguna vez: pagar por sexo. Pocos admitirían que le pagaron a una trabajadora sexual para tener relaciones con ella, pero ¿Acaso ninguno de ustedes tuvo la horrible experiencia de cerrar miles de pop-ups al ver un video porno? ¿Nunca alquilaron una película para adultos o compraron una revista ‘‘para hombres’’? ¿No ven, al cenar, programas donde un montón de gente linda, pero sin talento aparente, baila, canta, patina, escala o dice incoherencias con poquísima ropa? Es explotación, como la que también sufre un trabajador en un taller textil clandestino o una secretaria que constantemente recibe insinuaciones del tipo en corbata que la coacciona.

Es hora de medir a todos con la misma vara

Esta sociedad debe definir su vara, es decir, la moral colectiva con la que juzgara los hechos. ¿Cuánta diferencia hay entre exhibirse en una vidriera de cristal liquido y prostituirse? ¿Por qué no pueden las prostitutas ser unas simples contribuyentes que tributen y tengan beneficios médicos, jubilatorios y previsionales? ¿Cuándo algo deja de ser inmoral y empieza a estar bien? ¿Cuánto tiene que ver el dinero que está en juego en todo esto? ¿Cuándo protegeremos a las trabajadoras sexuales de las vejaciones de policías en complicidad con hombres de la Justicia? ¿Por qué sería tan difícil eliminar al proxeneta o intermediario para erradicar la trata y garantizar que, quien quiera ganar dinero con su cuerpo pueda hacerlo sin peligro de ser vendida como mercancía? ¿Hay proxenetas que conducen programas de televisión? Son preguntas bastantes sencillas de responder.

Debemos definir nuestros principios éticos y morales antes de juzgar. Luego, de manera coherente, es importante utilizar ese palo imaginario para medir a todos de la misma manera, sino, pasará lo mismo de siempre cuando algo no se regula a favor de los más débiles: solo podrán hacerlo o beneficiarse los más ricos y poderosos.

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