Abusos disfrazados de rituales, un secreto a voces que se sostiene en el rugby

Juveniles del Berazategui Rugby Club le muerden la cola al jugador que va a ascender de categoría. Otros cuentan los segundos. Y le dejan la marca de los dientes en los glúteos colorados. Entrenadores «llevan» a debutar sexualmente a menores con prostitutas en viajes con el equipo. Y en grupo. «Los cagan a trompadas y después les meten una manija en el ano –testimonia una persona a Cecilia Ce, psicóloga y sexóloga, que invita a denunciar–. Se la queda el debutante para la próxima iniciación y así se la van pasando». Integrantes de la selección Sub 16 de hockey sobre patines de San Juan le pegan cinturonazos en la espalda al «nuevo». Alaridos entre las risas. Son, apenas, un puñado de casos que salen a la luz en «videos virales» durante los últimos años. En el fútbol, los mayores rapan a los pibes que suben al plantel de Primera en plena pretemporada. Los llaman «rituales de iniciación». «El bautismo». La cultura del deporte, también en Argentina, sistematiza con violencia el pasaje a la adultez profesional.

Los testimonios anónimos se le apilaron a la licenciada Ce. «En mi colegio –dice un testigo–, los del último año de rugby le metieron un palo de escoba a uno más chico en el vestuario y lo filmaron. El entrenador lo vio y no hizo nada. Lo denunciaron los padres del chico». La pareja de una víctima cuenta: «A mi novio lo llevaron a debutar a los 14 años. No sé qué pasó, pero lo condicionó de por vida a la hora de tener relaciones sexuales. Diez años después y con terapia está en proceso de superarlo». Las historias incluyen a otros deportes colectivos, como el fútbol y el handball. Un forward de Albatros, club de rugby de La Plata, le jugueteó en la oreja y le chupó el lóbulo ante los compañeros a Juan Branz, mientras realizaba el trabajo de campo de Machos de verdad, un libro en el que trata de explicar cómo se moldean las masculinidades desde el deporte. Exfutbolista de Cambaceres y doctor en Comunicación, Branz dice que sorteó la situación con humor. Pero que el forward de Albatros encontró rápido otro «sujeto sacrificial» para demostrar que manejaba el vestuario.

«Es la bienvenida –explica el investigador Branz, que puso el ojo y el cuerpo además en Club Universitario y La Plata Rugby Club–. Son jerarquizaciones múltiples y simbólicas. Es un momento liminal, el paso del mundo juvenil al plantel superior. Las prácticas de ese sometimiento para ‘nivelar’ suelen ser violentas y ubican al otro en el silencio. El que habla es el ‘poronga’. Es que no hay mujeres para subalternizar. Y entonces ‘alguien se tiene que sacrificar’ en esos ‘juegos’ homoeróticos. Y siempre está el terror anal. Porque nadie se asume como homosexual». Caio Varela –46 años, brasileño, desde hace siete en Argentina, consultor magister en Relaciones Internacionales– sí se asume como homesexual. Y no sólo: es presidente y jugador de Ciervos Pampas Rugby Club, primer equipo de diversidad sexual en América Latina.

«Nosotros vimos varias veces situaciones muy violentas –cuenta Caio Varela–. Uno de los rituales es pegarle en la espalda al que juega por primera vez. Otro ridículo, una idiotez: que se vista de mujer y pida plata. En general tienen esa perspectiva de generarle algo inolvidable a la persona, de dejarle marcas en el cuerpo. Una vez compartimos un vestuario en Avellaneda Athletic y un pibe trató de escaparse y se chocó la rodilla con un banco de cemento. Lo que era su iniciación quizá fue su jubilación». Otro episodio reciente en un club: tragarse una cucharada de canela, lo que puede traer lesiones intestinales que deriven en internaciones. «El rugby se está transformado en un deporte menos violento –agrega Caio–. Hay mucha gente trabajando internamente para romper con prácticas y esa imagen estereotipada desde afuera. La sensación que tengo cuando veo esas situaciones violentas es la de ‘bancátela, macho’. Y nosotros, desde Ciervos Pampas, planteamos que el deporte es para todes». Ciervos Pampas, que volverá en 2020 a competir en el torneo empresarial de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA), juega con medias arcoíris, como la bandera símbolo del orgullo LGBT. Y fijó como «bautismo» para el compañero que se suma al equipo un abrazo colectivo.

En Inglaterra, George Blackstock denunció en 2015 a Stoke City y al exarquero Peter Fox por «daños y perjuicios» en «ceremonias de iniciación» cuando era un juvenil de ese club de fútbol entre 1986 y 1988. Blackstock contó que Fox lo abusó: que untó un guante con crema de calor y le introdujo un dedo en el ano. También que compañeros le colocaron una tetera caliente en la cola. «Me han destruido como persona»,  dijo Blackstock, que se refugió después en el fútbol de Irlanda del Norte y confesó tener problemas psicológicos y para dormir. La demanda fue desestimada. «La cultura machista del fútbol –dijo el abogado de Blackstock– fue demasiado lejos en Stoke City». Dos años después, la Asociación Inglesa abrió una investigación de ritos sexuales a futbolistas en las décadas de 1980 y 1990. David Beckham admitió que fue obligado a masturbarse frente a sus compañeros cuando debutó en Manchester United a los 16 años. A Paul Scholes lo metieron en un lavarropa industrial: sufrió un ataque de asma.

Entre 2012 y 2017 hubo 70 casos de abuso sexual entre compañeros de equipos en colegios de Estados Unidos, según una investigación de la agencia Associated Press. Sólo la punta de un iceberg. El patrón de los casos: integrantes mayores que sodomizan a menores. Agresores hoy, víctimas ayer. «Llamarlos ritos es algo violento –dice Tomás de Vedia, excentro de San Isidro Club (SIC) y Los Pumas, entrenador de neurociencia–. Supongo que pasaban antes, que es algo viejo que ya no existe. Lo que viví yo era tomar un poco más de alcohol, pero nada más». Francisco Ferronato, médico y capitán de Belgrano Athletic, cuenta que cuando un jugador debuta en la Primera la «iniciación» es raparlo. «No se lo golpea ni se le falta el respeto –apunta Ferronato–. Sé que en otros clubes pasan otras cosas, como tragarse un pececito vivo. Es como un recuerdo, un signo, pero entiendo que puede afectar, y en caso de que no quiera, se respeta. Es más consensuado de lo que parece. Pero en el rugby hay de todo. La cuestión parece pasar por si es ‘macho o no macho’. En un montón de aspectos, el rugby va progresando. Y también se va deconstruyendo, como la sociedad».

 Fuente.  Roberto Parrottino para Tiempo.ar

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