El divorcio entre Macri y el «Círculo Rojo» empresarial

Veían en el ingeniero la manera de desembarazarse de una vez del kirchnerismo y su prepotencia y falta de ética. Aunque muchas habían intervenido en su mecanismo de corrupción, consideraban que se había llegado a un nivel asfixiante, oscuro y desalentador, peligroso para la subsistencia de las compañías. Sabían que había que ponerle un punto final al sistema que Néstor y Cristina Kirchner le dieron a la manera de hacer negocios con el Estado, especialmente en la obra pública, y confiaban en que la gestión de Mauricio Macri traería cambios positivos en ese esquema perverso. En definitiva, ya tenían la experiencia del trato que el futuro presidente había impuesto en sus días de jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y lo consideraban, con matices, el adecuado. Es cierto que el hoy jefe de Estado nunca había sido percibido por los grandes popes empresarios tradicionales del país como un par; como sí lo había sido, y mucho, su padre Franco Macri. Muchos grandes empresarios incluso en plena campaña (en algún que otro off the record perdido) calificaban al entonces candidato de Cambiemos algo despectivamente como “el hijo del Tano”. Franco Macri era muy crítico y directo cuando su hijo se encaminaba a enfrentar cara a cara al kirchnerismo afirmando en reuniones más o menos abiertas que esa decisión sería mala para los negocios de todo el grupo. Sin embargo, a fines de 2014 y comienzos de 2015, Mauricio Macri fue enarbolado como el candidato apoyado por el “Círculo Rojo” empresarial, por delante de Daniel Scioli, quien no lograba mostrarse del todo distante del kirchnerismo puro y duro. La “elección” de Carlos Zannini como su candidato a vicepresidente terminó siendo demoledora para la relación entre el entonces candidato demasiado oficial y el peronismo. Ante este panorama, sin la opción del justicialismo como alternativa, la elección de los privados más influyentes del país era una sola.

El 10 de diciembre de 2015 Mauricio Macri asumió como jefe de Estado, y comenzó lo que parecía una luna de miel entre el nuevo presidente y los representantes de las mayores compañías del país. Especialmente las vinculadas a la construcción, los servicios públicos, la energía, la comunicación y el transporte. Esto es, la infraestructura básica del país. Macri afirmaba en esos tiempos que sólo con su llegada al poder, se generaría una sensación de confianza tan fuerte que, más temprano que tarde, llegarían las tan deseadas inversiones que el país necesitaba. Incluso, en campaña, el candidato les había puesto número: u$s10.000 millones anuales, sólo en los primeros años. Los empresarios que debían decidir esas inversiones, sólo esperaban que cambiaran las tormentosas reglas de juego de los tiempos kirchneristas, que hubiera un reconocimiento formal de la necesidad de cambiar la estructura macroeconómica del país y que, pronto, comenzaran a abrirse los negocios para los diferentes sectores de la retrasada infraestructura de la Argentina.

Los primeros pasos fueron auspiciosos. Se bendijo la salida del cepo y la negociación con los acreedores para terminar con el vergonzoso default. Sin embargo, hacia marzo de 2016, las sensaciones comenzaron a nublarse. La falta de reacción del Gobierno con el avance en el capítulo tarifario, los escasos éxitos en la pelea contra la inflación y la falta de claridad sobre el rumbo definitivo al que apuntaría la economía del país (sumado a cierta debilidad política del Gobierno en un Congreso con oposición mayoritaria), trajeron mucha precaución en esa parte del “Círculo Rojo”. Desde ese momento privó más la prudencia que la acción directa en la aceleración de las inversiones reales. Eran tiempos en que el Gobierno se entusiasmaba ante la primera línea de ingreso de dólares provenientes de bancos internacionales y fondos de inversión extranjeros; que desembarcaban en las playas locales después de casi una década de abandono del mercado argentino. Eran apuestas financieras de eventual rápida salida garantizada. Pese a este detalle, había entusiasmo oficial. En definitiva, un dólar ingresado al país era un dólar contabilizado como activo. Lo que no se percibía, era la presencia de divisas para inversión real o de infraestructura. No importaba. Ya llegarían esos ansiados u$s10.000 millones anuales. Hubo una segunda sensación de luna de miel. Fue entre el 5 y el 7 de abril de 2017, cuando Mauricio Macri fue anfitrión del World Economic Forum (WEF) de Davos en Buenos Aires y donde el Gobierno recreó lo más parecido posible a un “clima de negocios” en el país. En esos días estuvieron en los pasillos del CCK muchos de los más importantes empresarios del mundo. Y todos los del país, incluyendo varios de las nuevas generaciones que tanto entusiasmaban a Macri en aquellos días. El Foro pasó, también las victoriosas elecciones legislativas de octubre de ese año, sin que las inversiones reales se hicieran presentes. Al menos en un volumen significativo.

Fuente. ambito financiero

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