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Piter Robledo y la lógica de La Cámpora camuflada en la mueca antipolítica

“’Acá estamos’ no es militancia rentada. Ni militancia. Si no, empleados estatales que trabajan para la gente. ¿Cuál es la gran diferencia con lo que pasaba antes? Nosotros, Cristina, usamos pecheras para identificarnos como integrantes del Gobierno, porque nosotros alcanzamos a los vecinos los recursos del Estado. Porque estos recursos pertenecen a la gente y no a un partido político, como ocurría antes. Nosotros no pedimos nada a cambio. No pedimos llenar un micro ni presencia en un acto político.”

Con ese manifiesto, expuesto en un video posteado en Facebook para responder críticas de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el subsecretario de Juventud de la Nación y jefe de la Juventud PRO, Piter Robledo, abundó en un relato que le dio buenas ganancias a la alianza Cambiemos en la campaña presidencial de 2015, una línea discursiva que tributó a la idea del cambio que interpretó las expectativas de una porción electoralmente determinante de la sociedad y que –a estas alturas- ya hace tiempo reduce al frente gobernante a una fuerza que es lo que no es; a una entidad definida por la negación más que por una construcción positiva de su identidad. O sea: Cambiemos no es el kirchnerismo. No obstante, en este caso particular al que se refiere Robledo, Cambiemos es igual a La Cámpora.

REMERAS. Alentada pero contenida por Néstor Kirchner –les dijo a los entonces pibes: antes de pensar en gestionar, estudien- y empoderada definitivamente por CFK a partir de 2011, La Cámpora, por impulso del entonces secretario de Justicia, Julián Álvarez, creó y multiplicó los llamados Centros de Acceso a la Justicia: oficinas del Estado nacional establecidas en barrios de alta vulnerabilidad social –las primeras, en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, donde el kirchnerismo intentaba disputar el territorio con los punteros del PRO en el pago chico macrista- que concentraban una prestación multiagencial de servicios: documentación para extranjeros, gestión de beneficios sociales, planes de vacunación, mediación prejudicial y varios etcéteras.

Aunque el crecimiento de la red a buena parte de la geografía nacional terminó por requerir el aporte de recursos humanos de referentes del peronismo/kirchnerismo no necesariamente camporista, la organización creada por Máximo Kirchner aportaba el grueso de los jóvenes que atendían los CAJ.

Esos jóvenes usaban remeras azules con los logos del programa Acceso a la Justicia para Todos. Se identificaban, en jerga pitereana, como “empleados del Estado que trabajan para la gente”.

PECHERAS. El diario La Nación, que se hizo eco de la discusión entre Cristina y Robledo, describió el programa el programa “Acá estamos” como una iniciativa “que parte del Ministerio de Desarrollo Social que conduce Carolina Stanley” y “contempla el envío de 215 empleados con sueldos desde $ 8000 a zonas vulnerables del conurbano bonaerense, Rosario y Córdoba”. “Aunque las zonas elegidas suelen ser desfavorables para el Gobierno en las encuestas, desde el Ministerio aseguran hasta el cansancio que no hay intencionalidad electoral”, agrega.

Los integrantes del programa que dirige Robledo no usan remeras, como sus antepasados de La Cámpora: en cambio, se ponen pecheras con el logo correspondiente. También son azules y también los identifican como “empelados del Estado que trabajan para la gente”, aunque, en este caso, con misiones menos precisas y menos sistémicas.

En una entrevista con el canal LN+, el propio Piter admitió que esos “empleados del Estado que trabajan para la gente” en los barrios vulnerables del Gran Buenos Aires, el Gran Rosario y el Gran Córdoba no son agentes de carrera a quienes se les encomendó dejar sus escritorios e integrar estos “grupos de abordaje territorial”, como los definió. Admitió que fueron reclutados especialmente en las zonas donde realizan esas tareas y que, “bueno, sí, algunos son del PRO”.

Robledo, además, peca de omisión de archivo, en abril de 2015 que, en el marco de la interna PRO entre Gabriela Michetti y Horacio Rodríguez Larreta por la sucesión de Macri en la Ciudad, empleados del Gobierno porteño eran presionados para participar de los timbreos de campaña del entonces jefe de Gabinete y hoy alcalde de la Capital Federal. O sea: empleados del Estado puestos en la calle a trabajar… por Larreta.

COMO DIJO BILL. Dice el dicho popular: si tiene cara de perro, orejas de perro y patas de perro y mueve la cola, es un perro.

Traducido al Clinton antiguo: es la política, estúpidos. Una práctica más vieja que el sol.

Sólo basta repasar la democracia argentina moderna:

A estas alturas, según han ido pasando los hechos que astillan la veracidad del cambio tan enunciado, la impostación PRO va tomando ribetes caricaturescos. Porque, en el terreno de la práctica –de ciertas prácticas-, Cambiemos es igual a La Cámpora. Y Piter Robledo es lo mismo que el Cuervo Larroque.

La diferencia es que el kirchnerismo reivindicaba la política y la utilización de la militancia como fuerza de trabajo –los de las remeras del programa Acceso a la Justicia para Todos se ponían encima las de La Cámpora y llenaban micros para ir a los actos de Cristina-, mientras que el macrismo, preso en su celda discursiva -y en su formación en la empresa privada y en las organizaciones de la sociedad civil, donde no hay militantes sino “voluntarios”, la niega y hasta la demoniza. En el acervo lingüístico PRO –y en el de su base electoral- militante y política son malas palabras.

Cambiemos llegó al poder mandatado para cambiar. La voluntad popular le encargó terminar con el gobierno de la política.

La diferencia, entonces, es semántica, aunque es, fundamentalmente, ideológica. Y se nota en la traducción práctica del eslogan “trabajar para la gente”. Los indicadores sociales serán insumos centrales en el juicio de la Historia.

Fuente: Letra P

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