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Cambiemos: El discurso oficial es monocultivo

Días atrás, la vicepresidenta Gabriela Michetti fue entrevistada por la cadena AlJazeera en lo que constituye una pieza reveladora de las recurrencias y límites de la comunicación del gobierno de Mauricio Macri. La entrevista no tiene desperdicio: Michetti explota el recurso testamental de la herencia recibida que, sostiene, es mucho más pesada de lo que los equipos del PRO “estudiaron”, presenta a la gestión como “gradualista”, resalta que incrementaron los planes sociales para contener la situación social y descalifica las críticas a la actual gestión como propias de un grupo “fanático” que calcula en menos de un 25% de la población. Pero, frente a una periodista que elude las concesiones que suelen dispensarle los entrevistadores locales –por ejemplo, al recordar las revelaciones de los Panamá Papers que comprometen a Macri y a otros funcionarios-, Michetti muestra signos del agotamiento del recurso de compararse con la caricatura que traza del gobierno anterior.

Ese recurso, al que puede aludirse como “perocristinista” (que justifica toda contingencia actual bajo la remanida fórmula “pero Cristina ñañañaña”), resulta todavía muy rentable para el oficialismo, considerado no sólo como la administración estatal sino como un campo de alianzas sociales y políticas en el que destacan los “líderes de opinión” y los medios de comunicación con mayor audiencia. Pero, como se comprueba en la entrevista con AlJazeera, el “perocristinismo” es inocuo cuando no hay compromiso emocional (o pecuniario, o determinaciones contractuales, o condicionamientos profesionales) por parte del destinatario. En efecto, al ser extranjera la periodista, no participa de la instancia de reconocimiento necesaria ni de la trama de relaciones propia de quien desarrolla su oficio en el país, para lubricar la pretendida justificación que ensaya la funcionaria.

No es la primera vez que el Gobierno es incomodado por periodistas extranjeros, que se apartan de la lógica cooperativa en la que suelen basarse, por el contrario, las entrevistas de cabotaje. Es casi una regla periodística que a mayor distancia entre el entrevistador y el entrevistado haya menos complicidades, como demuestra la memorable respuesta “me quiero ir” del ex ministro de Economía de Cristina Fernández de Kirchner, Hernán Lorenzino, a una cándida pregunta sobre la inflación que en 2013 le hizo una periodista griega. En efecto, hay un problema «transversal» a distintas formaciones políticas a cargo del Gobierno que consiste en la falta de cambio de registro por parte de altos funcionarios estatales quienes, acomodados en la zona de confort de sostener un registro que es eficaz en los mediadores de la opinión pública local, no comprenden que son esas condiciones de reconocimiento las que marcan la eficacia de su discurso y no los méritos del discurso mismo (¡no es el texto sino el contexto!). Sin embargo, la producción del discurso oficial en el caso del macrismo difiere de la del kirchnerismo en varios ejes.

Por un lado, como bien observa María Esperanza Casullo, “Cambiemos” fue y es más hablado por otros actores que por sí mismo. Los formadores de opinión son quienes, principalmente, van definiendo las señas particulares del actual oficialismo más de lo que éste es capaz de construir. En efecto, el estamento de economistas, analistas políticos, periodistas, encuestadores con micrófono y columnas en los medios de mayores audiencias moldean un contorno oficioso que, aunque es altamente endogámico, retoma y refuerza con cierta comodidad varios elementos del sentido común “gentista”. Ejemplo de ello es la sobreactuación del recurso testamental de la «pesada herencia recibida» que, si es tan eficaz, es porque es percibido como verosímil por parte de amplias capas de la sociedad.

A diferencia de esta tercerización del argumento político en el discurso oficial, el kirchnerismo desarrolló desde 2003 un esfuerzo inaugural que, aunque también pivoteaba, obviamente, sobre la diferencia con el pasado, fue gestado a partir de la propia enunciación (lo que supone una concepción «propia») e incluso de la institución de una perspectiva ambiciosa y refundacional en términos históricos.

Por otro lado, al contar con ese entorno dirigente que predica en nombre del Gobierno y nutre de ideas y ejemplos a la comunicación oficial, el macrismo no se ve necesitado de consagrarse a la compleja labor de conformar un espacio de medios afín. A diferencia de Raúl AlfonsínCarlos MenemNéstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, quienes –con muy diferentes estrategias, métodos y recursos, por supuesto- se abocaron a la gestación de un campo mediático oficialista, Macri es precedido, al momento de ser elegido presidente, por ese tipo de espacio de cercanía política. Los recursos de la gestión de Macri están más orientados, pues, a la producción de  comunicación segmentada y personalizada a través de redes sociales digitales, siendo mucho más sofisticado y competente al respecto que los gobiernos de su antecesora, gracias, por un lado, a la evolución tecnológica y, por otro, a su propia decisión política.

Ahora bien, en cuanto a la delegación del mensaje masivo en los grandes medios privados, la entrevista con Michetti en Al-Jazeera revela que la palabra extranjera exotiza las reglas del juego establecido por el estamento oficioso que tiene en el recurso “perocristinista” un común denominador. De tan común y rentable hasta el presente, el arco oficialista descansa en su monocultivo y desarrolla pocos incentivos para generar otros recursos que prescindan del “perocristinismo”.

Si bien el humor social mayoritario viene siendo solidario con la explotación del monocultivo argumental, el riesgo para el Gobierno sería su agotamiento, pues, hasta ahora, la creatividad que demostró en las redes sociales no tiene equivalencia en producción de enunciados que asuman otras dimensiones y consecuencias de la realidad socioeconómica por fuera del libreto con el que Michetti fatigó a la periodista de AlJazeera.

Fuente: Letra P

 

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