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De la masacre en París a un peligro creciente, la islamofobia

Un fantasma recorre Europa y no es precisamente el del comunismo que pregonaba, hace ya más de un siglo, Karl Marx. El brutal ataque contra la redacción de la revista humorística Charlie Hebdo parece haber reavivado la llama de un peligroso fenómeno que ya tiene sus años en el Viejo Continente y que preocupa a dirigentes políticos y religiosos: la islamofobia.

Sin ir más lejos, tras el atentado que dejó 12 muertos en pleno corazón de París, una veintena de mezquitas y locales de comida rápida habitualmente frecuentados por musulmanes fueron atacados con bombas molotov y disparos. Lo mismo ocurrió fuera de las fronteras francesas, en países como Suecia y Alemania, donde los movimientos xenófobos y los partidos de ultraderecha vienen creciendo sigilosamente.

El odio hacia el Islam y hacia la comunidad musulmana –cargado de una mirada etnocentrista, occidental y cristiana que no distingue entre el fundamentalismo terrorista y quienes simplemente profesan la religión– experimentó un rebrote tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. El fenómeno llegó al paroxismo en aquel momento: los ciudadanos árabes eran acusados de «terroristas» y se los obligaba a bajar de los colectivos. También sufrían linchamientos constantes e incluso podían perder el empleo que tanto les había costado conseguir por el mero espíritu lombrosiano de sus patrones.

En un informe sobre discriminación, racismo y xenofobia, Doudou Diéne, relator especial de la ONU, resumió en pocas palabras lo que implican esas actitudes islamófobas: «Una hostilidad sin fundamento y un miedo hacia el Islam» que deriva en «la aversión hacia todos o una mayoría de los musulmanes». Prácticas que se repiten cada vez que una organización islámica terrorista se atribuye un atentado, como ocurrió el pasado miércoles, cuando dos hombres entraron a la redacción de Charlie Hebdo al grito de «Alá es grande» y fusilaron a periodistas, dibujantes y policías.

El crecimiento de la ola islamófoba preocupa sobre todo en Europa, donde la religión fundada por el profeta Mahoma es la de más rápido crecimiento. Según el Foro Pew sobre Religión y Vida Pública, el número de musulmanes en el Viejo Continente se triplicó en los últimos 30 años. Representan el 6% de los habitantes de la región y se espera que pasen de las 44 millones de personas actuales a las 58 millones en el año 2030. Sólo en Francia –el país europeo donde tienen más presencia– viven entre 5 y 6 millones de musulmanes, lo que representa el 7% de la población.

Paradójicamente, Francia es uno de los pocos territorios en los que desde 2011, de la mano del presidente Nicolás Sarkozy, está prohibido el uso de la burka y el niqab, las vestimentas tradicionales de muchas mujeres musulmanas, que cubren todo el cuerpo y apenas dejan una rejilla destapada en la zona de los ojos. La legislación fue avalada en julio del año pasado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que dijo entender la necesidad del gobierno francés de prohibir el uso de prendas que ocultaran la cara de las personas para poder «identificar a los individuos» y así «prevenir atentados contra la seguridad de las personas y los bienes».

El tribunal reconoció que la ley podía «tener efectos negativos sobre la situación de las mujeres musulmanas», pero sostuvo que existía una «justificación objetiva y razonable» para apoyarla. Sobre un total de 17 jueces, sólo dos se opusieron: las magistradas Angelika Nussberger y Helena Jäderblom afirmaron que «una prohibición tan general, que afecta al derecho de toda persona a su propia identidad cultural y religiosa, no es necesaria en una sociedad democrática».

El primer país europeo en aprobar una ley de ese tipo había sido Bélgica, en 2010. Sin embargo, un año antes Suiza había realizado un referéndum en el que el 57,5% de la población se manifestó a favor de la iniciativa propuesta por el ultraderechista Partido Popular Suizo, que prohibió la construcción de minaretes, es decir, las torres de las mezquitas musulmanas. Durante la campaña previa al plebiscito, la extrema derecha llenó las calles de carteles en los que se veían minaretes transformados en misiles. Para David Diaz-Jogeix, directivo de Amnistía Internacional (AI), la decisión fue «decepcionante» y «discriminatoria».

Ese tipo de legislación va en sintonía con las declaraciones de distintos referentes de la política europea, que proponen un progresivo cierre de fronteras. Es el caso del premier británico David Cameron, que apoya medidas para disminuir los beneficios sociales que reciben los inmigrantes en su país. El extremo de esa posición es representado en Francia por Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional (FN) que, tras el atentado contra Charlie Hebdo, no tuvo pudor en sugerir el restablecimiento de la pena de muerte, abolida en 1981.

Por ahora, ese discurso constituye un buen negocio en términos electorales para la mujer del FN. En sólo dos años, logró alzarse como la primera opción entre el electorado francés y en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 su partido venció con un 25% de los votos, dejando atrás a socialistas y conservadores. Aprovechando la masacre de esta semana, Le Pen reforzó su discurso y dijo que «el fundamentalismo islamista» está en «guerra contra Francia». Por eso pidió que la dirigencia política imponga medidas de control de las fronteras, refuerce los cuerpos de seguridad y revise las políticas migratorias.

Pese a su trayectoria socialista, el presidente François Hollande viene haciendo caso a las reivindicaciones xenófobas de la líder del FN. Sólo en 2013, Francia echó a 5000 gitanos de asentamientos ilegales en los alrededores de distintas ciudades. Una política defendida a capa y espada por el primer ministro francés Manuel Valls: «La mayoría (de los gitanos) deben ser llevados hasta la frontera (…) Nuestro papel no es acoger a estas poblaciones», declaró el año pasado.

La situación también es particularmente delicada en Alemania, donde el movimiento nacionalista Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) realizó el pasado lunes una marcha en Dresde, donde 18 mil personas se reunieron para rechazar la «islamización» de la sociedad. Si bien es un movimiento por ahora reducido y que no cuenta con el apoyo del gobierno de Angela Merkel, una serie de estudios publicados estos días muestran que el fenómeno de la islamofobia en Alemania es preocupante.

Según el informe de la Fundación Bertelsmann, el 57% de los germanos ve al Islam como una «amenaza» y el 40% dijo sentirse «extranjero en su propio país» por la presencia de los 4 millones de musulmanes que viven en el territorio. Además, el 24% cree que el gobierno debería negar la entrada al país a aquellas personas que profesan el Islam.

El fantasma de la islamofobia no se queda ahí y acapara a casi todos los países del continente. En Italia, los guiños del Papa Francisco al Islam no gustan nada a los sectores más reaccionarios de la derecha vernácula. El líder de la Liga Norte (LN), Matteo Salvini, cargó contra el Pontífice argentino en varias ocasiones y dejó un mensaje claro: «Basta ya de tolerancia.» En los Países Bajos, el líder xenófobo Geert Wilders, fundador del paradójicamente llamado Partido por la Libertad, pidió el cierre de las fronteras de Holanda a los inmigrantes musulmanes y dijo que «Occidente está en guerra», por lo que debería «desislamizarse».

En los últimos días, diversos analistas internacionales advirtieron que ataques como el ocurrido contra los periodistas y dibujantes de Charlie Hebdo pueden propulsar a las organizaciones fundamentalistas islámicas e incluso acrecentar el número de reclutas en sus filas. Aymenn al-Tamimi, experto en grupos milicianos con presencia en Siria e Irak, dijo esta semana que el enorme despliegue de los operativos policiales –en el francés participaron 88 mil agentes– es uno de los factores que «ayuda al reclutamiento» porque puede provocar la ira y radicalización de sectores que hasta entonces eran moderados. El analista agregó que el ataque de París también «sirve de ejemplo a futuros operativos» terroristas.

Ante esa situación, los fieles del Islam que rechazan el accionar fundamentalista y las prácticas discriminatorias hicieron un llamado a la concordia y condenaron el atentado presuntamente perpetrado por los hermanos Kouachi. Naima El Akil, miembro de la Asociación de Chicas Musulmanas de España, dijo a la BBC que Mahoma fue históricamente ridiculizado y atacado, pero recordó que «su respuesta jamás fue violenta». «No encontramos en toda su vida un llamamiento a devolver el insulto con el insulto, ni el ataque con el ataque», precisó.

Mucha agua corrió bajo el puente desde el derrumbe de las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Sin embargo, las cosas no parecen haber cambiado mucho: en 2010, el último informe disponible sobre la estigmatización del Islam indicaba que uno de cada cuatro jóvenes musulmanes de Francia, España y el Reino Unido había recibido un trato injusto o discriminatorio. El tiempo dirá si las dramáticas jornadas vividas esta semana en París serán funcionales a la tolerancia religiosa y cambian el escenario. O si, por el contrario, se convierten en otra buena excusa para aquellos que sólo buscan fomentar el odio entre las personas.

Población musulmana en Europa

El número de musulmanes en Europa se triplicó en los últimos 30 años. Representan al 6% de los habitantes de la región y se espera que pasen de las 44 millones de personas actuales a las 58 millones en el año 2030.

Francia es el país europeo donde los musulmanes tienen más presencia: viven entre 5 y 6 millones, lo que representa el 7% de la población.

Uno de cada 4 jóvenes musulmanes de Francia, España y el Reino Unido recibió en 2010 trato injusto o discriminatorio.

El 57% de los alemanes ve al Islam como una «amenaza» y el 40% dijo sentirse «extranjero en su propio país» por los 4 millones de musulmanes que viven en esa nación.

Miles por la tolerancia religiosa

Unas 35 mil personas se manifestaron ayer en la ciudad alemana de Dresde a favor de la tolerancia religiosa y en rechazo al movimiento islamófobo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida), que todos los lunes marcha en territorio germano contra la inmigración y la presencia de la comunidad musulmana en el país.

«No dejaremos que el odio nos divida», fue el lema de la movilización, respaldada por el primer ministro del Estado federado de Sajonia, el conservador Stalislaw Tillich, y organizada por grupos cívicos y colectivos religiosos. Fue realizada frente a la emblemática iglesia de Frauenkirche, destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y luego reconstruida con donaciones de todo el mundo.

Se trató de la mayor movilización celebrada hasta el momento en contra del Pegida, que el pasado lunes congregó a 18 mil personas en Dresde. La organización xenófoba convocó para mañana a una concentración con crespones negros por las víctimas del atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo.

Le Pen: «Yo no soy Charlie»

El fundador del ultraderechista Frente Nacional (FN), Jean Marie Le Pen, se desmarcó ayer del lema utilizado en homenaje a las víctimas de París, «Yo soy Charlie», y aseguró que no puede defender a un semanario «anarco-trotskista», en referencia a la revista satírica Charlie Hebdo. «Yo no soy Charlie», sostuvo Le Pen, padre de la actual presidenta del FN, Marine Le Pen, en un mensaje subido a su página web. En una muestra más de sus posturas xenófobas, el hombre dijo que el «fenómeno terrorista» en su país está «ligado en primer lugar a la inmigración masiva».

«No voy a pelear por defender el espíritu de Charlie Hebdo, que es anarco-troskista», indicó el ultraderechista de 86 años. Al igual que su hija, el hombre criticóws que su partido no haya sido invitado a la gran «Marcha Republicana» que se celebrará hoy en París. La exclusión está motivada por sus conocidas posiciones racistas.

Fuente: Infonews

 

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