Crujen los engranajes de Estados Unidos

La pandemia, una crisis económica sin precedentes, el racismo que persiste en la sociedad yanqui, el brutal asesinato de George Floyd, un sistema político que viene dando señales de agotamiento y un presidente incapaz de ponerse a la altura de las circunstancias están haciendo crujir los engranajes que mantienen en marcha a los Estados Unidos. El ruido es ensordecedor y resuena en todo el planeta.

Donald Trump dejó claro que su rol en este conflicto no será conciliador. Nadie puede darse por sorprendido. Ayer, ordenó desalojar con gases lacrimógenos a manifestantes pacíficos que protestaban en Lafayette Square, frente a la Casa Blanca para caminar por ese lugar un rato más tarde, biblia en mano, hasta la histórica Iglesia de San Juan. Trump no es hombre creyente, pero sí ha demostrado saber elegir bien sus batallas.

Un rato antes, había amenazado con utilizar el ejército para reprimir las protestas allí donde los gobernadores y alcaldes no tomen las medidas necesarias que garanticen “dominar” las calles. “Soy el Presidente de la ley y el orden”, dijo. El despliegue de fuerzas militares para controlar el toque de queda ya comenzó en en Washington D.C., donde no es necesaria la aprobación de las autoridades locales para tomar esa medida.

Trump, que se resistió durante meses a cerrar a su país para combatir el coronavirus, tardó pocas horas en hacerlo para terminar con el levantamiento civil que siguió al asesinato de Floyd. Su inacción sanitaria costó miles de vidas. Por el contrario, las restricciones no impidieron que anoche las protestas multitudinarias y pacíficas volvieran a desembocar a vandalismo, saqueos y represión en decenas de ciudades de los Estados Unidos.

Más de 4000 personas fueron detenidas por participar en manifestaciones o disturbios desde el miércoles pasado. Sin embargo las autoridades prevén que eso no será suficiente para detenerlas. Esta mañana, el alcade de New York, Bill De Blasio, informó que el toque de queda seguirá vigente por las noches al menos el resto de esta semana. Otras ciudades tomaron la misma precaución o lo harán en las próximas horas.

El fenómeno sólo puede comprenderse en el marco de una sociedad golpeada en simultáneo por la pandemia que dejó un tendal de más de cien mil muertos hasta el día de hoy y una economía que destrozó en dos meses más de cuarenta millones de puestos de trabajo. El coronavirus dejó en evidencia que las desigualdades raciales siguen siendo un problema estructural en los Estados Unidos.

La proporción de muertes de afroamericanos por COVID-19 duplica el peso que tienen en la población del país. Ese dato se replica, individualmente, en 32 estados y Washington D.C. En 25 de ellos, la brecha es superior al 50 por ciento. Hay casos extremos, como Wisconsin, un estado donde la población negra representa sólo el seis por ciento del total, pero sufre una de cada cuatro víctimas fatales a causa del virus.

A falta de una explicación genética que explique esa diferencia, debe aceptarse que se trata de condiciones preexistentes. Los negros en Estados Unidos son más propensos a sufrir enfermedades cardíacas y diabetes, dos de los principales factores de riesgo para pacientes de coronavirus. Además, están (a la par de los latinos) sobrerepresentados en empleos peor remunerados, con peor cobertura de salud y más expuestos al contagio.

Esos empleos, además, fueron los primeros y la mayoría que se destruyeron a partir de la enorme depresión económica causada por la pandemia. A pesar de que los seguros de desempleo y de los cheques de estímulo de 1200 dólares con la foto de Trump, la incertidumbre sobre el futuro para quienes quedaron a la intemperie es enorme. Estados Unidos está lleno de gente que tiene muy poco para perder.

Tampoco puede obviarse en el análisis que un importante sector que participa de las manifestaciones pacíficas y también de las violentas quedó huérfano de proyecto político luego de la segunda derrota de Bernie Sanders en las primarias demócratas. Se trata de un sector que difícilmente acepte un candidato como Joe Biden y no ve un cauce institucional que pueda recoger sus reclamos.

Biden, por su parte, no encuentra un lugar cómodo en el que ubicarse en este contexto, pero por ahora deja que Trump haga su parte y lee encuestas que lo dan como amplio favorito. Ayer dijo en un encuentro de campaña en una iglesia de Delaware que un policía debe ser entrenado para “disparar la pierna, no al corazón”. Hoy dio un mensaje más conciliador, pidiendo una reforma policial y criticando a su rival duramente.

Aunque todavía falta mucho para las elecciones, a comienzos de noviembre, la tensión preelectoral aporta al paisaje apocalíptico. Algunos demócratas confían en que Trump encuentre su final en las calles. Olvidan la lección del ‘68, cuando las protestas violentas que siguieron al asesinato de Martin Luther King abrieron la puerta a la presidencia de Richard Nixon y veinte años de hegemonía republicana.

Trump, por su parte, buscará, con la biblia en una mano y el ejército en la calle, asegurar una reelección que sentía en sus manos hasta que irrumpió la pandemia. No es novedad que en un año electoral, el presidente de Estados Unidos inicie una aventura bélica con fines proselitistas. Sí puede ser la primera vez en la historia moderna que esa aventura suceda en el propio territorio de los Estados Unidos.

Fuente. eldestape.com

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