Diario de la peste: 65 minutos de lectura de cronicas del Coronavirus

Por Maria Seoane para Caras y Caretas

En busca de lo humano perdido

05 de abril de 2020
DÍA DIECISIETE DE LA CUARENTENA.

Así son las pestes: a pesar de la resistencia a computar la vida o la muerte en cifras, se citan porque no son cifras sino precisamente vidas. Nos negamos a que las estadísticas pierdan el latido de un corazón que aún resiste. En apenas una semana se duplicó el número de infectados: la humanidad llegó al millón con 70 mil muertos, pero hubo 260 mil recuperados, inmunizados en rebaño; y la Argentina, invicta en su curva de contagios menor a 45 grados por decisión política, trepó a unos 1.500 quinientos casos con 44 muertos. Impresiona la numeración de la vida y de la muerte. Como impresiona que se debata a escala global, y por supuesto nacional, qué es más importante, si salvar la vida o salvar al capitalismo. Tal vez Albert Camus se equivocó en su novela La peste cuando elogió la solidaridad humana en la ciudad argelina de Orán, invadida por el mal de los protagonistas, el médico Rieux y su compañero Tarrou. Le hizo decir: “En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. ¿Las hay? Somos cíclopes ciegos ante la pandemia del coronavirus, todavía, y las fobias nacionales parecen desmentir el espíritu elevado de no pocos para aferrarse a la solidaridad como una vara mitológica que nos salve del naufragio. Jamás deberíamos acordar con el filósofo rumano Emile Ciorán cuando afirmó que lo que el griego Diógenes buscaba con su linterna era a un indiferente. No. Buscaba a un ciudadano. El griego buscaba al protagonista de la polis, que pudiera elevarse por sobre las miserias de los idiotas, devenidos miserables. Allí, en el fondo de la Grecia fundadora, como en esas latitudes cuando ciudadanos y miserables se enfrentan ante las consecuencias materiales de la peste. Cuando la Argentina de masas, multitudinaria en la costumbre de defender sus derechos de todo tipo –a la vida, la libertad, el trabajo, la salud– deviene en estos días un pueblo de barbijos, hangouts y wasap, obligado a la cuarentena intramuros. Por algo se leyó en Twitter esta semana: “Según la ONU, el coronavirus ya le costó 50 mil millones de dólares a la economía mundial. Cuatro años de macrismo le costaron a la Argentina una deuda de 100 mil millones de dólares”. Los daños autoinfligidos por el neoliberalismo produjeron el costo de dos pandemias para los argentinos: deuda externa y pobreza. Y sí se expresó en el resumen de esta semana cuarentenados: en la tensión entre los indiferentes y los ciudadanos; entre los miserables y los ciudadanos; entre los que tensan la cuerda para abrir la curva de 45 grados a que la epidemia trepe a los 90 grados, como en los EE.UU. de mister Trump o en el Brasil del del indescifrable energúmeno Jair Bolsonaro. Imaginamos por un momento la parca en vuelo rasante sobre las favelas. Imaginamos el Harlem en silencio.

LOS MISERABLES Y LOS IDIOTAS.

Y acá nomás, en esta aldea llamada la Argentina, la derecha imbuida con la sarna del capitalismo financiero feroz, abre sus fauces, avanza con prejuicios y miedos. Remueve el estiércol de los miedos: si no se relaja la cuarentena, nos morimos de pobres y de hambre. Y busca chivos expiatorios falsos: que los políticos donen sus sueldos pero que no se toquen las cuevas financieras de ultramar. Porque estos días fueron alborotados. Cada noche, hubo aplausos para el personal sanitario y de servicios, pero también cacerolazos para exigir que los conductores del Estado en esta crisis, los políticos –en su mayoría militantes, técnicos, científicos, que no tienen acciones como CEO de multiempresas o dólares fugados al exterior– se bajen los sueldos. La Argentina idiota de la antipolítica, desciudadanizada (según los griegos), respondía batiendo cacerolas e impulsada por la derecha de las dos pandemias infligidas, como dice el tuit citado, al intento del gobierno de Alberto Fernández de llamar “miserables” a los empresarios que, como Paolo Rocca –el segundo hombre más rico del país, con una fortuna de más de 9 mil millones de dólares y jefe de la transnacional Techint–, iniciaron la blitzkrieg de echar a 1.400 obreros. El martes, Grupo Mirgor, propiedad de Nicolás Caputo, “el amigo del alma de Macri”, siguiendo los pasos de Techint, despidió a 700 trabajadores. La derecha pandémica de CEO, financistas y ruralistas, PROmovió (siglas del partido de Macri), el estruendo de los balcones para limar la popularidad del Presidente –cercana al 92 por ciento– y avisar: nada de que el Estado avance sobre el derecho sacrosanto de la propiedad. Nada de Estado de bienestar. Nada. Y no sirvió que gobernadores, intendentes, legisladores y funcionarios y jueces aceptaran donar parte de su sueldo para atenuar la furia mediática. Los grandes medios, que insisten que defender a los pandémicos y a los grandes bancos, sobre todo porque tienen en su poder títulos de la deuda argentina, exigieron renuncias varias y enfocaron sus cañones de aire y tinta sobre el ministro de Economía, Martín Guzmán, pieza clave (o hueso duro de roer) en la negociación con los acreedores externos. Los grandes medios o corporaciones mediáticas son accionistas de los fondos de inversión extranjeros que pujan por una quita miserable de una deuda externa ruinosa para los argentinos. Fernández respondió con un DNU: prohibió los despidos por 60 días y presentó el plan de ayuda a las pymes. El jueves 2 de abril, no sólo se recordó virtualmente el aniversario 38 de la infame guerra de Malvinas. Fue, además, el cumpleaños del Presidente, que duerme apenas un par de horas por día. Los argentinos oscilan entre el amor y el odio con facilidad. Sobre todo, cuando el gobierno dio su primer traspié en la lucha contra la pandemia: miles de jubilados se lanzaron a hacer cola en los bancos, que abrían sus puertas luego de un cierre de diez días, para cobrar jubilaciones y el bono especial de asistencia: una la sociedad de romerías surrealistas, con las procesiones de miles de ancianos hacia los templos del capitalismo. Dos días después, el gobierno decretó que el funcionamiento de los bancos era una actividad esencial y no cerrarían. Los fariseos, los que crucificaron a Jesús, usaron ese desfile de los jubilados por necesidad e impericia de un gobierno desesperado por evitar hambrunas y saqueos de los más necesitados, para iniciar su guerrita política con un ejército de trolls. Los periodistas entrevistaron a funcionarios del gobierno y sindicalistas bancarios. A ningún dueño de banco. Pero a la derecha criolla no le interesa la salud ni los salarios de los políticos. Hacía semanas, nomás, se habían opuesto a bajar las jubilaciones de privilegio. Buscan quebrar el espíritu comunitario que generó en gran parte de la sociedad la lucha contra la pandemia. Así las cosas en la aldea argentina, no faltó entre los miserables el gobernador de Jujuy, que echó a 62 inmigrantes al vacío de recorrer juntos en un micro sin protección cientos de kilómetros; o cuando un consorcio de uno de los barrios más ricos de Buenos Aires, llamado por caso Belgrano (el prócer nacional de la Independencia, amado por su inteligencia, su valor, su austeridad y su honestidad), intimó a una médica de un edificio a que no circule ni permanezca en espacios comunes, bajo amenaza de perseguirla penalmente sólo por temor a que trajera del hospital donde atendía el bicho de la muerte. Porque hubo sí un brutal fuego mediático e instalación de prejuicios y miedos: el otro es un enemigo que porta un virus. Como señaló la médica argentina Mónica Müller en su libro Pandemia. Los secretos de una relación peligros. Humanos, virus y laboratorios. “La realidad es que el virus existe y su evolución futura por ahora es un enigma, pero ya está claro que el verdadero brote ha provocado tres síntomas graves: discriminación, xenofobia y racismo. El reflejo primitivo de depositar la responsabilidad en algo o en alguien cuando el temor apremia no es algo novedoso ni exclusivo de la cultura argentina. Desde la aparición de las primeras enfermedades infecciosas todas las sociedades humanas han reaccionado culpando a un grupo étnico o social y aislando o sencillamente dejando morir en soledad a los enfermos”. Son grandes encrucijadas de la condición humana, en que, además, el dolor campea. Porque una de las consecuencias más dramáticas de la peste es que no hay velatorios; a los sepelios pueden asistir apenas tres personas. Y si la muerte fue por la peste, habrá cremación en soledad. Y una fosa común. Sin nombre. Sin más memoria que las que trasmitan, en su finitud, quienes amaron a las víctimas.

GUERRA O CATÁSTROFE.

Insistir con los griegos se impone. Después de todo, fundaron nuestra civilización occidental, que de ella hablamos; que ella padecemos. Porque el mundo se sacude en un mar de eufemismos. Se ha impuesto con inquietante espontaneidad la metáfora de la “guerra” como imagen y justificación de las radicales medidas tomadas contra el virus. Conte en Italia, Macron en Francia, Sánchez e Iglesias en España han declarado la “guerra” al virus o han hablado sin cesar de una “situación de guerra”. Llamar a las cosas por otro nombre, si no estamos haciendo poesía, si estamos hablando, además, de cuidar, curar, repartir y proteger, puede resultar una pésima política sanitaria; una pésima política. Para esta batalla no se necesitan soldados sino ciudadanos; y esos aún se están por hacer. La catástrofe es una oportunidad para “fabricarlos”, escriben los periodistas europeos alarmados por la inmoralidad imperial de aplicar sanciones económicas en medio de la catástrofe, a los países díscolos como Cuba, Irán y Venezuela. Desde Naciones Unidas se ha hecho un llamamiento a suspender temporalmente buena parte de estas medidas que hasta la fecha Estados Unidos, su principal promotor, ha ignorado. Rusia tiene sanciones por la anexión de Crimea; Irán carga con sanciones de Estados Unidos; Cuba sufre las sanciones de Washington desde hace 60 años; también Corea del Norte; y Venezuela, a la que además Trump amenaza con una invasión. Al respecto, el sociólogo brasileño Boaventura de Sousa Santos advierte: “Parece inminente una invasión a Venezuela por parte de los EE.UU. Es un acontecimiento gravísimo, violento, ilegal, cruel, que puede matar muchas más vidas que el virus. Y ocurre en un momento trágico del continente, cuando la opinión pública está concentrada en la lucha contra la pandemia”. El catedrático señala que la razón esgrimida por Trump (narcotráfico) es un pretexto. “La razón real es que los EE.UU. están con una crisis interna enorme, no solamente por el manejo muy desequilibrado de la pandemia, sino también por el declive de la economía frente a una China cada vez más poderosa. Debido a la guerra del petróleo entre Rusia y Arabia Saudita, en este momento el precio del petróleo se vino abajo. Y de tal manera que los EE.UU. necesitan urgentemente tener acceso al petróleo y los recursos naturales de Venezuela, y por eso es la invasión. Lo hacen también en año de elecciones. Esto será una tragedia para el continente.”

México declaró la emergencia sanitaria. En Ecuador y particularmente en Guayaquil los muertos inundan las calles mientras hay dudas respecto de dónde está el presidente Lenin Moreno, supuestamente refugiado en Islas Galápagos. En EE.UU. casi 10 millones de trabajadores y trabajadoras solicitaron beneficios de desempleo en las últimas dos semanas. Es entendible, según señaló la agencia de noticias Bloomberg, que los norteamericanos hayan aumentado el consumo de marihuana y alcohol. Pero será inútil doparse ante la catástrofe. Como señaló Müller en su libro: los virus son eternos, inevitables e impredecibles. Tiene razón cuando cita a Gilles Deleuze: “El secreto del eterno retorno consiste en que no expresa de ninguna manera un orden que se oponga al caos y que lo someta. Por el contrario, no es otra cosa que el caos, la potencia de afirmar el caos”.

LA REINVENCIÓN DEL MUNDO.

Y porque el mundo que conocimos antes de la peste ya no volverá, porque el caos está desatado, no sólo es el turno de la ciencia sino de la filosofía y la política para repensarlo. Esta semana de la cuarentena se conocieron cientos de textos que analizan ese devenir. Para el filósofo esloveno Slavoj Zizek, la peste desencadenó otra gran epidemia de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías de conspiración paranoicas, explosiones de racismo, y más preocupación por el destino de las grandes fortunas que por la vida, pero al mismo tiempo cree en la oportunidad creada por la pandemia, “que también desató otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”. De alguna manera, coincide con el psicoanalista y ensayista argentino Marcelo Percia, cuando en su texto “Esquirlas del miedo” hace un profundo alegato para deconstruir el capitalismo como modo de vida y producción del mundo. “Al daño que sí sabe que está dañando se lo llama crueldad, odio, insensibilidad, blindaje de la cercanía. Tal vez, capitalismo. El capitalismo está destruyendo la vida; entonces, la vida se defiende del capitalismo autodestruyéndose (…) La vida en común no está amenazada por el miedo, sino por la desigualdad. Cuidar la vida supone todavía algo más difícil: la común decisión de cambiar lo que la está dañando”. Y el italiano Franco “Bifo” Beraldi le da la razón en “Más allá del colapso”, cuando acierta: “Después de cuarenta años de aceleración neoliberal, la carrera del capitalismo financiero se detuvo de repente. Uno, dos, tres meses de bloqueo global, una larga interrupción del proceso de producción y de la circulación global de personas y bienes, un largo período de aislamiento, la tragedia de la pandemia… Todo esto va a quebrar la dinámica capitalista en una manera que puede ser irremediable, irreversible. Los poderes que administran el capital global a nivel político y financiero están tratando desesperadamente de salvar la economía, inyectando enormes cantidades de dinero en ella. Miles de millones, miles de millones… Cifras, números que ahora tienden a significar cero. De repente, el dinero no significa nada, o muy poco. ¿Por qué le están dando dinero a un cadáver? (…) Así el dinero es impotente ahora. Sólo la solidaridad social y la inteligencia científica están vivas, y pueden volverse políticamente poderosas (…) Por eso creo que al final de la cuarentena global, no volveremos a la normalidad. Lo normal nunca volverá. Lo que sucederá después aún no se ha determinado, y no es predecible”. Pero esta historia continuará.


Coronavirus, ¿y después?

30 de marzo de 2020
DÍA ONCE DE LA CUARENTENA

Días sin escribir y los muertos trepan. Las cifras son inestables, se computan ya más de medio millón en el mundo, con más de 35 mil muertes y poco más de 150 mil recuperados. Dar el número exacto de víctimas y salvados en una página estática que no se detiene en el minuto a minuto no es real. Lo real es dar cifras que globalizan la tendencia que crece, por ahora. La Argentina llegó, hoy, a los 820 enfermos y tiene ya 23 muertos. Los Estados Unidos son ya el país más enfermo. Hubiera sido necesario que comenzaran antes a protegerse, pero míster Trump vaciló. Tardó en darse cuenta de que si dejaba correr el virus sin decretar la cuarentena iban a morir bajo su mandato más de dos millones de personas. Días sin escribir y los muertos trepan, dije. La escritura no suspende la muerte, sólo la señala pero también la acordona, la trasciende. Es posible la ensoñación: al final de la pila de cadáveres que no veremos como en los campos de exterminio de los nazis, campos de concentración o en valles y montañas durante la Segunda Guerra Mundial, o en los deltas napalmeados de Vietnam, o en las llanuras arenosas y calurosas de hambrunas en África, la humanidad termine declarando que la salud, la educación y los derechos humanos –como se hizo en 1948 luego de los horrores del nazismo, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos– sean patrimonio intangible de la humanidad y sólo gestionados por los Estados post pandemia. La defensa de la naturaleza se impone: en Buenos Aires, por ejemplo, el cielo está más diáfano, con un 50 por ciento menos de producción de gases; en Venecia se ve el fondo de los canales sin góndolas. El aire se purifica; desde los satélites tripulados se ve la silueta nítida de los continentes. ¿Esto podemos esperar de poner en regla al capitalismo salvaje cuando hayamos terminado de llorar a nuestros muertos? Nadie aventura una respuesta definitiva.

¿EL FIN DEL CAPITALISMO?

En todo caso, es interesante la polémica entre los filósofos, el italiano Giorgio Agamben y el surcoreano Byung Chul Han y el esloveno Slavoj Zizek. El italiano teme un avance del estado de excepción, es decir, que las mayorías aplasten en definitiva el ansia de libertad (de mercado y de posesión de bienes y de conciencia) con la excusa de la crisis: lo llamó “la invención de un virus”. Teme que el miedo de los ciudadanos pudiera ser aprovechado por los gobiernos para reducir libertades. En la Argentina, los grandes medios pedían indisimuladamente estado de sitio. El surcoreano, experto en la biopolítica, no cree que el virus pueda ser la causa de un cambio cerval del capitalismo, y el filósofo argentino José Pablo Feinmann tampoco cree que el virus sea el vector del fin del capitalismo. Sus miradas no coinciden con la de Zizek. Es ya evidente que la pandemia está haciendo temblar los mercados. Pero, a largo plazo, ¿el coronavirus podría derribar al capitalismo? Zizek dijo: “El virus puso en evidencia que vivíamos con otro virus naturalizado: el capitalismo. Es una oportunidad para liberarse de la tiranía del mercado”. No cree que el conflicto haga crecer la “solidaridad de los pueblos”. Por estos días la solidaridad es más bien “instinto de supervivencia” y, como tal, “racional y egoísta”. “El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. Obliga a guardar distancias mutuas, no es que permita soñar con una sociedad distinta. China pudo exhibir la superioridad disciplinaria de su sistema con más orgullo por su formación socialista.” El siempre rápido de reflejos Zizek publicó el que seguramente sea el primer ensayo sobre coronavirus. La tesis de Pandemic! Covid-19 shakes the world (¡Pandemia! Covid-19 sacude el mundo) es que la actual crisis sanitaria desnudó las debilidades de las democracias liberales y que el mundo se encamina, entonces, hacia un efecto político positivo. “Barbarie o alguna forma de comunismo reinventado”: tal es la dicotomía que encuentra el esloveno en este crudo y complejo escenario histórico, también inédito.

Chul Han, en cambio, al comparar las medidas de las naciones asiáticas con las europeas, llegó a la conclusión de que la “mentalidad autoritaria” de las primeras genera más obediencia y que Europa “está fracasando” en la batalla: “Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Pero es una de soberanía en vano”. Chul Han cuestionó, además, el modelo de control policial basado en la vigilancia digital que Beijing utilizó para encarar exitosamente la pandemia y que permitirá a China exhibir “la superioridad de su sistema con más orgullo” e incluso exportarlo. Zizek reapareció y contestó: “El comunismo que debería prevalecer ahora no es un sueño oscuro sino lo que ya está ocurriendo. El Estado debe asumir un papel mucho más activo”. Otros filósofos aportan lo suyo al debate: el italiano Ricardo “Bifo” Berardi sostiene: “El capitalismo se encuentra en un estado de estancamiento irremediable. Nos fustigaba como a animales de carga, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo imposible”. Y la estadounidense y feminista Judith Butler reafirma que “el virus quita el velo a aquello que ya estaba –y estaba mal– o lo acentúa de manera radical. La igualdad ha vuelto al centro de la escena como una necesidad”.

VIRALIZAR LA REVOLUCIÓN.

Lo cierto es que no se puede dotar a un virus de una determinación revolucionaria. Pero si Hobbes construyó en Leviatán la teoría de la necesidad del Estado como resultado del miedo de los humanos a los otros humanos, la producción “positiva” del coronavirus ¿puede ser la generación de nuevas formas de Estado? Vale la pena citar la nota de Feinmann publicada en Página/12 el domingo 29 de marzo (https://www.pagina12.com.ar/256018-pandemia-muerte-y-capitalismo): “Si algo hace grande a la condición humana es que el hombre muere y sabe que muere. Vivir pese a la certeza de la finitud es heroico. De aquí que nos pasemos la vida soterrándonos en uno y mil problemas cotidianos, inmediatos, a la mano, con tal de no pensar nuestra finitud. El virus termina obligándonos a una introspección que hemos buscado eludir siempre, ya aturdiéndonos con las mercancías, la tevé, internet, el sexo, las drogas. Cada uno averiguará a dónde lo conduce esto. Algunos se calman pensando que el virus nos va a llevar a un mejor horizonte, un mundo distinto. Puede ser, pero no es seguro. Nada de esto es seguro y es arduo de creer. El capitalismo ha superado muchas pestes desde su primera globalización en el siglo XV. Ha castigado a la humanidad con el colonialismo, con las guerras y con el egoísmo teórico y práctico. Porque el egoísmo, la codicia, son los conceptos fundantes del capitalismo. El socialismo buscó basarse en otros valores, pero se extravió con la teoría de la dictadura del proletariado y la violencia del Estado del partido único. Como sea, tiene mejores conceptos que el capitalismo para enfrentar una peste como la que hoy sufrimos. El papa Francisco, cuyas raíces están en el peronismo, dijo ‘Nadie se salva solo’. Y lo dijo porque es un populista de izquierda en un mundo entregado al endiosamiento del mercado y el juego infinito y sin límites de las finanzas de los poderosos. Ese mundo quizás salga debilitado de la pandemia. Pero se va a rearmar para volver. De los sujetos libres de este mundo en peligro dependerá que eso no ocurra. No de una pandemia”.

Vale la pena citar, también, parte de un largo texto del filósofo Ricardo Forster, asesor del presidente Alberto Fernández, sobre la encrucijada del capitalismo, cuando como el gran Walter Benjamin cree que la historia de la cultura se devela pasando un cepillo a contramano de la barbarie que esta vez –por qué no– corporiza la desesperación humana por la invasión del Covid-19: “Mis inclinaciones benjaminianas me ayudan: siento que estamos en el interior de una ruptura, que el giro de los tiempos es inevitable y que lo nuevo está allí muy cerca y muy lejos. Aunque muchos repitan, casi al unísono, que la consumación de esta pandemia terminará favoreciendo la exponencial concentración de la riqueza y la solidificación de Estados más autoritarios y vigilantes. Sospecho de esas lecturas fatalistas y lineales pese a que guardan, como no podría ser de otro modo, una posibilidad más que cierta y desmoralizante. ‘Que todo siga igual, a eso llamo el infierno’, escribía Benjamin en otra encrucijada histórica. Que el Covid-19 sólo deje a su paso una estela de muerte, miedo y ampliación de los poderes reales resulta espantoso. Intento vislumbrar un giro de los tiempos, un cruce del Rubicón, tal vez una toma de conciencia que atraviese al planeta y ponga en entredicho la continuidad sin más de lo mismo, que puede tener su rostro estadounidense o su rostro chino. Algo nuevo y distinto, pero también arcaico y conocido se mueve en el interior de sociedades en cuarentena. El temor que está a flor de piel, listo para mutar en terror y acabar como aceptación pasiva de lo peor. Pero también la apertura de algo otro, revulsivo, crítico y novedoso que sólo puede emerger en los momentos de dislocación y ruptura, cuando lo inesperado hace su aparición y desarma certezas y realidades naturalizadas. No sé, apenas si lo puedo intuir, cuánto de oportunidad trae aparejada la vivencia del virus y de su expansión aparentemente indetenible. Lo único que parece estar garantizado en la historia es la repetición de lo peor; lo demás carece de toda garantía y es apenas una débil posibilidad que dependerá de nosotros que, eso también lo sabemos, no somos ejemplo de rebeldía en un mundo domesticado por el llamado al goce consumista y al hedonismo individualista. Ir, una vez más, contracorriente para romper el decurso lineal de los acontecimientos”.

LA BOLSA O LA VIDA.

Así es. ¿Qué nos salvará? No es la creencia en lo divino, claro. En cada noticia que buscamos en los diarios desearíamos encontrar los avances en la producción de una vacuna contra el virus. Es más, saludamos cada experimento en la aplicación de placebos. Igual, difícil no recordar la imagen tremenda y desoladora del papa Francisco –un jugador de la liga mundial antineoliberal– la noche de la misa en el Vaticano, monumentalmente desierto, por primera vez en la historia contemporánea. Porque el virus suspende muchas cosas y no sólo la vida cotidiana. Suspende el presente. Pero no el pasado. Reconfigura el futuro, incluso de las creencias más antiguas. Porque la batalla –como San Agustín sabía– entre la ciencia y la religión reflota. Recuerdo el final de El nombre de la rosa, extraordinario libro de Umberto Eco. Y su final en latín: “Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemos”. O “De la primitiva rosa nos queda únicamente el nombre”. ¿Así será con el coronavirus cuando su secreto se nos haya revelado?

En tanto, en el alerta profundo del pensamiento crítico, se anuncia un desastre en la economía mundial. Y eso implica hambre y desorganización de la vida tal como la conocimos. Frente a esto, los Estados contestan con sus dirigencias de distinta manera. En la Argentina, hasta ahora, dice un cronista, el Estado da respuestas, el Gobierno se muestra activo, trabajando día y noche, transmitiendo sensatez y calma. Las organizaciones sociales y religiosas cooperan. La sociedad civil se conduce con templanza y dosis altas de cuidado recíproco. Para hacer el conteo de infractores versus cumplidores tiene que entenderse que hay 45 millones de habitantes. Los violadores de reglas o leyes son un porcentaje mínimo.

¿El virus es de izquierda o de derecha?, cabe preguntarse vanamente. Lo cierto es que la derecha política, los rezagos de neoliberalismo doméstico en la Argentina, a juzgar por el comportamiento furioso de muchos empresarios que cesantean a obreros, o quienes hacen escalar el precio de frutas, verduras, servicios y bienes indispensables, parece no temer que millones de pobres se mueran sino que se rebelen por hambre. El CEO de Techint, Paolo Rocca –uno de los empresarios más ricos, cultos y poderosos de la Argentina–, se ubicó a la vanguardia de la repudiable minoría cuando cesanteó a más de 1.400 obreros y a quienes el presidente Alberto Fernández denominó “los miserables”.

Porque la barbarie está a la vuelta de la esquina: “La peste azuza la codicia empresaria, la urgencia irracional de remarcar artículos estratégicos de primera necesidad”, dijo Alberto Fernández. Y también dijo que no lo permitirá. Por eso, el gobierno argentino fuerza la máquina de la economía por la demanda y no por el fortalecimiento de la oferta de bienes. Por eso envía señales de que se tirará plata de los aviones si fuera necesario para ello; que haya una renta universal para sostener la demanda agregada de bienes. Se tiene la certeza de que en la Argentina nadie se morirá de hambre. Si la gran burguesía agraria y financiera se retobara, queda el poder del Estado para avanzar en expropiaciones y nacionalizaciones. O, también, para socorrerlas con paquetazos de rebaja de impuestos y contribuciones. Es una vía abierta, claro. Pero los muy ricos, los poderosos empresarios de la timba financiera y la fuga de capitales ¿acaso temen más a expropiaciones y nacionalizaciones que a la rebelión de millones de hambrientos? No hay lógica en el capitalismo tal como lo conocemos, porque les temen a las dos con la misma intensidad. La deuda mundial suma 253,2 billones (millones de millones) de dólares en 2019, equivalente a 322 por ciento del Producto Global. Con más de la mitad de la economía mundial paralizada, y más de un tercio de la población mundial en cuarentena, los deudores no podrán pagar ni intereses ni capital de los créditos. Los paquetes de rescate anunciados son insuficientes si los motores de la economía no vuelven a funcionar, dicen. Por ahora, la respuesta de cada gobierno en el mundo es distinta. La Argentina está señalada como el país más humanista hoy (en eso se baja cierta épica nacional). El gobierno argentino figura en lo más alto de la evaluación sobre el manejo de la crisis, y por eso la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo eligió como uno de los diez países para realizar las pruebas que aceleren el registro de avances en los experimentos para curar la pandemia. Y, también, así es la evaluación realizada por la Confederación Sindical Internacional, la mayor organización laboral del mundo. De su evaluación se desprende que la Argentina, Canadá, Noruega y el Reino Unido, en este orden, son los únicos del mundo que cumplen en cuidar la vida, los alimentos, la salud y la contención de sus habitantes. No es la primera vez que la Argentina se destaca en sus pasiones y posiciones humanitarias: ya lo hizo en el siglo pasado cuando juzgó y ahora, en este siglo, cuando levantó el monumento civilizatorio del Nunca Más a los crímenes de Estado, superando en profundidad al Tribunal de Nüremberg. La Argentina sumó a la doctrina internacional la figura de “genocidio político” como su contribución más profunda al humanismo universal.

En la vida cotidiana, las comunicaciones siguen intensas entre los cuarentenados. Cada día se siente cómo baja la potencia y velocidad en el servicio de internet por la gigantesca demanda. Pasar de la comunicación personal de millones a la virtual es inesperado y allí, como en el sistema sanitario, la humanidad tampoco estaba preparada para una pandemia. La humanidad, y nosotros dentro de ella, somos unos entenados voluntarios. Las derivaciones psíquicas-sociales del aislamiento comienzan a agobiarnos. El decurso del tiempo diario pierde precisión. También al presidente Alberto Fernández lo afecta, se dice, ya que duerme sólo un par de horas. Pierde precisión pero incuba cierta violencia intramuros. Se producen alteraciones domésticas o intrahogar preocupantes. El presidente de Italia, Giuseppe Conte, le contó a Fernández que en su país –el más afectado luego de China y los EE.UU. por lo menos con 10 mil muertos–, escalaron la violencia familiar, los homicidios y los suicidios. Hay preocupación en el movimiento de mujeres en la Argentina. Hay un llamado a la protesta en los balcones porque hubo once femicidios en apenas diez días de encierro. La violencia interna por el encierro se torna hacia otro cuerpo en conflicto: el enemigo interno, la fuente de angustia se redirige. Se escuchan las recomendaciones de psicólogos: hacer una rutina propia y mantener los ritmos familiares conjuntos. Una recomendación para las clases medias, claro. De cualquier manera, comienza a sentirse esa vaga sensación de depresión que se mantiene a raya –una sublimación del miedo que desorganiza la vida– pautando horarios de lectura, escritura, gimnasia. Hay una cita colectiva diaria en los balcones: la gente aplaude con emoción el trabajo solidario de los médicos y de todo el personal de servicios denominados esenciales que no se detuvieron. Emociona, también, que hayan regresado voluntariamente para sumarse a la tarea ciento veinte médicos argentinos que estaban en el exterior.

TAMBIÉN ESTO PASARÁ.

Hoy comenzó la prolongación de la cuarentena social obligatoria hasta después de la Semana Santa, a mediados de abril. Ayer, domingo, AF dejó algunas definiciones de lo que hará: más subsidios, más dinero como maná sobre pequeñas y medianas empresas, más sanciones al agio que aparece como mantra en los precios de verduras y frutas. Comienza una lenta escasez de productos industriales. El Presidente tiene altos niveles de aprobación en cómo lleva adelante la crisis, incluso de los votantes de su competidor anterior, Mauricio Macri. Millones consideran una suerte no ser gobernados por esa especie de gerente inculto con ideas neoliberales muy elementales, por cierto, e iguales a las del nefasto presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a quien se le rebelaron casi todos los gobernadores para salvar a la población del darwinismo pedestre de un violento. Fernández seduce con su equilibrio y bonhomía. Se dirige a los argentinos como un profesor paternal. Mientras promete duros castigos a quienes lucren con las necesidades de la gente. Está preocupado por el curso de la crisis en el conurbano, donde se concentra el 30 por ciento de la población argentina. Allí los pobres deben hacer colas y tienen trabajos temporarios. La batería económica del Estado ayudará. Pero el devenir es un pasadizo secreto. En lo que depende de la voluntad política, además de la medidas económicas y sociales en curso, el Presidente de los argentinos dijo: “Una economía que cae la podemos levantar, pero una vida que perdemos no la recuperamos más”. Este sentimiento profundamente solidario resistirá la prueba de las pasiones feroces del capitalismo. Porque, debe saber el Presidente, los grandes empresarios siempre están dispuestos a defender con furia sus ganancias extraordinarias. La historia argentina lo demuestra, de los golpes militares al Estado terrorista que impulsaron.

Otra vez, sin embargo, la gran deudora del sur, como definió Sarmiento cuando la Argentina aparecía ya en el siglo XIX con una impagable deuda externa producto del colonialismo vernáculo, se transforma en una acreedora moral del mundo como con el Nunca Más. “El Estado va a estar más presente que nunca para que nadie sea desamparado y para que a nadie le sea permitida la miserabilidad de especular, de subir precios, de dejar a los argentinos sin trabajo. Por eso, esta pandemia tiene que servirnos como enseñanza. Nuestra subsistencia depende de confiar en los demás. Depende de cuidarnos para así, cuidar a la comunidad a la que pertenecemos. Depende de apartarnos del egoísmo para seguir la regla de la solidaridad. Nadie se salva solo. Y la Argentina es nuestra casa común.” La intemperie viral será la economía, pero la política puede ir por sus fueros: es el mundo de la cultura y del trabajo el que debe tallar. Hay que defender sus valores con uñas y dientes, y una enorme pasión por lo que nos hizo humanos. Y, entonces, es bueno recordar. Escribí en Twitter: “La inspiración de Cristina Fernández de Kirchner al elegir a Alberto Fernández es la demostración cabal de que ella ama a su pueblo más que a sí misma”.

Algo más, algo importante. Los adolescentes ya arman en sus celulares y en sus computadoras “la coronafiesta” virtual con la aplicación Zoom. Es un alivio saber que la vida continúa, que la vida se abre paso, siempre, aunque a veces me sienta como el personaje del científico de la película El núcleo, que a punto de morir encerrado en una cápsula que va a estallar, sigue dictándole a un pequeño grabador de mano sus conclusiones de por qué aunque él muera el mundo podrá salvarse. Eso es, sin duda, este diario.


 Las miserias humanas

26 de marzo de 2020
DÍA SIETE DE LA CUARENTENA

Escuchamos al Presidente AF. Vimos las estadísticas del mundo de la pandemia: 383.791 enfermos; 24.073 muertos; 12.3942 recuperados. La Argentina, todavía rankea bajo: 589 casos, 12 muertos y 72 recuperados. Las cifras del séptimo día conmueven porque la curva no desciende. Y los Estados Unidos superaron a China en enfermos. Y en un solo día tuvieron un 30 por ciento más de muertos.

Hay una dirección donde seguir el saldo de esta batalla en tiempo real: https: //www.covidvisualizer.com. Duelen nuestros muertos y duelen todos los muertos. Duele la querida Europa. Imposible no transcribir la cartawasap de una querida amiga, periodista de la RAI, ya jubilada, en una comunicación desde Pratti, cerca del Vaticano. “Situazione brutta. Stiamo chiusi in casa, uscendo due volte a settimana per fare la spesa, con mascherina e guanti. Non si può’ fare nulla. La prima settimana e’ passata con disinvoltura, grandi letture, lavori dimestici, cucina. La seconda con un calo fisico e psicologico. La terza con sottile depressione. Certo, a casa si può scrivere, studiare, comunicare con internet, ma e’ la reclusione che pesa sul cervello…. qui si esce solo per buttare l’immondizia davanti a casa. Poi si rientra precipitosamente. Se vedi uno passeggiare, attraversi la strada per non incrociarlo… i contagi aumentano, le città’ vuote sono fantasmi, come in tutto il mondo. Gli ospedali del nord Italia sono al limite, medici e infermieri lavorano ininterrottamente da settimane. Sono cose che sai certamente. Quello che e’ difficile da spiegare e’ la sensazione di “assedio” e le paure interiori… ti abbraccio forte.” La vida cotidiana es común en su descripción, en cualquier parte del mundo. La reclusión, la crisis sanitaria… Pero adelanta aquello que culpabiliza: eludir el contacto con el otro, presunto portador del virus. Y las formas que toma el miedo a la muerte: la sensación de asedio, de estar rodeados por un enemigo que viene a matar y del cual aún no podemos defendernos más que dejándonos caer en una especie de vida latente. Es un temor impreciso a todo lo ajeno a nuestro cuerpo, un cansancio existencial ni siquiera limitado, combatido, por la rutina de la vida cotidiana. Porque para sentirnos vivos, debemos tener la certeza del futuro. No poder planear, mirar hacia adelante, aterra. Un temor, dice, que es difícil de explicar. ¿Sólo lo pueden hacer, minutos antes de morir, los condenados a muerte? No, sólo se puede sentir. Y punto. Freud lo dijo: imposible pensar en la propia muerte.

Pocas veces los humanos estaremos más convencidos de que si por algo nos elevamos del mundo animal fue por la ciencia y la técnica para sanar y para comunicarnos. Primero, fue la palabra. Pero ¿qué haríamos ahora sin los biólogos, los médicos, los respiradores y la medicina? ¿Qué haríamos sin internet, sin la fibra óptica, la comunicación a distancia? Sin Skype, Zoom e Instagram, por ejemplo, y cualquier aplicación que rompa el aislamiento. Virtualmente juntos, pero juntos al fin. Lentamente, la humanidad toma conciencia de su vulnerabilidad filogenética. Porque esta es una guerra sin armisticio. Se gana o se pierde. Hay vacuna o se muere en cada ataque masivo del virus. Y la teoría de Darwin se actualiza día a día: vive el más fuerte. Pero digamos que los humanos deben reinar, como sea, en especial en el mundo de la palabra donde se tiene la hegemonía universal. Ese parece ser el caso de la RAE que, en medio de la pagura mundial, necesitó precisar que la forma correcta de hablar sobre el virus es en femenino. Es “la” y no “el” COVID-19. Argumenta que «si se sobrentiende el sustantivo tácito de enfermedad, lo más adecuado sería el uso en femenino: la COVID-19». Amén. Pero nuestro movimiento de mujeres tal vez tenga algo que decir de empardar el género femenino al agente mortal de la peste.

En la Argentina, en tanto, el Presidente AF parece ser elegido como el líder del equipo mundial de quienes eligen no sacrificar la vida de su pueblo antes que defender a rajatabla la intangibilidad de las leyes económicas. Hubo una reunión virtual del G20. “La urgencia que marcan las muertes, nos obliga a crear un Fondo Mundial de Emergencia Humanitaria que sirva para enfrentar, mejor equipados de insumos, el contexto que vivimos”, dijo AF a los otros líderes. “Enfrentamos el dilema de preservar la economía o la salud de nuestra gente. Nosotros no dudamos en proteger integralmente la vida de los nuestros”, resaltó y agregó que «el tiempo de los codiciosos ha llegado a su fin. Como enseña el Papa Francisco, tenemos que abrir nuestros ojos y nuestros corazones para actuar con una nueva sensibilidad”. Tal vez por esto, un sondeo de opinión reveló que Alberto Fernández tiene el porcentaje de adhesión más alto de la historia de los argentinos. El 92 por cierto cree que está manejando bien la crisis. En cuanto al paquete de medidas oficiales, más allá de la cuarentena, incluye suspensión de clases, restricción del transporte público y cierre de comercios, entre otras, el apoyo llega al 94,7 por ciento con apenas cuatro por ciento de rechazo. La consultora Analogía apunta al debate más profundo que se da en todo Occidente. Esto opina la mayoría de los argentinos: “En un marco de excepción aparecen de manera nítida las opiniones mayoritarias acerca de la centralidad del rol del Estado, y la necesidad de que intervenga directamente en el control de actividades estratégicas para la población. Asimismo hay gran acuerdo sobre implementar políticas novedosas y arriesgadas, como también posponer todos los pagos de deuda externa. Coincide esta visión con una preocupación muy pragmática acerca de las consecuencias grandemente gravosas que tendrá la pandemia por el parate de la actividad económica. La reciente medida de subsidio para los trabajadores informales tiene un importante apoyo.” No es esto en lo que creen ni Trump, ni muchos de los célebres economistas y teóricos estadounidenses e ingleses, padres dilectos del viejo Friedrich von Hayek, para del neoliberalismo salvaje de postguerra, que odian al teórico económico del Estado de Bienestar, John Maynard Keynes, a quien los argentinos adoptamos como oráculo- durante los gobiernos peronistas- y ahora, en estos tiempos pandémicos: más Estado, más protección social, más salud y educación pública. Más inversión del Estado para sostener la ciencia, la tecnología y sobre todo la producción dado que el 75 por ciento de la producción interna lo producen las pequeñas y medianas empresas. Claro, no es lo que opinan algunos periodistas argentinos columnistas de los principales medios o corporaciones de medios de la Argentina, tan preocupados por el curso errático del capitalismo financiero al que tributan desde sus páginas y desde sus negocios vinculados a la renta agroexportadora y bancaria.

Una defensa que la marcha de la pandemia demostrará como inútil. El economista y periodista Thomas L. Friedman, una de las voces más escuchadas de los Estados Unidos y tres veces Premio Pulitzer, escribió en The New York Time sobre las consecuencias que sobrevendrían de continuar con la economía cerrada absolutamente por la pandemia del coronavirus. Llega a preguntarse lo siguiente: “(…) Si podemos minimizar quirúrgicamente la amenaza de este virus para las personas más vulnerables mientras maximizamos las posibilidades de que la mayor cantidad de estadounidenses posible vuelvan a trabajar de manera segura lo antes posible. Un experto con el que hablo a continuación cree que eso podría suceder en unas pocas semanas, si nos detenemos un momento y pensamos de nuevo sobre el desafío del coronavirus.” Habla del epidemiólogo John P.A. Ioannidis, de Stanford, que sostiene que la tasa de mortalidad del coronavirus puede ser apenas del 1 por ciento, es decir, de unas siete millones de personas. “Si esa es la tasa real”, escribió Ioannidis, “cerrar el mundo con consecuencias sociales y financieras potencialmente tremendas puede ser totalmente irracional. Es como un elefante atacado por un gato doméstico. Frustrado y tratando de evitar al gato, el elefante salta accidentalmente de un acantilado y muere». Entonces, el buenos de Friedman concluye: “O bien dejamos que muchos de nosotros recibamos el coronavirus, nos recuperemos y volvamos al trabajo, mientras hacemos todo lo posible para proteger a los más vulnerables a ser asesinados por él. O cerramos durante meses para tratar de salvar a todos en todo el mundo de este virus, sin importar su perfil de riesgo, y matar a muchas personas por otros medios, matar nuestra economía y quizás matar nuestro futuro.” Brutal. Mortal. Que mueran siete millones de personas -entre las que podemos encontrarnos- es el precio para que no se detenga la máquina de producir y ganar dinero. ¡It’s all, my Friends! No es eso lo que piensa una gran parte del FMI que habilitó la fortuna de ocho billones de dólares para sostener la economía mundial. E Irlanda decidió estatizar hospitales privados. ¿Mientras en los EE. UU se especula con apaciguar los costos brutales de la pandemia con una gesta militar: invadir Venezuela? Acusan al presidente Nicolás Maduro de narcoterrorista. Y fijaron un rescate de 15 millones de dolares para quien lo entregue, al estilo de lo que hicieron con Sadam. El petróleo, creen, les pertenece.Para no ser menos, ¿no nos asalta cierto espíritu rebelde tan conocido en cientos de argentinos que resistieron el neoliberalismo en todas sus formas y etapas? Por ejemplo, en la Argentina hay cincuenta grandes millonarios según la lista de la revista Forbes, que tienen una fortuna que va desde 10 mil millones de dólares a 500 millones declarados, claro. Hay sólo dos mujeres en la lista. Se los escucha temer por las medidas económicas. No se los escuchó decir que estaban dispuestos a donar dinero. Uno de los más ricos, dueño de farmacias y de fondos de inversión, guardó silencio cuando descubrieron que en sus depósitos había nueve mil frascos de alcohol en gel ocultos, pero negaban stock para aumentar el precio. El virus tiene la virtud letal también de revelar las miserias humanas.Entonces, en este cono del mundo, nos serena una certeza. Mientras Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner dirijan los destinos de la Argentina, jamás será para nosotros una disyuntiva la economía o la muerte.


 La normalidad después del virus

25 de marzo de 2020
DÍA SEIS DE LA CUARENTENA

La estupidez humana coexiste con la avaricia. Pero finalmente, todos somos víctimas. Un surfer viola las normas al volver de Brasil, no se sabe cómo, lo detienen en la autopista, lo obligan a ir a su casa que dice, según el documento, que vive en la Ciudad de Buenos Aires. La policía lo acompaña hasta su casa y cuando parten, el surfer se va en su camioneta hasta el mar, en Ostende, a unos 300 kilómetros. Lo detienen, lo procesan, no se sabe si desparramó el virus por doquier. Un hombre mayor huyó de Madrid en un vuelo especial de Aerolíneas Argentinas. Disimuló su malestar y su fiebre para poder volver a casa. Pero se descompuso en el avión. Infectó a pasajeros y tripulantes, entre ellos a dos médicos que trataron de atenderlo. No sobrevivió al llegar. Hoy hubo 302 infestados y 8 muertos. Hubo más de 41.000 notificados por violar la ley de reclusión voluntaria pero obligatoria y unos 2200 detenidos. ¿Idiotas o desesperados? Mezcla fatal. Es comprensible, se dirá, la desesperación de volver a casa. Tantas películas hablan de esos éxodos durante la guerra, cuando llegan las tropas de ocupación. Y el coronavirus es un soldado enemigo. No sé por qué, entre tantas historias, recordé la del extraordinario filósofo alemán Walter Benjamin: él sabía bien que la historia de la cultura es también la historia de la barbarie. Imposible no pensar en el carácter fascista del COVID-19 que obliga a la humanidad a la prisión voluntaria y a la desolación. Quiero recordarlo: Benjamin huyó de Francia en el verano de 1940 cuando las tropas nazis invadieron París. Era judío y marxista, amigo de Bertold Brecht y de los intelectuales de izquierda europeos. Su cabeza era una de las más lúcidas de ese tiempo. Pudo alcanzar Portbou, en la frontera con España. Allí llegó en compañía de otros exiliados, muy cansado, en atardecer del 25 de setiembre de 1940. Pero la policía española lo interceptó porque Benjamin no tenía la visa requerida por ellos. Su amigo, el filósofo Theodor Adorno, a obtener las visas de tránsito en España y de entrada en Estados Unidos, donde le esperaba, pero la visa de Marsella para salir del país no le sirvió. Antes que tener que volver a Francia y caer en manos de la Gestapo, se suicidó el 26 de setiembre de 1940 con una dosis letal de morfina en el Hotel Francia de Portbou.

Benjamin y la banalidad del riesgo país, estos días, de pandemia. Los marcadores hablan de que la Argentina tiene un puntaje envidiable: 4300 de riesgo país. La deuda del macrismo y el virus dicen que los bonos argentinos no valen nada. (Juro que me dio un ataque de risa…) La economía de papelitos y dólares ocultos intenta marcar el paso todavía desde Wall Street y las bolsas del mundo que no duermen. Si nos faltaba algo era la locura de una ex funcionaria macrista que escribió este tuit “¡lo que nos faltaba era que vinieran estos médicos/espías/comisarios cubanos! Y agregó un hashtag así: #NoALosMedicosCubanos. Hay que tener un espíritu de espía de décimo rango de Fort Laureldale, para militar contra el honroso y generoso pueblo de Cuba y sus brigadas sanitarias. El gobernador de Buenos Aires Axel Kicillof y su ministro de Salud Daniel Gollan quieren a esos 500 médicos formados en la moral, la ciencia y la fuerza humanista de Fidel y el Che. Los quieren porque arreciará la peste en las próximas semanas sobre más de los diez millones de bonaerenses. En tanto, el gobierno de AF trabaja contrarreloj para legislar para la pandemia y la crisis económica. El Presidente dijo una vez más: lo que más le importa es salvar la vida de los argentinos. La salud, está primero. No importa ahora el costo. Lo urgente es salvar vidas, estar equipados para la ola de contagios que se viene en abril 2020 y tener la estructura sanitaria suficiente para que no se muera la gente que no debe morir. Su gobierno, increíblemente, aún no terminaba de formarse cuando estalló la pandemia. Apenas si el Ejecutivo, parte de las autoridades del Congreso pero el cuerpo diplomático no llegó asumir. La mayoría de los embajadores políticos, cruciales en esta etapa de renegociación de la deuda para defender la idea de que la Argentina no pagará a costa de la pobreza y miseria de su gente, no están aún en sus destinos. La cotidianeidad se mezcla con las grandes decisiones. La inquietud no cede. Por ejemplo, hoy trajeron el agua mineral en botellones a casa. Se suponía que la empresa daba barbijos y guantes a los trabajadores. No. Y no termina de entenderse la necesidad de protección. Cuesta plata, para ellos, pero más cuesta para cada uno entender que nos debemos proteger. Que no es del otro humano sino del portador del virus. Es difícil. No hay psiquis que aguante a largo plazo. ¿O sí? La vida se impone siempre, pero van a ser necesarios muchos libros, muchas sesiones de terapia, mucha trabajo en todas sus formas materiales y virtuales para reponer la idea de lo que siempre consideramos normal. ¿Cómo fue la normalidad después de Hiroshima?


Nunca Más a la peste de las dictaduras

24 de marzo de 2020

DÍA QUINTO DE LA CUARENTENA.

Este 24 de marzo de 2020, Día nacional de la Memoria, como dije en la crónica que lo anunciaba, ocurrirá en los balcones… Ocurrirá en las redes, en las pantallas de los televisores, en las confesiones de los amantes, en las conversaciones telefónicas, en cuanto cartel y pared se alcance a pegar o a escribir con la consigna: Nunca Más a la peste de las dictaduras. Extrañaremos tanto esa multitud que año tras año se reúne para memorizar y pedir justicia por los 30.000 argentinos asesinados y desaparecidos por el estado terrorista de 1976, que el coronavirus se revelará como una venganza de los criminales. Es una fantasía, lo sé. Pero el peso de la historia es así: circula entre lo simbólico y lo real.

El colega Luis Bruschtein lo dijo mejor que nadie: “Esta sociedad supo parir lo monstruoso. Y para derrotar a la monstruosidad que había parido, hizo nacer a lo más virtuoso. Y así asistimos a ese duelo mítico entre colosos desalmados y almas sublimes. Ya no son los represores y las Madres, sino lo que ellos y ellas significan. Se descarnaron como en los mitos griegos y se convirtieron en paradigma, valores éticos y morales, emociones básicas y duras. Constituyen la personificación argentina de una batalla que comenzó con la humanidad.” Desde la potencia de su pañuelo blanco, Hebe de Bonafini habló de este 24 de marzo atravesado por la cuarentena de la peste. Miró al futuro: “Yo creo que luego de esta pandemia otra vez hay que pensar en crear un mundo nuevo”.

Sí. Seguramente ella tendrá razón, otra vez, porque les asiste la razón absoluta del Espíritu, como Hegel hubiera definido. Pero hoy, además, extrañaremos los miles de cuerpos de cuatro generaciones encolumnándose hacia la Plaza de Mayo, detrás de la vanguardia histórica: Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y todos y cada uno de los organismos defensores de los derechos humanos. Extrañaremos el calor intenso, cuerpo a cuerpo, de esa multitud que se desplaza en medio de cánticos y consignas, desbordada de colores y tamboriles, parlantes, multitudes de toda proveniencia: obreros, estudiantes, maestros, actores y músicos, murgas y orquestas, empleados de todo oficio, clasemedieros sueltos, solitarios y parvenus, familias enteras, cochecitos de bebés, carteles de sindicatos, escuelas, dirigentes políticos, funcionarios, y el ruido de tamboriles y las consignas queridas, y los rostros jóvenes en los carteles que preguntan por ellos dónde están, dónde están. Extrañaremos a los turistas que miran con curiosidad, que desean entender el gran teatro de los miles de argentinos en su procesión laica por la memoria y la justicia. Extrañaremos la multitud rodeada del humo entrañable, reconocible como olor de la patria, de los choripanes y hamburguesas y churrasquitos que ofrecen los vendedores ambulantes y que se animan a comer los más jóvenes. Extrañaremos, como una mutación producida por la peste del coronavirus que nos obliga a la reclusión forzosa en nuestras casas, la demostración colectiva más unánime de nuestra gente de que Nunca Más aquella peste de los dictadores, que perseguían a los militantes populares y los asesinaban como un virus a extirpar, ocurra en nuestra patria. Porque para eso marchamos año tras año, desde abril de 1977 hasta ahora, cuando las Madres de Plaza de Mayo comenzaron a buscar a sus hijos. Han pasado 43 años de aquella ronda inicial que creció como un río indetenible. Memoria, Verdad y Justicia fue lo que los argentinos construyeron como un monumento civilizatorio desde el juicio a las junta militares hasta la identificación de los muertos, desaparecidos y niños robados, que el mundo mira con respeto. Es lo que muchos consideran como la llave para que el neoliberalismo rampante del macrismo no hiciera pie de manera definitiva. Es, en verdad, la vacuna que nos salvó de esa prolongación de la peste de los dictadores: creer que hay ciudadanos descartables, presas de la peste de la angurria de fondos de inversión y ajustes y destrucción de la ciencia, asalto al Estado para que no cuide a su gente, robando hasta el último peso de su esfuerzo en fuga de capitales y meritócratas idiotas que elogian la pandemia como un ajuste natural de la selva darwiniana donde los pobres deben morir. Porque estamos orgullosos de nuestra lucha por el Nunca Más de aquella peste de los dictadores, también lo estamos por haber logrado abatir en las urnas la versión reposera y gauchesca del neoliberalismo vernáculo. Porque la peste neoliberal se inauguró aquel 1976 que hoy recordamos. Porque se reeditó en el neoliberalismo a lo largo de la historia. Y porque el coronavirus nos recuerda que nadie se salvará solo. Y que el Estado que refundamos en base a la justicia y la memoria de aquella peste del 76 es la llave que asegura este otro Nunca Más al neoliberalismo. Lo decimos en cuarentena, pero unidos y firmes para salvarnos de esta peste con más ciencia y Estado cuidándonos, como nos salvamos de aquella del 76 con más democracia. Cuando el día 24 de marzo terminó, alguien abrió sus ventanas de par en par e hizo sonar el himno nacional, que retumbó en casas y calles y muchos lo entonaron y gritaron: “fuerza argentinos, fuerza”. Alguien gritó y muchos aplaudieron: “Presentes, ahora y siempre”, hablándole a los pañuelos que colgaban de los balcones. Porque este 24 de marzo de 2020, asustados pero unidos, desplegamos pañuelos blancos, colgados como flores de la memoria nacional, que es nuestra fatalidad y también nuestro privilegio.


 La peste como mutilación

23 de marzo de 2020
DIA CUATRO DE LA CUARENTENA

Nada reemplaza los abrazos. Buenos Aires, la ciudad está más desnuda que nunca. Y silenciosa. Ni las redes activas- piden limitar su uso por la sobrecarga de consumo-, ni las llamadas por wasap, ni los memes, ni la cotidianeidad organizada en torno a los ritmos del hambre, a las rutinas de los deberes escolares a distancia, a la gimnasia improvisada para combatir la rigidez física…Nada reemplaza la rigidez del alma porque falta tocar, desear el cuerpo del otro. La peste es una mutilación porque el pasajero coronavirus es una amenaza invisible cuando el otro se aproxima. Y sin embargo, no es un enemigo del amor. No puede. Los sentimientos son tan intangibles como él. Persisten más que él. Entonces, es posible soñar que el instinto de sobrevivir es como el instinto de amar: lo venceremos. Por ahora, afuera, en las cimas de la conducción del mundo asustado y paralizado, científicos e intelectuales corren detrás de conocer su ADN para herirlo de muerte con una vacuna. Los chinos, siguen con la delantera. Pero los líderes políticos y capos de la economía mundial discuten qué es mejor. Sí. Si, increíblemente discuten si hay que hacerle caso a Darwin o no. Si hay que dejar que se infeste la mayor cantidad de gente para lograr la inmunidad y volver a poner en marcha la economía. Narayana Kocherlakota es un economista estadounidense, ex presidente de la Reserva Federal de Minneapolis y elegido como uno de los 100 pensadores globales por la revista Foreign Policy, que analizó qué sería mejor. Concluyó que matar a 200 millones de personas si se deja que el virus se contagie no es una buena solución. Lo dice así: “Hay una forma mucho más probable –pero profundamente indeseable– de lograr una recuperación económica sólida: que los gobiernos relajen los mandatos de distanciamiento social porque suficientes estadounidenses se han infectado para que la sociedad logre la inmunidad colectiva. Este resultado, desafortunadamente, está lejos de ser imposible. Oficialmente, alrededor de 15.000 personas en EE.UU. han sido infectadas. Los epidemiólogos estiman que alcanzaríamos la inmunidad colectiva si aproximadamente el 60% de la población, o un poco más de 200 millones de personas, se infectan. Incluso si el número de casos aumenta solo un 10% por día, que es mucho más lento que lo que hemos visto hasta ahora en Europa y en Estados Unidos, los 15.000 casos crecerían a 200 millones antes de finales de junio. En este escenario, no habría razón para mayores restricciones de distanciamiento social. Y es cierto que la economía comenzaría a crecer nuevamente en el segundo semestre del año, según lo previsto por muchos pronosticadores. Pero los costos de ese escenario serían enormes. Cerca del 20% de esos 200 millones de casos requerirían cuidados intensivos. Literalmente, millones morirían, tanto por COVID-19 como por otras dolencias que un sistema de salud saturado no podría atender. Soy optimista. Por eso creo que no veremos una recuperación económica rápida en el segundo semestre. En cambio, seguiremos experimentando cierto tipo de restricciones de distanciamiento social –tal vez relajadas de vez en cuando– durante muchos meses. Estas restricciones serán una carga enorme para la actividad económica, pero solo podemos esperar que mantengan con vida nuestro sistema de atención médica y a nuestros conciudadanos.” Tremendo. Tremendo que lo piensen siquiera. Pero tal vez Noam Chomsky tiene razón cuando cree que los EE.UU. buscan a través de la peste la implementación de un nuevo orden mundial. Que apunta, según el intelectual norteamericano, a la desaparición de la Unión Europea, que es la vía pactada con China del nuevo camino de la seda para su influencia en el mundo; a la consolidación absoluta en Latinoamérica a través del quiebre total del eje Brasil (que sigue sus pasos) y Argentina, que no los sigue; el debilitamiento de China y Rusia y, finalmente, la hegemonía total de EEUU ya sin miedo a la peste. Sin embargo, ante este escenario extremo, ante la locura de dictadores de nuevo tipo, creo que la vida se impondrá. En estas tierras, nuestro gobierno hará exactamente lo contrario: como dijo el presidente Alberto Fernández, y ratificó magistralmente su ministro de Economía, Martín Guzman “el hombre impasible”, que para nosotros no se trata de economía sino de defender la vida de la gente. Nuestro único capital son los argentinos. ¿Lo haremos hasta la inanición si la economía no se pone en marcha? ¿Seremos capaces de carnear todo el ganado y machacar todos nuestros cereales hasta defender esta idea? La peste nos hace limitados, pero puede tentar a lo ilimitado: morir de hambre o morir de peste. Imposible pensar hoy en esa disyuntiva. Vuelvo a la idea de que si sobrevivimos manteniéndonos en esa tesitura inicial, la idea del Estado compasivo e inclusivo y guardián de la gente se genetizará. Y ese es el golpe mortal al neoliberalismo tal vez para siempre, porque el mundo y nosotros no seremos iguales cuando la peste termine. Se contaran las pérdidas en vidas y en bienes, pero la idea loca de dejar en manos de las grandes corporaciones financieras el destino de la humanidad estará herida de muerte. La polémica sobre si repatriar en aviones de Aerolíneas a los argentinos que se fueron después que el Presidente dictó la cuarentena obligatoria es inútil. Unos dicen que no hay que traerlos: creen que son “chetos” a quienes nunca les importó el otro. Bueno: un meme dice: “No les mandes aviones para traerlos. Enseñales a volar”. Bien, la medida que se tomó es que primero se repatriará a quienes quedaron varados desde antes del dictado oficial de la cuarentena. Y al resto, se los repatriará después. Bien. Por más bronca de muchos, nuestro Estado en manos del peronismo nunca debe dejar un solo argentino a la intemperie. Nunca. Pero qué hacer con un caso así: “El empresario Gustavo Cardinale intentó ingresar ayer al country Sierras del Tandil con la mucama escondida en el baúl de su coche. Una denuncia anónima al 101 alertó sobre el ardid con el que pensaba violar la cuarentena por el coronavirus y asegurarse la limpieza. Como las normas del barrio cerrado prevén que los guardias de seguridad sólo revisen los autos de los visitantes, el propietario no imaginó que la policía lo estaba esperando.” Juzgarlo y condenarlo. Pero no ceder en nuestra idea de cuál es el papel del Estado por la violencia de patanes degradados.

Ahora, entre tanto, queda esta sensación de soledad corporal. Se extrañan los abrazos. Los besos. El cuerpo cercano del otro. Es la primera mutilación que nos produce la peste. Nada reemplaza los abrazos. Nada. Y esta sensación, aunque duela, es el comienzo del triunfo contra la peste.


La droga del odio

22 de marzo 2020
DÍA TRES DE LA CUARENTENA

Es domingo y el ritual es el del domingo. Planificación de las comidas: se come más encerrados pero al mismo tiempo esa planificación da idea de la continuidad de la vida cotidiana que de hecho saltó en pedazos. Trabajar no es trabajar. Es pautar los entretiempos. Lectura de portales, con el Cohete a la Luna como insignia y P12 para información permanente. La nota de Marcelo Figueras Todo virus es político, en el Cohete, es un milagro de la cultura. El presidente AF dio una entrevista en la tele para insistir con que los argentinos, tan afectos al desmadre, respeten la cuarentena. La información de evolución del virus en el mundo, cansa. Pero nadie se sustrae del embrujo colectivo de ser parte de los soldados en la trinchera de una guerra que nos tiene a todos en el mismo bando. Aunque el periodismo tiene aún el empecinamiento de trincheras de guerra. Me espantó por la droga del odio que desparrama un título de la revista Noticias. “Cristina y Florencia K : dejan atrás Cuba y a 900 argentinos varados”. El odio necesita de una droga que lo provoque. Ellas venían en un vuelo regular con su pasaje pago. No usaron los fondos del estado que piden los argentinos varados, muchos de ellos se fueron dos días después afuera de que AF anunciara el comienzo de la cuarentena. “¡Y ahora exigen la repatriación!” se enojó el Presidente. Además, CFK trae interferón de la isla para nuestros científicos para hacer pruebas inmunológicas donados por la Grecia de nuestra Latinoamérica. Cada día creo más en la sentencia de José Martí: Cuba es nuestra Grecia, cuna de la civilización de América en muchos sentidos. Y además, en ese avión venían médicos cubanos. El odio necesita una droga. Y los adictos de los medios decidieron que deben consumir mucha CFK. Caníbales y drogadictos. Los veo mal. Ahora Clarín y La Nación insisten que por fin AF es un presidente sin la sombra de CFK. Lo elogian por eso. En realidad, le avisan que si se llegara a juntar mucho, si ella asomara la cabeza, se lo cobrarían con mil y una notas infestadas de ponzoña recurrente. La sensación que prevalece, sin embargo, es que estamos atrapados en un tiempo sine die. Hubo muchos patanes que violaron la cuarentena. Entonces, los leviatanes de la prensa nativa aprovechan: quieren estado de sitio. No, dijo AF, no. El sabe lo que le piden: que sea el primer presidente democrático con esa mancha que no se quitará nunca y que, a dos días del 24 de marzo, día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, su decisión pueda alguna vez empardarse con la de la dictadura de 1976, el nacimiento del estado terrorista que también consideraba un virus a los opositores que se encargaron de asesinar, desaparecer, robar bebés y luego, para completar, declarar una guerra maldita por Las Malvinas. La excitación de las corporaciones mediáticas con la posibilidad de que AF declare el estado de sitio tiene ese origen espurio en la historia donde ellas hicieron negocios definitivos. La sangre es indeleble, lo sabemos. El 24 de marzo será en los balcones… Extrañaremos tanto esa multitud que el coronavirus se revelará como una venganza de los criminales. Es una fantasía, lo sé. Pero el peso de la historia es así: circula entre lo simbólico y lo real. En tanto, pude leer una nota del sur coreano Byung Chul Han, que mandó a mi grupo de wasap Cecilia B. , sobre “La emergencia viral y el mundo del mañana”. Un filósofo surcoreano, dice el subtítulo en el diario El País. “que piensa desde Berlín”. Digamos que para pensar no es necesario estar en el mismo lugar donde se nació. Es más, tal vez la distancia aguza el ojo del cíclope de la mitología. Chul Han se inquieta con la pérdida de libertad por el enorme big data con el que China logró controlar, se dice, el virus al controlar a cada ciudadano. La descripción del registro es escalofriante. No lo sé. Tal vez tranquiliza no estar solo en la circulación del mundo porque ya se está ontológicamente solo. El ser y la nada. Eso. Por qué se inquieta Chul Han, me pregunté. ¿Porque el big data lo maneja el estado chino, entrañablemente enemigo de su raíz? ¿Cuánto hay de biografía en la filosofía de Chul Han? Pensé en nosotros. Nuestro problema es que ese big data lo maneja Google desde los servers de los EE.UU. y en la Argentina, la base de datos está en manos privadas si es que se concibe internet como la pista de ese mar de información personal. No hay forma de sustraerse al gran ojo, a la interrelación. Para él eso no nos salvará del virus, sólo propondrá un nuevo virus que condicione nuestra libertad. Y bien. ¿Entonces? Otra vez, el regreso a la isla de Robinson es imposible. Señalar que nos espían por el ojo de la cerradura no modifica la inexorable sensación de desamparo que tenemos frente a la pandemia, día tras día. Porque la verdadera pregunta es si podremos o no sobrevivirla. Ser parte de la red, es un alivio. Varias provincias se sumaron ahora a la realización de testeos. Comenzaron a entrar los reactivos. Ojalá, reza el Presidente, que la curva no estalle antes que el sistema sanitario pueda contenernos. Por ahora, aumentan los casos en la ciudad y el conurbano. Ser pobre siempre fue una maldición. Hoy es mortal. Hay aplausos en los balcones para felicitar a los trabajadores que ponen el cuerpo estos días. Los argentinos somos así: agradecemos o maldecimos con estruendo. Es nuestra mejor tradición. El problema es la mayoría silenciosa que deglute una y otra vez la droga del odio en tabloide. Ni siquiera estoy indignada con los profanadores de mi oficio. Me siento afortunada por ser periodista. De poder escribir contra la muerte, que es para lo único que sirve poder escribir porque nada vive más allá de la escritura. Ni el virus.


El Leviatán de la naturaleza

21 de marzo de 2020
DÍA DOS DE LA CUARENTENA

El espíritu está inquieto. Los casos siguen. Se pronostica un futuro distópico donde los gestos se repliegan al propio cuerpo o a un cuerpo querido que se sabe sano. El virus no se detiene en el mundo. Acumula, según la OMS, casi 300 mil infectados y cerca de diez mil muertos. Los idiotas tratan de escapar de la cuarentena con tretas inútiles. La represión no alcanza. El Presidente AF sobrevuela en helicóptero para controlar el cumplimiento como si hubiera una medida del vacío en las calles y rutas. Llegó CFK con su hija Florencia desde La Habana, dicen con un cargamento de interferón entregado por el gobierno cubano, que sabe de bloqueos de otras pestes imperiales anticipadamente a los bloqueos del coronavirus. Igual, ellos dan, siempre dan. Es su destino: dar salud, orgullosamente. CFK comenzó su cuarentena de 14 días por venir del exterior: dicen que no quería estar lejos de casa, de su pueblo, en esta crisis que promete intensificarse con el correr de los días. Algunos periodistas cantaban victoria de su lejanía ya que suponen que ella puede eclipsar la estrella ascendente de estadista del Presidente. No pueden aceptar que ese liderazgo no es bifronte en el ejercicio del poder del Estado sino bifronte en la potencia política simbólica. Millones de argentinos se sienten mejor si ambos están juntos piloteando la tormenta. Si conducen la reconstrucción del Estado arrasado por el neoliberalismo gauchesco. Se les cree cuando dicen que están reconstruyendo el sistema de salud. Cómo no creerle a CFK que dejó 19 vacunas en el vademécum y el país con plagas como el sarampión y el dengue erradicadas. Que dejó en marcha hospitales que paró el macrismo en 2016, y que en plena pandemia se deben terminar. ¿Llegaremos a tiempo con las camas, los respiradores, los reactivos, los barbijos? Esto desvela a AF más que nada en la vida. Se le nota el cansancio. Se le nota la pregunta: habrá un tiempo mejor para mi presidencia. No puede desmadrarse, no. Se repite una y otra vez en las reuniones de gabinete. Un gobierno hecho de militantes y científicos y técnicos, la mayoría peronistas. Porque, parece ser, el destino del peronismo: reconstruir lo destruido por las oleadas neoliberales. Peronismo en su versión original: es decir, redistribución del ingreso y altos niveles de salud y educación y trabajo para todos. En cuanto al mundo, es estremecedor: la vieja Europa es la más afectada. Alemania, teme una hecatombe. La economía se derrumba porque, en definitiva, se necesita del trabajo humano y del consumo humano para que sobreviva. La invención de las máquinas queda en discusión, otra vez. Pero respecto a que el capitalismo en su etapa financiera pueda dar marcha atrás como se ilusionan los catastrofistas, se verá: se conoció que muchos fondos de inversión compran empresas cuyas acciones valen cada vez menos. La concentración del capital no cede. El tema es para qué servirá en un mundo herido de muerte. La peste es maldita…Algunos comentan que por lo menos en la guerra la gente corría a los refugios y se abrazaba. Los amantes de Hiroshima tenían sexo en medio del hongo mortal. No es lo mismo las series de Netflix y las plataformas para pasar el tiempo. Además, internet puede colapsar, dijeron. La soledad es una sombra que no se disipa aunque se comparta la crisis. El miedo a la muerte es una película en cámara lenta. Cada tanto, una se toma la fiebre. No. Hoy no. Hay una espera de que algo inexorable ocurrirá pero puede no ocurrir. El día de la victoria, el tiempo libre de virus como festejaron en Wuham no es una postal que se avizore aún. Miles están enfermos, algunos mueren, otros quedan inmunizados. Una maldad: sólo mueren los más viejos. ¿Muchos fondos de seguridad social festejan en la sombra? La vacuna no llega: eso sí, el imperio no deja de competir por la hegemonía. Dice desde los EE.UU. que tienen dos remedios y están cerca de la vacuna. Ojalá. De Alemania contestan lo mismo, que aislaron una enzima del bicho…Desde China, llevan la delantera. Empezaron antes con las pruebas clínicas. El coronavirus es el Leviatán del mundo de la naturaleza sobre la condición humana. La barbarie de la selva contra la cultura. Mañana, en Buenos Aires, será un día espléndido, lindísimo para hacer el primer asado del comienzo del otoño que, en realidad, no queremos que comience nunca porque habilitará el invierno. Y entonces… Entonces. Como citó Umberto Eco en Apocalípticos e Integrados: Dios no existe, Marx ha muerto, y yo tampoco me siento demasiado bien.


La humanidad interpelada

20 de marzo de 2020
DÍA UNON DE LA CUARENTENA

obligatoria por edad a pesar de que la profesión de periodista me permitiría circular. Hubo chat con amigos, el descubrir nuevas técnicas de wasap para comunicarnos en grupo, noticias al por mayor, lectura de portales, tuits varios para opinar sobre la conducción política de la pandemia. El sentimiento que prevalece no es de soledad. Hay millones que son de la partida del auto encierro. Hubo cientos en un aplauso cerrado desde las calles para el personal sanitario, que emociona como un gesto de reconstrucción de lo humano. No, no hay sentimiento de soledad. Sí de sospecha de que el mundo que conocimos cambiará para siempre aunque no se sabe el signo del cambio si para bien o para mal. La sensación del tiempo por delante, sin claridad de un límite, es un sentimiento nuevo. Sin embargo, no es tan así. Porque se corrió demasiado cerca el horizonte impreciso e indeterminado de la posibilidad de morir. O, en todo caso, no es el miedo a la enfermedad el que acecha sino el no saber cuándo terminará. Y ni siquiera parece ser el tiempo desbocado que se inaugura con la rotura de la cotidianeidad. Es otra cosa nunca vivida o, tal vez, que recuerdo vagamente de mi infancia, allá por 1956, cuando mis padres me colgaban una inútil bolsita de alcanfor contra la epidemia de poliomielitis. Y se hablaba de una vacuna pero se le temía. Día uno de la cuarentena: leí todo, en el entretiempo de la siesta que ya no es necesaria, sobre la historia de las plagas. Bajé dos libros en PDF gratis que me interesaban. Recorrí algunos museos del mundo. De repente, me reí, el capitalismo está dispuesto a abrir sus alacenas cuando su naturaleza es cerrarlas sino las negocia. El todo tiene precio parece sucumbir a una instintiva sensación de que lo humano anida en la cultura compartida en cualquier idioma, en cualquier geografía. Y que el único negocio posible es que estemos todos vivos. Recordé- mientras escribo- lo que el rumano Elías Canetti dijo en su libro La lengua absuelta: los humanos nos peleamos, nos explotamos, pero finalmente sólo tenemos miedo al mismo enemigo: la muerte. Terminé un artículo para la revista Caras y Caretas. Volví a sentir el límite necesario, el dead line que agrega adrenalina, esa droga natural de los periodistas que nos impulsa a sentirnos vivos.. Día uno de la cuarentena. En el chat de la tarde Jorge me explicó, porque es economista, que entramos en una decadencia sine die del imperio americano. Y que la situación general ayuda a que la Argentina pueda renegociar su deuda externa en marcos de ¿piedad? por la crisis mundial. Vamos a terminar más pobres, dijo, pero eso hará imposible que nos cobren lo que quieren porque, dijo, el FMI y en general los desaforados fondos de inversión- acreedores privados- tendrán su día de San Bartolomé. Sin cuchillos, claro. No sé. Dudo de todo lo terminante en estos días. Sólo coincidimos en que la Argentina y el gobierno de Alberto Fernandez, y la maravillosa inspiración de CFK en elegirlo, nos salvaron de otra peste. El macrismo, la versión reposera, gauchesca, pero depredadora y colonial del neoliberalismo. Es raro, dijimos, sentir que será injusto que el arrasamiento doloroso que provoque esta peste coronavirus pueda hacer olvidar ésa anterior que no depende del juicio de dios sino de Comodoro Py. Porque nada será igual pero también permanecerán los daños anteriores sobre nuestro cuerpo y nuestra subjetividad a los que agrega la pandemia. Sometidos al mundo de la naturaleza, los argentinos somos tan frágiles. Veníamos de estar sometidos a las reglas del mercado versión macrista, palizeados (me permito el neologismo) en la orgía de bonos y fugas y saqueos y endeudados. Peste tras peste, dijimos con mi amigo periodista económico. Pero una depende del mundo de la selva- a esa la superamos con ciencia y cultura. A esa la superamos si somos más humanos que nunca. Pero a la criolla, a la que fue una elección de modelo económico, político y social digno de Terminators la superamos- nos reímos con mi amigo- si somos más peronistas que nunca.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *