Ni chicha ni limonada: pensando la clase media

Ríos de tinta se han escrito para abordar estas preguntas y, obviamente, no es la intención de esta nota cerrar una respuesta.

En cambio, nos proponemos abordar particularmente una noción a la que apelan distintos actores sociales y que suele involucrar tanto, que termina por decir muy poco: la “clase media”. En Tramas anteriores ya hablamos de riqueza y de pobreza como dos polos. Y nosotrxs, ¿dónde nos ubicaríamos?

Según distintos estudios, entre el 70 y el 80% de la población argentina se autopercibe como “clase media”.

A continuación, problematizamos ese no lugar de las clases medias; repensando su participación en la sociedad.

De ingresos y atributos.  Aproximaciones superficiales a la “clase media”

La línea de pobreza permite la distinción estadística entre quienes son y no son pobres. El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) construyó la Canasta Básica Alimentaria (CBA) y la Canasta Básica Total (CBA) que definen respectivamente los índices de indigencia y de pobreza en nuestro país. Según las publicaciones el INDEC, la CBA en el mes de septiembre fue de 13.914 pesos y la CBT fue de 34.785 pesos; y el informe correspondiente al primer semestre de 2019 marcó que el 7,7% de las personas que viven en Argentina eran indigentes y el 35,4% pobres.

De este modo, por debajo de la línea de pobreza pueden distinguirse pobres e indigentes, ¿y por arriba? Si un hogar alcanza a cubrir la Canasta Básica con sus ingresos ¿pertenece a la “clase media”?

Así entiende a las “clases medias” la Fundación Mediterránea. La institución que supo tener en sus filas al ex presidente del Banco Central de la Dictadura y ex ministro de economía de las presidencias de Menem y De la Rúa, Domingo Felipe Cavallo, plantea que los ingresos promedio de la “clase media” son 1,7 veces superiores a la Canasta Básica Total. En marzo de este año, la fundación decía que debíamos tener ingresos superiores a los 46.000 pesos para formar parte de la “clase media”. Complementariamente, desde la consultora W distinguen clase alta (5,1% de la población), clase baja (46,7%) y clase media (48,2%). Dicha consultora privada es dirigida por Guillermo Olivetto y tiene en su cartera de clientes a importantes corporaciones (AGD, Arcor, ICBC, Kimberley Clark, La Nación, Mc Donald´s, Nordelta, por mencionar algunas). En su estudio agrega otras dos variables al ingreso para establecer la categoría de clase media: tener un empleo estable y vivienda propia.

Por otro lado, cabe mencionar un estudio del Banco Mundial publicado en 2013 en el que se reelaboró la noción de “clase media” por ingresos, incorporando los conceptos de “seguridad económica” y “movilidad social”.  En La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina se señala que durante los años de crecimiento del PBI en los países de la región se redujeron los índices de desigualdad por ingresos y fueron incorporadas cerca de 49 millones de personas a la “clase media”.

El informe caracteriza que “es más probable que el trabajador de clase media sea un empleado formal que un autoempleado, un desempleado o un empleador. Al contrario, los pobres y vulnerables dependen del autoempleo (o sufren el desempleo) más a menudo, mientras que los ricos son más frecuentemente empleadores y, en algunos países, autoempleados” (pág. 10); y “los hogares de clase media normalmente tienen menos hijos y las mujeres participan en el mercado de trabajo más frecuentemente” (pág. 11). El Banco Mundial interpreta esta descripción colocando en primer plano las intencionalidades, cosmovisiones y “valores”. Se refuerza así un llamado a la meritocracia, al fortalecimiento del “capital social” y el “capital humano” para la (auto)superación de la pobreza. De este modo, se plantea una evaluación moralizante para la distinción entre clase media y pobres; que individualiza problemas sociales.

Una pregunta que revela. En vez de cuánto ganás, ¿qué pasa si no podés ir a trabajar?

Mayra Arena propone el siguiente ejercicio: ¿cómo impacta en un hogar un accidente en la persona integrante con mayores ingresos?, ¿qué sucede si se rompe el codo?, ¿puede no ir a trabajar sin perder el empleo?, ¿tiene obra social, prepaga o debe ir al hospital?, ¿tiene ART?, ¿el hogar posee ingresos como para sustentarse sin los ingresos de la persona en cuestión?

Te preguntamos entonces: ¿Qué pasaría si te echan del laburo? ¿Cuánto tiempo podés sobrevivir vos y tu familia?

Las respuestas a estas preguntas revelan una primera división social fundamental: entre quienes deben trabajar para vivir (aunque no consigan empleo) y quienes pueden vivir de herencia, rentas y ganancias.

Y si te quedás sin trabajo, ¿en qué condiciones estás para conseguir otro?, ¿con qué herramientas contás? Estos interrogantes apuntan a la multiplicidad de situaciones que podemos encontrar entre lxs que estamos “de este lado” de la línea. No es lo mismo ser varón o mujer, cis o trans, de descendencia europea o de pueblos originarios, con estudios superiores o no. No es lo mismo buscar empleo si tenés 20 o 60 años, si llevás más o menos tiempo desempleadx, si podés sonreír con dentadura completa o si te faltan un par de dientes.

“¿Somos todos clase media?”

Desde el análisis sociológico y político, se ha identificado tradicionalmente a las capas medias no sólo con “ingresos medios” sino también con empleos formales y calificados, así como con posiciones políticas moderadas y aspiraciones de movilidad social ascendente asociadas a la educación. Sin embargo, si tomamos como referencia el porcentaje de personas que se autoperciben como pertenecientes a la clase media, podemos dar cuenta de que existen interpretaciones que amplían y diluyen la definición de este grupo social. En este sentido, el historiador Ezequiel Adamovsky sostiene que “lo que llamamos clase media no es un sujeto político en el interior de ese conjunto hay sectores enormemente diferentes tanto en las condiciones materiales de vida como en sus orientaciones ideológicas y políticas o culturales.”

En un Podcast de Revista Anfibia, el antropólogo social Pablo Semán considera que habría que indagar qué imágenes de estructura social están detrás de la idea de que (casi) todxs somos clase media y, aún con los reparos planteados, se aventura a proponer una. La autopercepción mayoritaria de pertenencia a la clase media se sustentaría en una distinción entre, de un lado, “los parásitos, los improductivos, los asistidos, los peligrosos” y, del otro, “aquellos que no tuvieron que hacer nada para solventarse y que recibieron todo ya no de arriba por la asistencia, sino de arriba por una cuna”. En este marco, “esas clases medias se entienden a sí mismas como virtuosas en tanto todo lo que tienen se lo han ganado ellas mismas, incluso su acceso al mundo del trabajo.”  La “cultura del trabajo”, el “a mí nadie me regaló nada” y “me levanto todos los días a…” son las palabras que subtitulan la imagen descrita por Semán. Palabras dichas por personas de distintas posiciones sociales con intereses diversos e, incluso, antagónicos.

En todo caso, será un triunfo de los sectores hegemónicos que un docente, una enfermera o una jubilada se sientan parte del mismo grupo social que un empresario o un terrateniente.

El bolsillo de la clase media.

En tiempos de crisis, ¿la clase media sale a la calle cuando le tocaron el bolsillo? Este interrogante supondría una estrecha correlación entre movilización y medidas que atentarían a los ingresos de los sectores medios, y puede asociarse a nuestra historia reciente.  Sin embargo, en una sólida investigación que realizaron lxs investigadorxs María Celia Cotarelo y Nicolás Iñigo Carrera, se argumenta contra dichas interpretaciones economicistas de la crisis de 2001 y la movilización popular. En primer lugar, la centralidad del movimiento obrero se ve en el ciclo de lucha más amplio que llega a punto más alto en las jornadas de diciembre de 2001. En segundo lugar, se observa que la masiva movilización y cacerolazos (piquete y cacerola, la lucha es una sola) se produjo cuando el presidente De la Rúa declaró el estado de sitio, no cuando se implementó el “corralito” (cuando le tocaron el bolsillo).

Así, sobrevuelan lecturas sobre el movimiento pendular de las “clases medias” en las elecciones presidenciales, que en 2011 apoyaron a Cristina Fernández de Kirchner, en 2015 a Mauricio Macri y en 2019 hicieron ganar a Alberto Fernández en primera vuelta.

Ahora, “la clase media” estaría engrosando también ese 40% que retuvo Macri. ¿Puede decirse que votaron con el bolsillo tras cuatro años de una política económica que las más diversas voces coinciden en caracterizar como desastrosa?

No tenemos una respuesta. Más bien una reflexión: si lxs que estamos de este lado de la línea divisoria votáramos en función de nuestros intereses de clase (que incluyen y exceden al “bolsillo”), viviríamos en sociedades muy distintas.

¿Cómo se mira desde el medio?

“Tenés que estar despojado de todo para ser considerado pobre. Si tenés un celular o si tenés DirecTV en el rancho, entonces no sos tan pobre, sos jodido o algo sospechoso hay. El consumo de los pobres se cuestiona como si no fuera común a todas las clases o a muchas personas de distintas clases consumir más de lo que te da el cuero, como si mucha gente de clase media no tuviera la tarjeta que revienta y eso es vivir, como dice nuestro querido Presidente, por arriba de nuestras posibilidades. Entonces si se cuestionan a los pobres, por qué no se lo cuestionan a otras clases. El odio se concentra siempre en el pobre”, dice Mayra Arena en una entrevista para Revista Anfibia. Expresión de ello son los mensajes repugnantes que circularon en redes tras el resultado de las elecciones generales. Mensajes con un sustrato de odio de clase y de raza que de ninguna manera puede extenderse a esa entelequia que referimos como “clase media”, pero que retoman con un contenido fascista la distinción que planteaba Semán; mirando principalmente –y con creciente recelo- a quienes están por abajo.

Entre dichos mensajes, se destacó el repudiable “meme” en torno a una foto de Brian, un joven que participó como presidente de mesa en Moreno en las elecciones generales. Un pibe de tez oscura, con ropa deportiva y gorrita.  Un pibe que tiene que tiene que probar su inocencia todos los días.

Alberto Fernández, presidente electo, respondió reuniéndose con Brian con la consigna de “Todos somos Brian”. Consigna que, más allá de las intenciones, es imprecisa y desdibuja desigualdades. Así se refirió al hecho Federico Cita,  de la Diáspora Africana en Argentina: “Repiten una y otra vez las palabras; “estigmatizar”, “discriminar”, “burla” y ” prejuicio” porque no quieren hablar del racismo. (…) Y no es que hablamos de un meme o de una “burla”, hablamos de la marca que Brian lleva en su piel. Hablamos del racismo que es estructura, que es sistema, que es institución. No todos somos Brian porque no todos descendemos de esclavizados, no todos tenemos los mismos privilegios porque el sistema en el que vivimos así no funciona. No se trata de una gorra, se trata de su negritud. Y de lo que no existe, cuando no se nombra.”

Ambigüedades y certezas. La “clase media” es una denominación que dice poco y nada. Su definición se asocia a la perspectiva de la estratificación que distingue entre clases baja, media y alta; y entiende que es la suma de determinados atributos individuales lo que ubica a las personas en los distintos estratos sociales.

Particularmente en contextos de crisis económica, se mira a lxs de abajo como amenaza, como el espejo del lugar al que no se quiere “caer”. ¿Y lxs de arriba? ¿Por qué se repudia con tanta fuerza a los planes sociales que reciben los sectores más empobrecidos de la sociedad mientras el Estado le perdona impuestos y apuntala las ganancias de los más ricos?

Una cosa está clara: la sociedad es desigual. Esa desigualdad, a pesar de lo que digan los discursos hegemónicos moralizantes de la pobreza, no se explica ni resuelve a través de comportamientos individuales. Esa desigualdad no es caótica, sino organizada social e históricamente. Comprenderla (y cambiarla) supone mirar (y actuar) sobre la estructura socio-económica, así como disputar esas ideas arraigadas que permiten que tales injusticias se sostengan en el tiempo.

“La clase media defiende el orden como si fuera su propietaria.

Aunque, en realidad,  no es más que una inquilina”  (Eduardo Galeano)

Fuente. Tramas N°17 Boletín sobre trabajo y sociedad de Bahía Blanca

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