Transición, cepo y Fondo: la inflamación se va pero el dolor queda

Consciente de los tiempos agitados que atraviesa América latina, la task force del FMI está tomando sus recaudos. Además de haber reservado dos cocheras fijas del subsuelo (la 9 y la 0) para que tanto el delegado permanente como los eventuales visitantes de Washington ingresen directamente con sus vehículos blindados, en los ascensores del edificio de Paraguay 1178 ya instalaron un teclado adicional para que quienes quieran ir al noveno piso deban tipear una clave secreta. Recaudos que también existen en el cuartel general de la calle 19, a metros del río Potomac.

En ese cuartel general se multiplican los reproches desde antes de la última cumbre, cuando el organismo anunció formalmente que recién retomaría el diálogo con Argentina cuando las nuevas autoridades hayan sido elegidas y hayan explicitado los primeros trazos de su plan económico. Todas las miradas de los países del G7 apuntan a David Lipton, el influyente vice que heredó Kristalina Georgieva de su antecesora Christine Lagarde, delegado de Donald Trump y verdadero artífice del generoso e inédito apoyo que le prodigó el Fondo a Mauricio Macri para que ganara la elección del próximo domingo, al punto de haber violentado su propio convenio constitutivo. Esa norma, en su artículo VI, establece que «ningún país miembro podrá utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida considerable o continua de capital».

La salida de capitales durante el año y cuatro meses que lleva vigente el programa standby no solo coincide casi exactamente con el dinero que giró el FMI durante el mismo período sino que se aceleró en las últimas horas, con todo el mercado pendiente de lo que vaya a pasar el lunes próximo. Solo en los cuatro días hábiles de esta semana, el dólar subió casi $3 hasta instalarse en un nuevo récord arriba de los $63. Las reservas del Central cayeron US$2.200 millones y la sangría tuvo un pico dramático ayer, de US$883 millones.

En el Fondo le cuestionan a Lipton que el dinero que le prestó a Macri no va a volver por mucho tiempo a Washington. Lo desembolsado hasta ahora (US$44.267 millones) representa hoy el 48% de los préstamos exigibles por el organismo a sus miembros con programas vigentes. Pero según los datos que extrajo de su último balance el economista y docente rosarino Sergio Arelovich, los intereses que paga Argentina por ese crédito sin precedentes ya cubren la mitad de los gastos administrativos de la institución. Algo que bien puede esgrimir en su defensa Lipton, y que también explica que Alleyne haya exigido un despacho amplio y con vista abierta en pleno centro.

Para funcionar, en los doce meses previos al 30 de abril, el FMI insumió US$1.275 millones y cobró intereses por US$1.418 millones. De eso, Argentina abonó 631 millones. Para fines de este año ya habrá destinado a tal fin cerca de mil millones de dólares. Al tipo de cambio actual, es una tercera parte de lo que costaría aumentar la Asignación Universal por Hijo ( AUH) de $2.652 a $6.699. Justo el aumento que permitiría sacar de la indigencia a los 3,7 millones de personas que la padecen, según calculó el economista Claudio Lozano a partir de los últimos datos del INDEC.

¿Quién habla?

No son cuentas en las que estén enfocados los equipos de campaña, ni siquiera después de las alarmas que sonaron en Ecuador y Chile por el hartazgo popular ante la creciente desigualdad en la región más desigual del planeta. El foco está puesto en el dólar y en cuánto deberá apretar el Banco Central el control de cambios a partir del lunes, después de una jornada como la de ayer y de un mercado que hoy también abrirá con los nervios crispados. ¿Límite de mil dólares mensuales para la compra de personas físicas? ¿Sistema de validación à la Ricardo Echegaray para que nadie compre más dólares de lo que le permiten sus ingresos en blanco? Todas las alternativas están abiertas.

Tal como se anticipó en exclusiva el viernes pasado en esta columna, Guido Sandleris convocó de regreso al Central al exgerente general de la época de Alejandro Vanoli, Jorge Rodríguez, un experto en controles de cambios que Federico Sturzenegger había obligado a jubilarse. Lo hizo exclusivamente para la transición, porque ya sabía por interlocutores comunes que Fernández lo removería inmediatamente del cargo en caso de asumir. «Algo está preparando Rodríguez -dijeron ayer desde el entorno del candidato opositor- pero nosotros no tenemos nada que ver».

Lo que ya puso en la mira Rodríguez son las compras por grupo familiar. Hay directores y presidentes de compañías que les están haciendo comprar dólares a todos sus hijos mayores de edad. Los coleros de 2013, seis años después, son los prestaCUITs. Es lo que explica que en septiembre hayan comprado dólares más de 1,7 millones de personas, un 30% más que en agosto pese a la instauración de los controles.

De cara al lunes, hay un dato que estremece. El equipo económico perdió todo contacto con los economistas del Frente de Todos casi un mes atrás. Fue cuando Fernández decidió cortar el diálogo con Macri para evitar que le cargue el costo político de las medidas con las que intenta capear la crisis. La última vez que Matías Kulfas habló con Hernán Lacunza, por ejemplo, fue en el seminario que organizó el grupo Clarín en el MALBA el 30 de septiembre. Sandleris procuró tender un puente con Kulfas la semana pasada, pero la orden que recibió el heterodoxo fue no atenderle el teléfono.

El exviceministro Emmanuel Álvarez Agis tampoco retomó el fluido diálogo con Lacunza que había mantenido inmediatamente después de las PASO. En Washington, el viernes pasado, Guillermo Nielsen también les ratificó a inversores y encargados de fondos de inversión que ya no hay diálogo. Quien sí habló con referentes oficialistas la semana pasada fue el exbanquero central Martín Redrado, pero ayer en Nueva York fue claro: les dijo a varios clientes que no asesora directamente a Fernández.

Refundaciones

El oficialismo, en plena crisis, es un hervidero de vanidades heridas. María Eugenia Vidal ya avisó que planea recluirse en una fundación y ayer incluso se rehusó a usar los colores e insignias de Juntos por el Cambio en su cierre de campaña de Vicente López, simultáneo y separado de los de Horacio Rodríguez Larreta y del propio Macri. «No es que no seamos macristas. Lo que no somos es marquistas», comentó herido a este diario uno de los hombres de máxima confianza de la gobernadora. El dardo, claro, era para Marcos Peña, el mariscal la derrota.

La transición también estará marcada por esos resquemores internos. Las principales fábricas de alimentos acaban de subir sus precios mayoristas entre 8% y 10% para hacer un «colchón» ante un posible congelamiento de precios post-electoral. ¿Quién iba a pagar el costo de exigirles que no lo hagan? ¿Acaso alguien tiene el poder para hacerlo?

El problema adicional es que el último mes de campaña de Macri parece haberse inscripto en una estrategia de eventual salida del poder calcada de la de Cristina Kirchner en 2015: retirarse con su núcleo duro intacto para apostar a volver si en algún momento recupera el favor del 30% de los votantes que fluctúan entre una y otra fuerza. La diferencia, claro, es que Cristina no se fue en medio de una corrida cambiaria con riesgo de espiralización hiperinflacionaria, como el que advirtió diez días atrás para la situación actual el exministro Domingo Cavallo.

Esa diferencia es lo que expone a Macri a un final delarruista. Para peor, los 44 días de la transición transcurrirán con el telón de fondo la crisis regional, que ayer sumó a Bolivia por las denuncias opositoras de fraude en la elección que consagró a Evo Morales reelecto en primera vuelta. La discusión interna en el FDT es si el momento actual de la economía es más parecido a 2000, a 2001 o a 2002. Ninguna aparece como demasiado seductora.

Fuente. BAENegocios

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