Murió Cacho Castaña, símbolo del macho porteño

El símbolo del macho porteño, en su versión de “atorrante”, capaz de la hazaña más aplaudida por la barra: Soplarle la mujer al mismísimo Carlos Monzón, en un cinematográfico engaño, escondido en el baúl de un auto. Así consigna la leyenda que él mismo se encargó de ratificar, en vivo y en directo, en el programa de la otra participante que, más famosa que él y todo, en este caso no alcanzó el status de protagonista. El portador de las canciones ligeras que vendían en los ’70. El hombre que en sus últimas décadas retomó su condición de figura del espectáculo, y siguió llenando teatros con las mismas canciones. El autor de «Café La Humedad», ese tangazo. Y también de “Si te agarro con otro te mato”. El que vivió para refrendar aquello de «el que mata debe morir», redoblando la apuesta: «saquen al ejército y a los gendarmes a la calle». Y otra máxima: “Si la violación es inevitable, relájate y goza”. La figura de Cacho Castaña surgió bien lejos de la marea verde, y una vez que esta se desató, su estrella siguió encendida, orgullosamente al margen. Murió hoy a los 77 años, por un cuadro de neumonía. Se lleva un título que lo honra: fue “Cacho de Buenos Aires”.

Como también contaba en las muchas entrevistas televisivas en las que su figura canchera, su simpatía y su repentismo siempre rendían, había estado varias veces al borde la muerte. La última, grave, en 2014, y antes en 2009, con largas internaciones y cuadros de bronquitis aguda y edema pulmonar. En 2005 le habían realizado una angioplastia coronaria. Achacado y todo, pero de porte siempre impecable a su modo, con cada “regreso” alimentaba su figura: “Hice lo prohibido en exceso”, daba título para contar que ya no fumaba tres atados por día.

«Llegó Elvis y me llenó la cabeza de humo»

Humberto Vicente Castagna –tal el nombre que figuraba en su documento– nació el 11 de junio de 1942, en la ciudad de Buenos Aires. Su madre lo mandó a estudiar piano a los 6 años. A los 13 años se recibió de «profesor de música», a los 14 ya era pianista estable de la orquesta de Radio Excelsior. Hasta que, como decía en todas las notas en las que repasaba sus comienzos, «llegó Elvis y me llenó la cabeza de humo». Con ese ejemplo se lanzó como cantante.

En 1971 obtuvo el segundo puesto en un festival internacional de Tokio, de esos que por la época catapultaban a la fama, con «Me gusta, me gusta». “Fue raro, porque era mi peor tema. No tiene una higiene musical para ganar ningún festival, ¡pero andá a saber qué entendieron los japoneses!», recordaba. Aquello alcanzó como lanzamiento a todo trapo de aquel joven que ya cantaba en Sábados de la bondad desde 1966. Fue el primero de una serie de éxitos: «Seguí bailando», «Señora, si usted supiera», «Quiero un pueblo que baile», o «Quieren matar al ladrón «, con el que en 1975 llegó a vender un millón y medio de discos.

Fue una de las figuras de aquella «música complaciente» que llegó para vender, y para desplazar a otros géneros, en los ’70. «Me cagaba de risa con la pelea entre música progresiva y comercial», decía. «La protesta, ¡por favor! Los músicos de protesta no me podían ni ver porque yo había dicho en una entrevista que ellos protestaban porque no vendían discos. Y nosotros, los de la complaciente, vendíamos a lo loco. Siempre fue así. Es muy difícil que la buena música venda mucho», marcaba, con honestidad brutal.

«Yo no sé cómo carajo vendía discos»

En el ámbito periodístico, su nombre integraba la lista de esos que al mencionarlos se suponen portadores de la mentada «yeta». En eso, el periodismo de espectáculos fue desagradecido. Castaña fue un gran tirador de títulos, la felicidad del editor: «La única mujer que no me engañó fue mi vieja», «Yo no sé cómo carajo vendía discos», «Yo agarré la guitarra y gracias a Dios no laburé más», «Me siguen tirando bombachas, y son tanguitas. No son tan grandes como las que le tiran a Sandro», salta en un vistazo rápido al archivo. Por cierto, siempre se ocupó de resaltar las comparaciones con Sandro. Y de ubicarse cerca: si las de el Gitano eran “las nenas”, las suyas fueron “las cachorras”, por ejemplo.

Compuso unas 2500 canciones, en un arco estilísitico que va de lo inspirado a lo chabacano. Está «Café La Humedad», por supuesto, que es un gran tango. Están los que le dedicó a dos figuras importantes en su vida: El Polaco Goyeneche («Garganta con arena») y Adriana Varela («La Gata Varela»). Están como temas la barra de amigos, el barrio, la bohemia y los códigos de la noche. Convivieron en perfecta armonía con las letras misóginas del set bailable, ese que copaba siempre la segunda parte de sus shows. El punto máximo, sin dudas, los versos «si te agarro con otro te mato, te doy una paliza y después me escapo». Así se llamó uno de sus singles que más vendió: Si te agarro con otro te mato, editado en 1975. El lado B era “A Buenos Aires se le perdió en violín”, un lamento ciudadano.

«Compañero del Polaco Goyeneche y legendario playboy»

Calamaro le escribió una letra dedicada: «A Cacho Castaña, romántico varón, ¡de los que ya no se hacen! Compañero del Polaco Goyeneche y legendario playboy… ¡Y las mujeres! Qué campaña, todo es cierto, ¡quiero ser como Castaña!». Frecuentó las páginas de las revistas por sus romances, por sus casamientos con mujeres siempre muy jóvenes (una, la hija de su mejor amigo, otro gol para la tribuna), por sus aproximaciones a la religión umbanda y la parapsicología. Por su encendida defensa de la pena de muerte, por sus declaraciones machistas fuera de época. Por su apoyo siempre ferviente al actual presidente: más leal que muchos entre la tropa propia, siguió pidiendo públicamente la reelección hasta el final.

De sus primeras épocas de popularidad, se lo recuerda en películas interminables de comienzos de los 80 como La carpa del amor y La playa del amor. Entrado el nuevo siglo vivió una suerte de regreso artístico, al que él mismo decía no encontrarle explicación. Volvió a ser reconocido como autor, a multiplicar actuaciones en todo el país, a sacar discos. Así pasó de tener que suspender un gran Rex a llenarlo varias veces, a hacer escenarios más grandes como el Luna Park, a ser número fijo de los festivales por el país. En los últimos años su actividad disminuyó, sobre todo por su estado de salud.

Aunque en el último tiempo vivía en Olivos, siguió perteneciendo hasta el final al barrio de Flores, cerca del Café La Humedad de Gaona y Boyacá. Muchos tipos en uno (como casi todos y todas, pero en su caso frente a cámara) murió encarnando el personaje del diploma que colgaba bien visible en su casa: «Doctor Honoris Causa de la Universidad de la Calle. Con el grado de ‘baldosa de oro'».

Fuente. Pagina12

 

 

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