Destruir mitos de la inflación

El neoliberalismo local experimentó un nuevo fracaso. Su teoría está mal, no explica los hechos. Su discurso es mentiroso. Su resultado fue otra vez deuda y pobreza. Ni siquiera los estrategas del marketing pueden encontrarle virtudes, por eso a la hora de las reseñas hablan de vaguedades inasibles, como la república o las instituciones, que nadie desmerece, pero que no es de lo que se habla, es otra cosa. Sin embargo, los periodistas oficialistas siguen interrogando como si nada. “¿Usted dice que la emisión no genera inflación como sostienen los economistas ortodoxos?”. “¿Cree que el déficit fiscal no es inflacionario?”. También se insiste con el cliché relacionado del “gradualismo”, el mayor éxito discursivo del macrismo para justificar la injustificable deuda en divisas.

Se habla, se pregunta, se escribe como si los últimos cuatro años no hubiesen existido. Se cree en la posibilidad de seguir fulminando con los mismos anatemas. No señores, los axiomas neoliberales fracasaron. No tienen nada que ver con la ciencia, son puro discurso de legitimación. Es necesario repetirlo una y otra vez, explicarlo, porque la verdadera ciencia económica tiene millones de horas en contra en los medios de comunicación. Hay mucho para remontar.

Las preguntas básicas son sencillas: si la emisión genera inflación, ¿por qué con el congelamiento de la base monetaria no evitó niveles récord? ¿En serio siguen hablando de “retardos o lags” en los ajustes? Si el déficit fiscal genera inflación, ¿por qué la reducción abrupta del déficit no tuvo el menor efecto en la evolución de los precios?

Por detrás de estas afirmaciones existe una relación de causalidad para nada inocente, una relación entre déficit-emisión-inflación. El orden tiene sentido. El problema es el Gasto del sector público. ¿Qué pasa cuando el Estado gasta? El economista vulgar dirá que aumenta la demanda y que la mayor demanda hace aumentar los precios. Luego el Estado al gastar más seguramente incurrirá en déficit y para cubrirlo lo “monetizará”, es decir emitirá pesos.

Dos cuestiones. La primera: se entiende que el Gasto público puede transformarse en mayor demanda de manera inmediata, menos claro en cambio es el mecanismo de generalización posterior según el cual la mayor cantidad de dinero se transforma en demanda. Las y los lectores podrían preguntarse cómo llega la mayor emisión a ser, por ejemplo, parte de su salario o de su ganancia.

La segunda cuestión es más demoledora: ¿qué pasa cuando aumenta la demanda de un bien o servicio?; ¿siempre aumentan los precios? No necesariamente. En la mayoría de los productos (técnicamente las mercancías “reproducibles”) el aumento de la demanda produce un efecto absolutamente ignorado por la economía vulgar: aumentan las cantidades ofertadas y, por extensión, la producción a partir del estímulo de la demanda. La razón es que siempre existe algún grado de competencia.

Dicho de manera rápida, si usted tiene un kiosco y le aumenta la demanda de golosinas no aumenta el precio porque el comprador se va al kiosco de la otra cuadra. El aumento de los precios cuando aumenta la demanda es un caso especial. Ocurre cuando se dificulta la “reproducibilidad” del bien demandado, por ejemplo, siempre en términos de la economía convencional, cuando la producción del bien se acerca a la frontera de posibilidades de producción o al pleno uso de los factores productivos, como el trabajo y el capital. De nuevo: es un caso especial. Piénsese además que si así no fuese, que si el aumento de la demanda no aumentase las cantidades ofrecidas, entonces la demanda no traccionaría la actividad, algo que la economía “por el lado de la oferta” querría negar, pero que la realidad no se lo permite.

Las conclusiones preliminares son que el aumento de la emisión no se transforma necesariamente en mayor demanda, pero además que el aumento de la demanda no necesariamente aumenta los precios. La relación déficit-emisión-inflación simplemente es teóricamente errónea. Luego, por si la teoría no alcanza, siempre está la realidad, que muestra que la relación no existe. Si usted está muy convencido de sus ideas preconcebidas trate de pensar en los “mecanismos de transmisión” antes que argumentar por el absurdo (“empapelemos el planeta de billetes y se acabaron los problemas”).

Una segunda explicación errónea, que reapareció en algunas voces de la oposición, es la llamada “inflación oligopólica”, que sostiene que la concentración del capital en determinados mercados, al disminuir la competencia y otorgarle un gran poder de mercado a unas pocas firmas, genera el aumento discrecional de precios en estos mercados y por extensión al conjunto. Lo primero que debe decirse es teórico. Existe una confusión entre la formación de un precio oligopólico, un precio superior al de “competencia perfecta” en términos de la teoría convencional, y el aumento generalizado y sostenido de los precios.

La existencia del oligopolio supone un precio más alto, no el aumento constante de ese precio. La segunda cuestión también es la realidad. En los países capitalistas avanzados existen mercados oligopólicos, algo que hace a la naturaleza del capitalismo, al mismo tiempo que baja inflación. ¿Argentina sería un caso de singular?

Ahora bien, si las explicaciones tradicionales ya no explican es necesario construir una explicación alternativa. Sin embargo no hay nada que inventar, la ciencia ya lo hizo, sólo que no todos la conocen. El problema de la inflación es uno de “precios básicos”, de evolución de los precios que forman parte de los precios de todas las cosas: el tipo de cambio, las tarifas y los salarios. Estos precios básicos son a su vez variables distributivas, es decir que dependen de relaciones de fuerza entre los actores (clases) sociales, de la puja distributiva.

Durante el macrismo la alta inflación se debió a la evolución del dólar y de las tarifas. Durante el kirchnerismo se debió a los aumentos de salarios. Por supuesto que en cada momento histórico operan “en el margen” otros factores complementarios, pero los principales son siempre los precios básicos. Del buen diagnóstico de las causas dependerá que existan o no buenas políticas.

Fuente. Pagina12

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