«Los jóvenes a veces eligen mal»

Hace unos días, mientras la música seguía sonando en el fondo de la fiesta familiar o del brindis con amigues, mientras había fuegos artificiales o era hora de una siesta demoledora, varios pensaron que este 2019 sería el año para irse a vivir solos. O con algún compinche para compartir gastos. Lo que sea que permita salir de la casa de los viejos y empezar a equivocarse por las propias. Entonces, tal vez alguien respondió con un: “¡Pero si no sabés ni hacerte un huevo duro!”. O capaz sí sabés, pero no cómo pagar todo lo que se come alrededor del huevo duro.

Muchos padres miran con sospecha cuando los veinteañeros de la familia acceden todos gustosos a acompañarlos al supermercado un sábado o domingo a la mañana. ¿Qué onda? Es, claro, una investigación de campo. Y el primer resultado del experimento despierta el horror: sale un huevo –y no frito, precisamente– y la mitad del otro la cuenta del supermercado. ¿Cómo hace uno para independizarse y comer dignamente sin detonar la billetera? ¿Cómo hace alguien joven para vivir solo en medio de la macrisis? El NO encaró a una nutricionista, una cocinera youtuber y a jóvenes que ya pasaron por la experiencia para intentar develarlo.

Lo primero a tener en cuenta es la famosa “pirámide nutricional”, ésa que todos aprenden en la escuela y que se basa en los distintos “grupos” de alimentos: carnes, legumbres, verduras, granos, lácteos. Es el planteo más tradicional y que alcanza a la mayoría de las personas. Nunca está de más aclararlo: hay que adaptarlo si uno quiere dedicarse al vegetarianismo o al veganismo (en cuyo caso, mejor consultar a un nutricionista profesional). Pero así como eliminar la carne de la dieta puede traer problemas si no se hace bien, lo opuesto también es para quilombo.

Juan (30 años, técnico televisivo) básicamente vive a carne, sánguches y desayunos con energizantes. Sus amigos no le auguran una larga vida. Y él mismo se ríe de eso: cuando por algún milagro come una fruta, sube la foto de prueba a Instagram. Por si hace falta aclararlo, él mismo lo confirma: no cocina mucho. Lejos de la rutina de Juan está la Organización Mundial de la Salud, que propone comer todos los grupos alimenticios, sugiere elegir alimentos integrales, carnes magras, cocinar al vapor o hervir y evitar comidas con excesiva azúcar, grasa o sal. O sea, gambetear todo eso que viene en los paquetes de snacks.

Los snacks, justamente, son una de las primeras trampas para la alimentación cuando uno se independiza. Picotear boludeces para para zafar o para bajonear son tentaciones constantes. Algunos las manejan con permitidos semanales. Otros prefieren no comprar para no tentarse. Lo importante, en todo caso, es tener a mano alternativas. Y planificar. La planificación –coinciden las fuentes consultadas por el NO– es fundamental. “Una de las principales consultas de los de veintitantos y treintaypocos en mi consulta es qué tienen que comprar porque no tienen idea de organización”, cuenta la nutricionista Jacqueline Schulberg.

El paso número uno, explica, es saber qué comprar. Eso depende del presupuesto, claro, pero también de la salud de cada quien y de qué tipo de vida lleva. Así, Schulberg alienta a tener siempre pensado un plan A para cuando hay tiempo de prender las hornallas un buen rato y un plan B para cuando hay que salir del paso. “El plan A es alimentos frescos, pero conviene tener un stock de plan B para cuando no sabés qué hacer y lo único que se te ocurre es un plato de fideos blancos”, explica. Otra parte de saber planificar, profundiza, es distinguir dónde almorzamos. ¿El laburo tiene comedor, cocina o hay que salir a comer afuera? “Hay empresas con comedores y conviene elegir el menú en función de la elección de cena”, señala. Y claro, con eso, las compras.

Schulberg tampoco ve con malos ojos los lugares que venden comida por peso, tan frecuentes en las zonas de oficina. “Son accesibles, pero el problema es que los jóvenes a veces eligen mal, se gastan lo mismo en un yogurt y cereal que lo que gastarían en una bandeja de comida mucho más equilibrada”, comenta. Las viandas que se encargan también pueden servir, reconoce, pero no son tan baratas y hay que tener más resto en el bolsillo. “Podés tener una o dos congeladas para cuando llegás muy tarde y sin ganas de cocinar, pero 14 comidas a la semana de viandas es un presupuesto”, advierte. La escena le resultará conocida a cualquiera: uno llega tarde de un after, detonado y sin ganas de cocinar. Si no hay nada en el freezer, el delivery tienta demasiado. Tener algo para manotear en la heladera es providencial.

En esto coincide Paulina Roca, muchísimo más conocida en YouTube como Paulina Cocina. “No me banco comerme un sanguchito de parada, así que en mi etapa de vivir sola, que duró como tres años, mi estrategia para comer bien era tener el plan precocinado”, revela. Mucho tupper, mucho freezer y un buen rato a la semana dedicado a cocinar en cantidad para fraccionar. “Por ejemplo, cuando vivía sola compraba churrascos, aunque también puede ser hígado, osobuco, calamar, lo que sea económico, y hacía eso en mejunje rehogando cebolla, ají, ajo, bien condimentado y separaba. Llegaba a casa, calentaba ese bodoque y sobre eso te hacés un arroz; gastás poco y le tirás una buena onda”, propone. “El arroz y el fideo están muy bien, pero si le tirás una onda”, planta bandera. Paulina, además, es práctica en sus videos y en su libro de recetas, pensadas para hacer en 30 minutos o menos.

Paz (27 años, periodista) lleva un par de años atravesando esta experiencia. Con una particularidad: tuvo que reaprender todo después de que el endocrinólogo la mandara a cambiar su rutina alimentaria por un temita con la tiroides. Vegetariana entre los 14 y los 24, siempre se acostumbró a los vegetales y las legumbres. “Cuando recién me independicé era muy prolija en las comidas, pero lo que sí pasaba era tomar bastante alcohol. Incluso me había suscripto a un club de vinos. Mi alimentación era buena pero no tenía orden predeterminado ni restricciones”, cuenta. “Hasta que me pasó lo de los análisis.”

Los resultados la pusieron entre la disyuntiva de aumentar la dosis de la levotiroxina que tomaba o cambiar su alimentación y rutina de ejercicios. “El médico recomendó restringir los alimentos que retrasan el metabolismo y me cambió la dieta por completo”, recuerda. “Básicamente me prohibió tomar alcohol y café, que me costó mucho dejarlo. También los lácteos, que no me costó tanto porque no consumía muchos, pero en la suma de los temas era un montón. Y me dio una dieta muy ordenada donde cada día tenía que consumir un grupo de alimentos súper específicos y restringir otros. A base de granos algunos días, proteína animal otros, y vegetales. Cero harinas blancas, también. Restringir alcohol y harinas blancas es bastante complicado”, reconoce. “La joda es que la comida industrial es muy barata. Y lo es porque es de mala calidad y es de mala calidad porque vivimos en un sistema que necesita producir gran cantidad de alimentos para una población inmensa. Salir de ese circuito y comer alimentos que no estén procesados es muy caro”, lamenta.

“Ser joven, soltera y tener vida social no deja mucho tiempo para cuidarse, entonces lo que hacía era tratar de cocinar los fines de semana para tener comida saludable el resto de los días”, explica Paz. “Como trabajo en casa, usaba mis tiempos muertos para cocinarme porque todo lo que tenía que comer llevaba más tiempo de elaboración que poner el agua y tirar los fideos”, agrega. “Y lo de hacer actividad física lo resolví caminando y andando en bici, que genera endorfinas y te ahorra el malestar y la amargura de subirte al subte, además de ahorrarte dinero en la SUBE”. La clave para atravesar todo esto, asegura, fue planificar las comidas e identificar los negocios baratos de su barrio. “Yo tengo que hacer la dieta por períodos, pero capaz para el que tiene que sostenerla a largo plazo es ideal ir a mayoristas y ferias ambulantes de productos más naturales”, reflexiona.

Paulina recuerda: “La etapa de recién independizado es de mucho delivery, mucha pizza fría, mucho rescatado del día previo, snack, mucho ‘vino con cositas’, mucho ‘me compré un queso’ y comés queso con pan. La verdad es que la gente mal o bien se cocina y nadie vive a delivery todos los días”, asegura. “Qué comer es todo un tema, para no comer todo el día ni todos los días lo mismo”, reconoce. En su sitio, explica, la mayoría de la gente le comenta que no le gusta cocinar, que sólo cocina para otros. “No es mi caso: yo hago curry de cordero sólo para mí porque me copa”, cuenta. Por eso ella planifica todo en función de su freezer. “Él y yo somos muy amigos desde mi época de soltería, ¡cocino para el freezer!”, grafica.

La youtuber es una máquina de tirar sugerencias: colchón de arvejas, la panceta como caballo de Troya para pasarle verdura a concubinos reticentes, combos de desayuno, empanadas de jamón y queso freezadas, y mil opciones más. Cada frase le dispara una idea. En su libro incluso tiene recetas para cuando un amigo se te instala después de la birra o el mate de la tarde y hay que improvisar una picada. En todo caso, sugiere probar condimentos, arriesgarse a comprar cosas nuevas –“¿En el súper hay riñoncitos? Probalos”, tira–, confiar en los omelettes. “ Y si algo te sale mal, ¿cuál es el problema?”

Por último, Paulina sugiere algunos infaltables para una alacena y una heladera básicas. Dos tipos de quesos: uno que se derrita para enchufarle a cualquier cosa que tengas por ahí, y uno que se pueda cortar para comer con pan, para cuando agarra el bajón. Jamón: el mejor amigo del queso. Cubitos de hielo: para el fernet. Sal y pimienta: los únicos dos condimentos realmente necesarios. Pastas y arroz. Si comés carne, algún tipo de carne de la que sea: un churrasco siempre es buen amigo, es rápido de hacer, rico y alimenta. Huevos. Crema: enorme aliado de quien no sabe cocinar. Panceta. Verdura de hoja. Tomate. Pan. “¿No tenés nada que hacer? Pan, tomate y aceite de oliva y listo.”

Fuente. Pagina12

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