Italia, entre la xenofobia y la pelea con la UE

Desde el primero de junio de 2018, día en que asumió el actual gobierno italiano presidido por Giuseppe Conte, pero controlado en realidad por los viceprimeros ministros Matteo Salvini, de la ultraderechista Liga, y Luigi di Maio, del Movimiento Cinco Estrellas (M5S), dos batallas han concentrado la atención de los tres gobernantes: la inmigración y el presupuesto de Italia para 2019.

Todo comenzó con el incierto resultado de las elecciones del 4 de marzo, según el cual ningún partido estaba en condiciones de gobernar por sí mismo. El resultado fue un verdadero golpe para las fuerzas progresistas del Partido Democrático (PD) que con Matteo Renzi había gobernado en los últimos años. La coalición de centro-derecha se clasificó primera con el 37% de los votos, en particular gracias a los votos obtenidos por la Liga de Salvini (17,5%). El partido más votado fue sin embargo el M5S de Di Maio con el 32,7% mientras el PD sólo consiguió el 18,7%.

De ahí en más se desató una larga discusión sobre las alianzas para ver si era posible formar un gobierno. El PD, en una grave crisis desde hacía meses que había provocado la renuncia de varios de sus dirigentes mientras otros abandonaban el partido, renunció a aliarse con uno u otro de los ganadores. Y después de más de 80 días de idas y vueltas, de discusiones interminables, Liga y M5S llegaron a un acuerdo que firmaron por escrito y llamaron “contrato de gobierno”.

Era la primera vez que el M5S llegaba al gobierno nacional y cedió mucho para poder hacerlo, argumentando que su partido “no es de izquierda ni de derecha”. Entre las muchas cosas que acordaron estaba el tema migrantes.

Frenar la inmigración fue descripto por Salvini, que también es ministro del Interior, como una necesidad urgente para Italia porque, dijo, parafraseando al presidente estadounidense Donald Trump, “los italianos primero”, esto siempre y cuando los migrantes llegados principalmente de Africa, les sacaran el trabajo a los italianos – como algunos se esfuerzan en hacer creer- cosa que no es verdad como han demostrado varios estudios.

La batalla contra los migrantes se hizo más agresiva en muchos países de Europa, incluida Italia, en 2018. Pero este año llegaron por mar a Europa sólo 113.145 personas, muchas menos de los que llegaron en 2017  (168.258) y 2016 (359.160), según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Pero en 2018 se produjeron muchas más muertes y desaparecidos en el mar que en otros años (3.456), en parte debido al bloqueo por decisión del ministro del Interior, de las acciones de ayuda de las fuerzas navales italianas y al cierre de los puertos, que obstaculizó la tarea de asistencia a los migrantes en el mar, de organizaciones no gubernamentales como Médicos sin Fronteras y otras.

Vale la pena recordar en este sentido, que la mayor parte de los migrantes africanos llegan a Europa por mar, sobre todo a Grecia, Italia y España porque son los países más cercanos a las costas del norte africano. Y para eso, pagan a los traficantes de seres humanos varios miles de dólares en efectivo -cosa bastante difícil-, o trabajan para ellos como esclavos o en la prostitución. Y los principales centros de traficantes están en Libia donde los migrantes son alojados en una suerte de campos de concentración. “En Libia hay una red de tráfico de seres humanos y de explotación alucinante. Se cometen crímenes contra la humanidad en gran escala. Hemos recogido miles de testimonios de gente que ha sufrido abusos y torturas gravísimas. En comparación con el Holocausto y por lo que nosotros hemos escuchado de esos lugares, faltan sólo las cámaras de gas”, dijo a PáginaI12 Alberto Barbieri, médico y coordinador de la ONG Médicos por los Derechos Humanos que ayuda a los migrantes. Salvini decidió colaborar financieramente con la Guardia Costera de Libia para que llevara de vuelta a Libia a los migrantes rescatados en el mar, lo que fue definido por las organizaciones de solidaridad como “un acto criminal”. Así y todo, Salvini y el gobierno italiano decidieron cerrar los puertos para, según ellos, obligar a otros países europeos a recibir a los migrantes, aunque la reglamentación europea en este sentido prevé que los migrantes deben ser registrados en el país al que llegan para luego ser distribuidos a otros.

Las medidas para evitar la llegada de migrantes no sólo se aplicaron en el mar. El caso más alucinante fue el de Mimmo Lucano, alcalde de Riace, en Calabria (sur del país), donde los inmigranets eran recibidos con afecto, educados, e integrados en la comunidad como debe ser. Lucano, que algunos han candidateado para el Premio Nobel de la Paz, fue acusado por la justicia italiana de favorecer la inmigración clandestina y por eso puesto al arresto domiciliario. Su proyecto empezó a desmoronarse, tal como quería el gobierno italiano.

Las agresiones racistas, por otra parte, – huevos en la cara, piedras, tiros – se multiplicaron en todo el país. Una de ellos especialmente ocupó la prensa internacional porque se trató de una campeona italiana de tiro del disco, Daisy Osakue, nacida en Italia pero de padres nigerianos, a la que le tiraron huevos a la cara y los ojos. Por todos estos hechos,  la flamante comisionada de Derechos Humanos de la ONU, la ex presidenta chilena Michelle Bachelet, dijo que mandaría una comisión de investigación a Italia.

El broche de oro de todo este proceso fue la decisión del gobierno italiano de no votar en Naciones Unidas sobre el “Acuerdo Global para una Segura, Ordenada y Regular Migración” que 164 países de la ONU había acordado en una reunión que se hizo en Marruecos. La Asamblea General de la ONU aprobó este documento pocos días después pero Italia se abstuvo, argumentando que todavía tenía que evaluar las consecuencias de la propuesta, y casi ignorando por completo que los acuerdos aprobados por la Asamblea ONU no son obligatorios para los países aunque voten a favor.

Hablando de deudas

La  otra batalla que Italia estuvo dando durante meses fue contra la Unión Europea que puso en discusión los contenidos y estimas del presupuesto estatal para 2019. El presupuesto original, con el que los dos partidos gobernantes se hicieron mucha propaganda, contenía, entre otras cosas, el llamado “rédito de ciudadanía” una suerte de asignación para las familias y personas en dificultad muy esperado ya que la desocupación es cercana al 11% y la desocupación juvenil  al 33%.

La discusión con la UE, que rechazó el presupuesto original presentado por Italia a causa de varios indicadores económicos considerados demasiado arriesgados para el país y para Europa -como la relación entre el déficit del estado y el PIB, prevista en principio para 2019 al 2,4% y ahora reducida al 2,04% – se extendió durante varias semanas y debería concluir definitivamente en los próximos días.

El gobierno italiano tuvo que aceptar varios cambios -como reducir el monto destinado al rédito de ciudadanía de 9 mil millones de euros a poco más de 7 y el monto destinado a inversiones de 9 mil millones a 3,6, entre otras cosas – aunque en un primer momento se mostró muy reticente a hacerlo, convencido de que todas sus cifras eran perfectas. “Escucharemos a todos”, dijo Salvini en un primer momento. Pero nadie nos hará cambiar las ideas fundamentales, aclaró, “ni siquiera si llega el Niño Jesús”.

El otro tema que preocupaba a la UE y que por eso pedía la reducción de la relación déficit-PIB era la gran deuda pública italiana -que gira en torno a 2,3 billones de euros- por el riesgo de que, si no se toman las medidas adecuadas, se pueda llegar a una situación extrema, similar a la del “corralito” que vivió Argentina en el año 2001. De hecho después de haber anunciado el acuerdo con la UE, los mercados parecen haberse tranquilizado. El “spread” – la diferencia entre los bonos a 10 años del estado alemán y del estado italiano considerados un indicador de estabilidad-, llegó a 315 puntos en los momentos de mayores dudas mientras el 5 de marzo, al día siguiente de las elecciones, la diferencia había sido de 137 puntos. Ahora es de 252 puntos.

Fuente: Página 12

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