Panorama económico: Pies de barro

Las cuentas de los economistas del Gobierno aseguran que la crisis cambiaria y los riesgos de default quedarán superados con el nuevo acuerdo con el FMI. El adelantamiento a 2019 de los desembolsos previstos originalmente para 2020 y 2021 cerrarán la brecha externa y despejarán el camino para una lenta recuperación de la economía a partir del segundo cuatrimestre del próximo año. La caída de importaciones por la recesión y la disminución de los viajes al exterior por el aumento del dólar achicarán el déficit de cuenta corriente hasta tornarlo manejable con las divisas que acerque el Fondo Monetario. El razonamiento es el mismo que Nicolás Dujovne expuso cuando se firmó el primer entendimiento con el organismo a principios de junio, solo que en aquel caso todavía se sostenía que el PIB crecería hasta 0,4 por ciento en 2018, que la inflación tendría un máximo de 32 por ciento y que el dólar terminaría diciembre en 28,80 pesos. Ahora las previsiones del ministro son que la economía derrapará 2,4 por ciento, la inflación llegará al 42 por ciento y el dólar, en la estimación de los consultores alineados con el oficialismo, quedará a fin de diciembre en 41,90 pesos. Como el cangrejo, el Gobierno camina para atrás sin alterar las políticas que llevaron a la Argentina a una crisis tan severa que hasta se cancelan vacunas y se quitan pensiones por invalidez.

Semejante deterioro entre el primer y el segundo convenio con el FMI pone en cuestión los nuevos pronósticos, dado que los mismos actores fallaron tan groseramente en sus diagnósticos anteriores. Pero más allá de esos antecedentes que minan la credibilidad de la palabra oficial y la de sus aliados, la evaluación deja otra vez de lado el factor principal de la presión cambiaria: la fuga de capitales. Es un elemento que está presente desde que se abrió el “cepo” en diciembre de 2015 y aumenta de manera persistente mes tras mes. Ya desde entonces se aseguraba que el shock de confianza que garantizaba un gobierno neoliberal desinflaría la demanda de dólares. Es más, se anticipaba una lluvia de inversiones que evitaría una mayor devaluación del peso. Está a la vista que nada de eso sucedió, al punto que la divisa escaló hasta 40 pesos, el Gobierno tuvo que pedir socorro al FMI y ahora vuelve a negociar ese acuerdo para obtener más fondos. Además, tomó deuda nueva por 100 mil millones de dólares en dos años y nueve meses y subió las tasas de interés a niveles record para captar capitales especulativos.

La imagen que resume esta etapa y también se ajusta a la situación actual, con proyección hacia los próximos meses, es la de un Gobierno que se esmera por construir un dique con divisas prestadas –en los mercados internacionales, con capitales especulativos y ahora con el FMI– mientras observa pasivamente cómo el agua nunca deja de subir por la fuga de dólares hasta amenazar con el desborde una y otra vez. En estos días el oficialismo busca levantar el murallón con más crédito del Fondo Monetario, en tanto sigue sin modificar la desregulación cambiaria que permite a las grandes fortunas del país colocar sus excedentes en moneda extranjera. Es decir, el Tesoro lucha por conseguir cada día más crédito –el presidente del Banco Central, Luis Caputo, anticipó ayer que intentará que los países centrales compren bonos argentinos en pos de afianzar esa estrategia– a un costo cada vez más alto en términos de ajuste, recesión, desempleo, pobreza, pérdida de soberanía económica y capacidad de repago de los compromisos asumidos. Es una dinámica inconsistente desde el primer día y esa situación no se altera por más que ahora el Fondo Monetario facilite más plata y eventualmente en noviembre se concrete el swap de monedas con China para el ingreso de otros 5000 a 10.000 millones de dólares. Todo ese dinero, en tanto no se modifique la liberalización financiera y cambiaria que habilita la fuga, tendrá por destino abaratar la huida de los inversores que  obtuvieron rentas extraordinarias durante el proceso y ahora buscan cómo salir.

La compra de paz cambiaria por períodos acotados no impidió que la fuga de divisas detuviera su marcha. El mejor ejemplo es 2017, cuando el dólar estuvo planchado por varios meses y la adquisición de moneda extranjera mantuvo una tendencia de aumento invariable. Un problema adicional que se presenta a esta altura es la pérdida de credibilidad en las políticas del Gobierno. Mauricio Macri quedó desnudo de tanto decir lo peor ya pasó, en tanto nadie cree que Cambiemos tenga el mejor equipo en cincuenta años. Ese desgaste político profundiza la desconfianza en el éxito del oficialismo para controlar la situación y se traduce en más compras de dólares. En abril la adquisición de divisas para formación de activos externos totalizó 2055 millones de dólares. En mayo saltó al record de 4616 millones. En junio fueron 3075 millones y en julio, 3351 millones. La disparada del dólar hasta tocar los 40 pesos en agosto generó otra corrida de compra de divisas, según anticipan fuentes del mercado, y en lo que va de septiembre se está repitiendo esa performance. Además, los últimos días se verificó una incipiente salida de depósitos bancarios en moneda extranjera que alcanzó a 1171 millones de dólares, sobre un total acumulado que bajó a 27.409 millones.

A medida que se acerque el año electoral y se agudice la recesión, la presión del mercado vendrá otra vez por las dudas sobre la capacidad para sostener el tipo de cambio en 2020. Eso lleva a presumir que las compras de dólares no bajarán en los próximos meses sino que seguirán en aumento. Cualquier evento local o internacional –los últimos fueron la causa de las fotocopias y la devaluación de Turquía– detonará una corrida más fuerte y una devaluación más violenta, con menos capacidad de defensa porque ya no se le podrá pedir más al FMI, las tasas de interés están a tope y los encajes bancarios a full. En consecuencia, la expectativa oficial de estabilizar la nave con el nuevo crédito del FMI es una apuesta de pies de barro. Además, deja de lado que en el camino está destrozando la economía real y la calidad de vida de millones de argentinos. En ese sentido, las políticas de Cambiemos son equiparables a una combinación tóxica del cangrejo que va para atrás con cualidades de pato criollo.

“Frente a una dinámica que se le ha escapado de las manos al Gobierno, el anuncio oficial de que el FMI anticipará los desembolsos previstos para 2020 y 2021 (todavía no se sabe a cambio de qué) no alcanza para despejar las dudas acerca del financiamiento de la brecha externa”, asegura el último informe de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) que preside Mercedes Marcó del Pont. Y agrega un punto más para el análisis: “Cabe advertir que, entre depósitos a plazo fijo y Lebacs en manos del sector privado, se acumula un stock pasible de dolarizarse equivalente a 30.000 millones de dólares. Además hay depósitos en dólares encajados en el Banco Central por alrededor de 15.000 millones de dólares que, la experiencia indica, así como entraron pueden salir rápidamente del sistema”. Son volúmenes que desequilibrarían cualquier plan de estabilización si no se revierte la desconfianza que viene horadando las cuentas del sector externo.

Mantener abierta la libre compra de dólares sin ningún límite –el 40 por ciento del total de adquisiciones es por montos superiores a los 50 mil dólares mensuales, algo reservado para una elite en la Argentina– y las puertas para que esas divisas salgan del país es  garantía de inestabilidad permanente. Se vio claro estos dos años y nueve meses de gobierno de Cambiemos y no será distinto en los quince meses que le quedan a Macri para abandonar el poder.

Fuente: Página 12

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