El fútbol de las chicanas necesita silencio

Un efecto contagio recorre el fútbol. Su final es imprevisible. Rodolfo Ferrari, el vicepresidente 1º de Boca, anticipó cuál sería ese desenlace: “Tenemos que calmarnos, puede ocurrir una tragedia”. Se refería a la Supercopa argentina que su club jugará con River el 14 de marzo. Al toque sugirió postergarla. El dirigente le echó la culpa a Marcelo Gallardo de haber empezado una cruzada contra el poder que se le atribuye a Boca desde la Casa Rosada a la AFA. La siguió Marcelo Tinelli, el vice de San Lorenzo. En público hizo el mismo razonamiento que el técnico de River. Le respondió Daniel Angelici con afecto impostado. “Yo lo quiero, pero…”, declaró. También lo hizo Guillermo Barros Schelotto. Se sumó Rodolfo D’Onofrio con ánimo de cerrar el debate. Intentó poner al presidente de la Nación, Mauricio Macri, al margen de cualquier sospecha. Las palabras de uno y otro lado se las llevará el viento. Pero hacen falta más que palabras para evitar caer en esta grieta. Hacen falta silencios. Conductas que es difícil encontrar en el pasado y el presente. Por eso el futuro que se animó a describir Ferrari es el más temido. El de la profecía autocumplida.

El próximo viernes se reunirán Angelici, D’Onofrio, el presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia y el director nacional de Arbitraje, Horacio Elizondo. En ese encuentro, según el dirigente de River, se establecerán las bases para que “el 14 sea una fiesta como la Champions. Que no sea una guerra. Es un partido de fútbol, hay pasión pero de ninguna manera hay una pelea”. Angelici se mostró concesivo, acaso seguro del poder que detenta: “Si ellos creen que hay que poner VAR, y River está de acuerdo, se jugará con VAR. Si River no está de acuerdo, no lo usaremos. A Boca le da lo mismo”, señaló. Por si hacía falta aclararlo, agregó: “Nosotros queremos ir a jugar y que eso sea una fiesta para todos los hinchas”.

Un periodista de TV sintetizó con justeza lo que percibió en la semana que acaba de irse: “Dicen lo que queda bien, no lo que sienten”. Es muy posible. ¿Por qué habríamos de creerles? Si el clima denso, de beligerancia verbal había sido prefabricado por ellos, los que dirigen: presidentes y vicepresidentes de clubes, directores técnicos, hasta el propio Elizondo que aclaró pero no impidió que oscureciera: “Yo no me junto en la quinta de Macri a ver a qué árbitro podemos poner o sacar”, comentó, como si el mandatario fuera un convidado de piedra.

Quien sí se junta con el presidente en la Casa Rosada es el Mellizo Barros Schelotto. “No tengo nada que ocultar, me reuní con Macri porque es mi amigo. Nos juntamos a comer”, declaró en conferencia de prensa el viernes. Ese encuentro social ya había sido analizado por este cronista el jueves pasado: “En la construcción de sentido que hacen los medios, fue por esa relación que aconteció el encuentro. Si fuera así, a la Casa Rosada habría que rebautizarla como la Casa de la Amistad o al cultivo de la amistad como un acto de gobierno”.

La relación entre el presidente de la Nación y el técnico provoca cierta incomodidad en Angelici. Es el costado no difundido de esta saga de conventillo. Barros Schelotto reporta más a la Casa Rosada que a las autoridades del club. “Macri me cuestiona todo. Te dice cuando jugamos mal. No le gustó el equipo contra Banfield”, le confesó a Radio Continental. El almuerzo entre los dos fue criticado por el momento en que se produjo. Después de fallos arbitrales que perjudicaron a River. Hasta Elizondo aludió a la comida. El Mellizo defendió su derecho a reunirse con el amigo-presidente de hace 21 años. Y de paso cuestionó los comentarios suspicaces que habían deslizado Gallardo y Tinelli: “No comparto para nada lo que dijeron. No puedo decirle a la gente qué decir, pero estoy muy tranquilo porque trabajamos con honestidad”.

El técnico de River había dicho a mediados de enero y antes del primer superclásico del año: “Que Macri haya sido presidente de Boca o Tapia sea hincha de Boca nos hace tener que estar con la guardia alta siempre”. La frase quedó como una de las chicanas del verano. Tinelli la retomó en la semana que acaba de irse: “El presidente de la Nación es de Boca, el secretario de Deportes es de Boca (por Carlos Mac Allister), el presidente de AFA, Chiqui Tapia, también y el presidente de Boca es vicepresidente de AFA”. El conductor televisivo fue más allá: “Todos sabemos del fanatismo de Macri con Boca. De hecho, después de todo lo que pasó con River el domingo, las críticas y la gente cantando, él lo recibió sin problemas a Guillermo en la Casa Rosada. A mí me pareció raro. Me imagino que ya lo tenía arreglado de antemano, pero me hizo ruido”.

Tinelli le pasó factura a Angelici por una vieja declaración. Aquella sobre que un dirigente de San Lorenzo no podía presidir la AFA. Ahora está sentado un hincha de Boca en el sillón que ocupó Julio Grondona durante 35 años. En la casa del fútbol, el resto del paisaje es parecido: Fernando Mitjans, el presidente del Tribunal de Disciplina, es de Boca. El fiscal Raúl Pleé, ex vicejefe de Seguridad del club, conduce el Tribunal de Etica de la AFA. Acaba de firmar una “declaración-exhortación” sobre el enjambre de declaraciones que se mencionan a lo largo de este artículo. Pidió que “las conductas y manifestaciones tengan la prudencia y altura necesarias como para no afectar los valores éticos y de respeto que la Asociación del Fútbol Argentino debe custodiar y que quedan, eventualmente, sujetas al juicio y sanción de este Tribunal”.

El presidente del Tribunal de Apelaciones de la AFA, Héctor Latorraga, y el de la Comisión Electoral, Mariano Clariá, también son de Boca. Todos controlan cargos claves en el organigrama de la asociación. La institución que preside Angelici también maneja un puesto importante en la Superliga: Matías Ahumada ocupa la tesorería. Nunca en la historia del fútbol argentino un club grande tuvo tanto poder. Un poder que viene recargado desde la Casa Rosada.

D’Onofrio pretendió moderar el efecto de esa sensación colectiva instalada en el fútbol y en la calle. Acaso por conveniencia o por instinto de supervivencia, declaró el viernes: “Es un disparate el de implicar al presidente de la Nación como si algo tuviera que ver con el fútbol. Es cierto que es hincha de Boca y fue presidente de Boca, pero es el presidente de la Nación, tiene problemas más serios e importantes. Podría tener pasión como cualquiera de nosotros, pero no tiene nada que ver. Este absurdo tenemos que terminarlo. Los argentinos necesitamos estar más unidos que nunca”.

Esa misma noche, los hinchas de Huracán no le hicieron caso a D’Onofrio durante el partido que su equipo jugaba con Estudiantes. Se unieron pero con otro espíritu. Insultaron a Macri por un corte de luz en el estadio de Parque Patricios, acaso el disparador de su bronca. Antes lo habían hecho los de San Lorenzo, River y All Boys. Un cantito  transformado en hit del verano partió desde las canchas de fútbol y se replica ahora en otros escenarios. Se escuchó también en una estación del subte D cuando una formación no arrancaba, en un recital de Dancing Mood en el Centro Cultural Konex y en otro de Guasones en Groove. Los hechos reflejan que difícilmente alcancen las invocaciones a la calma. Los dirigentes del fútbol pretenden dar cátedra de buenas costumbres. Pero antes tienen que mirarse adentro, barajar y dar de nuevo. Lo demás es una olla a presión que refleja el malhumor social.

Fuente. Pagina12

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