Los precios vuelan en el globo del PRO

Lo más simple para el final

Por Augusto Costa *

Terminar con la inflación será la cosa más simple que tenga que hacer si soy Presidente”, aseguraba en 2015 el entonces candidato Mauricio Macri. La realidad demostró que en su primer año y medio de gestión fue incapaz de hacer incluso lo que él mismo decía que era fácil: en 2016 la inflación según el IPC del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires alcanzó el 41 por ciento, el nivel más alto desde 2002, y en el primer semestre de 2017 la variación interanual de este indicador fue de 23,4 por ciento.

Sin ningún logro en materia de precios para mostrar a la fecha y nuevamente en campaña, en las últimas semanas el presidente ratificó la meta del 17 por ciento de inflación que había fijado el Banco Central para este año -objetivo que sus propios funcionarios y todos los analistas reconocen que es inalcanzable- y afirmó que al final de su gestión el IPC va a ser de un dígito. Más allá del optimismo cargado de épica electoral que contiene el discurso oficial, no hay ningún fundamento sólido para sostener que el problema inflacionario en la Argentina esté cerca de solucionarse.

En primer lugar, la reciente suba del dólar -sin indicios de que sea la última- tendrá muy probablemente un fuerte impacto sobre los precios, como suele suceder en el país. Como muestra, entre noviembre de 2015 y mayo de 2017 el dólar subió 65 por ciento mientras que los precios lo hicieron el 63 por ciento. En otras palabras, el tipo de cambio y los precios se movieron casi en idéntica proporción.

En este sentido, parte del efecto de la devaluación ocurrida en los últimos dos meses donde el dólar pasó de alrededor de 16 a 18 pesos ya se trasladó a los precios mayoristas (subieron 2,6 por ciento en julio según el Indec, con aumentos del 3,8 por ciento en los productos importados) y los minoristas (el IPC CABA fue del 1,8 por ciento en julio). Pero este proceso no terminó de completarse y probablemente continúe en las próximas semanas.

Por otra parte, independientemente de que en el corto plazo el dólar no supere los 18 pesos (e incluso si se ubica por debajo de ese valor), es un hecho que en general una vez que en la Argentina suben los precios no bajan a sus niveles previos cuando el dólar retrocede; y menos aún cuando no se descarta una nueva devaluación para después de octubre.

A esto se suma la decisión del gobierno de avanzar en la reducción de subsidios a las tarifas de los servicios públicos, que tiene como contrapartida directa un piso de inflación anual muy superior al que anuncia el presidente. Para octubre y diciembre ya se dispusieron aumentos en la factura de gas y en noviembre para la electricidad. En tanto, se pospusieron para después de las elecciones los anuncios sobre incrementos en el transporte, lo que significará un nuevo golpe al bolsillo.

A su vez, los aumentos que el gobierno viene autorizando en combustibles, medicina prepaga y otros bienes y servicios sensibles suman más presión sobre la evolución del nivel general de precios. Finalmente, la desarticulación de la mayor parte de los programas y esquemas de seguimiento y control de precios con los que contaba la Secretaría de Comercio provoca que cualquier variación del tipo de cambio (real o esperada) o cualquier suba en bienes y servicios críticos se propague rápidamente a los precios internos, dado que los sectores concentrados de la industria y el comercio no tienen mayores impedimentos para abusar de su posición dominante en los mercados.

En definitiva, la lógica del actual modelo económico conspira contra el cumplimiento de la promesa realizada por el propio gobierno. Queda claro que el esquema de metas de inflación -basado en el sostenimiento de elevadas tasas de interés- que lleva adelante el Banco Central carece de efectividad y lo único que fomenta es la especulación financiera, poniéndole un cepo a la recuperación del consumo y la producción destinada al mercado interno.

Mientras el gobierno lleva adelante su infructuosa batalla contra la inflación con herramientas equivocadas, en los últimos 20 meses se desplomó el poder adquisitivo de la mayoría de los miembros de la sociedad. Más allá de los recientes aumentos en jubilaciones y programas sociales y la suba de los salarios producto del último tramo de las paritarias, de no mediar cambios en la política económica se trata de mejoras efímeras que, por un lado, no llegan a recuperar lo perdido anteriormente y, por el otro, se esfumarán a medida que la suba de precios vaya erosionando el poder de compra.

Volviendo a la falsa promesa del Macri candidato, la siempre brillante Revista Barcelona completó en uno de sus últimos números el textual implícito: “La inflación es lo más fácil de resolver, por eso lo estamos dejando para el final”. El problema es que mientras Macri en campaña sigue prometiendo cosas que no va a cumplir, la mayoría de los argentinos ve cómo empeoran sus condiciones de vida y cómo unos pocos que se benefician con este modelo económico festejan las políticas de un gobierno insensible, injusto e incapaz.

* Economista. Profesor UBA-FCE.


Hay que ocuparse

Por Rodrigo López *

Antes de ser eyectado del gobierno Alfonso Prat-Gay sentenció: “La inflación ya no es un tema de preocupación”. La prometida inflación del 25 por ciento terminó siendo de más de 40 por ciento. Un yerro cercano al 100 por ciento, quizá el más grande en la historia de los pronósticos económicos. Con igual candidez, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, declaró “el dólar salió de la tapa de los diarios y dejó de ser una preocupación”. Mientras tanto, los portales de noticias mostraban una nueva escalada de la divisa. Esa referencia zen se vio puesta en duda cuando el Banco Central tuvo que perder 1800 millones de dólares de reservas antes de las PASO.

Entre los paradigmas de política monetaria, “reglas” o “discreción”, la peor opción es decir que se opta por las reglas, para acto seguido violarlas con discreción (y sin discreción). Es lo que viene haciendo el BCRA. Dijo que no iba a intervenir en el mercado cambiario y perdió en un par de semanas el equivalente al nuevo préstamo del Banco Mundial. El tipo de cambio es libre hasta que el Central lo considere. A su vez, se puso una meta de inflación -con bandas, por las dudas-, pero igual la tiró a la tribuna. Nadie esperaba que la flecha diera en el centro, pero le erró a la diana. Ahora redobla la apuesta para el año que viene. El BCRA no es una kermes para jugar a los tres intentos.

En plena devaluación, quita de retenciones y tarifazo mandaron un apagón estadístico. Luego, a sabiendas que la inflación daría alta, dijeron que mejor era guiarse por la inflación núcleo. Ahora se dan cuenta que la núcleo les da peor. De forma ingenua pensaron que alcanzaba con podar los elementos pasajeros, pero estos terminan siendo incorporados en la siguiente ronda.

La semana pasada el titular del BCRA, Federico Sturzenegger, afirmó que no hay correlación entre el tipo de cambio y los precios. ¿Quién le hará el informe diario al presidente del Central? Es probable que la volatilidad que le metió este gobierno al dólar no capte el impacto completo en los precios, ya que son rígidos a la baja. Pero más allá de especulaciones econométricas, lo que hizo el gobierno es diluir la responsabilidad del dólar en la inflación a fuerza de tarifazos y desregulación de precios. Le puso competidores.

Dujovne dijo “los salarios le van a ganar por goleada a la inflación”, por eso quiere impulsar una reforma laboral y previsional, para bombear contra los trabajadores. Los jubilados ya están recibiendo aumentos por debajo de la inflación. En materia de ahorros, no hay leyes ni paritarias. Cuando la opción entre dólar o Lebac se puso caliente, el Gobierno creyó haber zafado por el resultado electoral. Se festeja que no haya explotado la bomba de Lebac alargando la mecha. La Justicia está contando los votos, y parece que en Buenos Aires no ganó el oficialismo, como se hizo creer aquel domingo. La maniobra podrá haber tenido un efímero impacto político, y sin duda tuvo uno sustancial en la renovación de Lebac del martes siguiente. Pero a los dos días el dólar comenzó a subir de nuevo. Cabe recordar que la corrida previa a los comicios se hizo sin contar con esos pesos que estaban encerrados en las Lebac. La picardía en el recuento de votos no será agradecida por el mercado si éste tomó una decisión financiera equivocada en base a información falsa.

Mientras tanto, un super lanzó los “Precios corajudos”. Fetichización donde los precios dejan de recibir un cuidado externo, o portar un atributo de su materia (la transparencia) para pasar a ser sujetos, a la postre valerosos. Si hay que tener coraje no debe ser muy bueno el escenario. Así como algunos bancos solitos se han puesto un cepo informal, los súper se ponen precios máximos. Al final no era tan mala la política económica del gobierno anterior. Más allá del engaño de un súper en el recuento de precios, lo que subyace es una privatizacion de la política distributiva. El estado ha renunciado a regular los precios. Mientras tanto, la Provincia incontable lanza una campaña de 50 por ciento off (dos días al mes), más propia de una promo comercial que de una política pública.

Las tensiones inflacionarias están intactas: el dólar con ánimo para seguir compitiendo con el Central; los tarifazos ya tienen cronogramas de acá a fin de año; el precio del petróleo acaba de ser liberado para 2018. La construcción asomó la nariz (por obras públicas electoralistas) y les estornudó el índice mayorista. De la inflación hay que ocuparse.

* CESO y Centro Cultural de la Cooperación.

Fuente. Pagina12

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