Jaque ¿mate? al negocio de peras y manzanas

Con exportaciones que perforaron los niveles en 4 décadas y un consumo interno que está en su máxima posibilidad actual, la fruticultura de pepita (peras y manzanas) parece no encontrar su piso y sigue cayendo en forma exponencial.

Muchos son los problemas que enfrenta la actividad, especialmente en el último quinquenio, aunque algunos retrotraen el principio de la debacle a 2007, cuando comenzó el retraso del dólar.

Esto, más el aumento de la producción mundial en distintos países, y los problemas climáticos (granizos y heladas) que en los últimos años golpearon a las principales plantaciones en Río Negro y Neuquén, conformaron un combo que la actividad no logró absorber.

De tal forma, con un panorama ya complicado, comenzó el último ciclo. Según el especialista Javier Lojo, «la crisis es multicausal», y menciona entre los principales aspectos la presión impositiva, el costo de una actividad mano de obra intensiva y el retraso cambiario de 10 años «que viene provocando una fuerte descapitalización». Pero a esto, que es común a todas las actividades productivas, se le agrega «la baja productividad», y «la regular calidad actual de la producción», en buena medida resultado de los puntos anteriores, que vienen acotando sensiblemente las inversiones.

También se podrían agregar los costos crecientes, la falta de financiación o los problemas para exportar a Brasil que, hasta no hace mucho, era el principal destino de la fruta argentina y, aunque decayó como comprador (entre otras cosas porque ahora ya produce 1,2 millón de toneladas de manzanas), se mantiene en alrededor del 30% del total anual.

De acuerdo con un informe realizado por CAME, «para dimensionar el problema, en cinco años se perdieron 4.000 hectáreas de superficie plantada (se estima además que hay otras 15.000 en estado de abandono), se perdieron 2 millones de jornales, las exportaciones cayeron un 36%, la producción se retrajo el 42%, y se estima que el sector se descapitalizó en más de u$s787 millones. Con estos números se posiciona con un fuerte déficit en capital de trabajo y sin recursos para invertir en tecnología».

Y este es, justamente, el círculo vicioso en el que está atrapada la fruticultura valletana: la falta de rentabilidad acota las posibilidades de inversión y esto afecta la calidad y cantidad de lo producido lo que acentúa, a su vez, la caída de la rentabilidad.

El dato de producción expresa cabalmente lo que sucede. Así, mientras en la Argentina se logran 34 toneladas por hectárea promedio de manzanas y 27 de peras, en Nueva Zelanda la cosecha promedio es de 49,5 y 43,4 respectivamente, y en Chile de 44 y 29.

La caída en tecnología afecta también la productividad en el resto de los eslabones, tanto en los empaques como en las plantas procesadoras y frigoríficos.

Así las cosas, y a pesar de que el Alto Valle está armado para exportar, hoy salen de allí apenas 400.000 toneladas (unas 300.000 de peras y apenas 90.000 de manzanas que tiene mucha más competencia internacional), mientras que Chile se acerca ya a las 800.000 toneladas de ventas al exterior.

Tomando estas cifras y considerando que el consumo interno (fresco) ronda las 230.000 y 110.000 toneladas de manzanas y de peras, y la industria procesadora lleva otro tanto, queda el claro el remanente que fue quedando en planta en los últimos años.

Tal manifestación de la crisis frutícola ameritó, finalmente, la declaración de Emergencia a fines del año pasado, la que se extiende por un año, y que representa la reprogramación de deudas por unos $600 millones, considerados casi «una aspirina» en el pasivo total. De hecho, CAFI propugnó incluir allí los pagos de seguridad social e impuestos, y otras deudas de empresas y productores con el fisco. Esto se pagaría a partir del año próximo con «tasas más acordes para la actividad». Sin embargo no son pocos los que consideran que no es suficiente para salir del pozo y volver al circuito productivo.

Para CAME, «la fruticultura es la principal ocupación económica en el Alto Valle de Río Negro y una de las más importantes también para la provincia de Neuquén. Por ahora, ni la eliminación del 5% en retenciones, ni los reintegros (devolución de impuestos de alrededor del 12%) ayudaron a mejorar la rentabilidad de la actividad. El aumento de los costos en dólares desde 2009 fue muy fuerte y se suma a la caída de los precios, poniendo al sector en jaque», dice la entidad de la mediana empresa (CAME).

De hecho, otro dato que pinta a pleno la situación es la estrepitosa caída en el precio de la tierra que hoy (sistematizada) se ubica en apenas u$s20-25.000 por hectárea, mientras que en Chile puede alcanzar hasta u$s250.000 debido, en parte, a su mayor productividad y renta.

De ahí que se necesite un programa integral que, en primer término, defina qué tipo y volumen de fruticultura quiere el país, tema que hasta ahora no parece estar en la agenda, al menos con la urgencia que se necesita. De acuerdo con esto, Lojo estima que es imprescindible diferenciar el grupo de productores (muchos pyme) que no tienen posibilidades, los que requieren un plan de reconversión total y acompañamiento. «Es un tema que se debe atender socialmente», dice el especialista.

El segundo grupo son los que pueden seguir adelante, y que necesitan financiación a largo plazo para la incorporación de tecnología, cambio de variedades, etc. y saneamiento de la actual situación, para lo cual puede haber, incluso, fondos internacionales.

Pero, mientras se espera que algo de esto suceda, la actividad en el Alto Valle sigue su cuesta abajo sin freno aparente.

Fuente: ámbito.com

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