De Narváez o el último round del massismo

La precandidatura presidencial de Sergio Massa tambalea. El «Operativo Garrochas» que imaginó hace dos años cuando triunfó sobre Martín Insaurralde en el principal distrito del país se dio, pero en un sentido inverso al que preveía: los intendentes que lo apoyaron en su momento vuelven de a uno en fila al Frente para la Victoria (FPV). El aparato mediático opositor, que lo ayudó en su batalla de medio término, con la misma enjundia que lo hizo sentir el niño mimado que ya podía embarcar en la «Interisleña» para tomar por asalto la Casa Rosada, hoy le reprocha que no se baje a sostener la «nueva alianza» que lleva a Mauricio Macri como candidato con el radicalismo conservador de soporte. Felipe Solá, Juan José Alvarez, Alberto Fernández, Darío Giusttozi, Gustavo Posse, José Eseverri, por citar sólo a algunos de los principales referentes del massismo victorioso del 2013, lo abandonan ahora sin culpa. Los mismos empresarios y banqueros que le juraron lealtad infinita lo traicionan delante de sus propias narices dividiendo sus preferencias entre Macri y Daniel Scioli. Su suegro, Fernando Galmarini, le regaló una declaración de esas que espantan adhesiones más que recogerlas («yo volvería a colgar el cuadro de Videla») y su principal (y, a esta altura, casi único) financista de porte y precandidato a gobernador en la provincia que aporta cuatro de cada diez votos nacionales, el ex dueño de Casa Tía, Francisco De Narváez, le acaba de obsequiar con un cajón incenciado a lo Herminio Iglesias desvaneciendo a golpes al nebuloso editor de una aún más nebulosa agencia de noticias que publicó una nota difamatoria sobre su nada interesante vida íntima.

Calculando el nivel de daño, convencidos como están de que Massa todavía puede retener un caudal de votos peronistas en la provincia que apuntalen el sueño macrista, Clarín y La Nación informaron del episodio (un verdadero escándalo) haciendo eje en el carácter «polémico» o «agraviante» del contenido de la nota publicada, un poco por solidaridad gremial (De Narváez es uno de los accionistas de América TV), otro tanto para justificar lo injustificable: que se le haya soltado la cadena de modo tan torpe, tan evidente y tan incomprensible.

No es el contenido de la nota lo que está en debate, por injuriosa que fuere, sino su reacción iracunda. Como ocurrió en el caso del semanario francés Charlie Hebdo, la ofensa desde un medio hacia algo que se considera sagrado o intocable, Mahoma o la vida privada de De Narváez, no concede ni habilita la posibilidad de agresión del supuesto ofendido hacia el presunto ofensor.

El ultraje al honor alegado para relativizar un ataque salvaje, en realidad, no es mayor al que soportan casi cotidianamente los políticos del espacio oficial, sin que por eso desmayen a golpes de puño a ninguno de los emisores de los infundios. La virtud de la templanza, en lugares tan inflamados de aseveraciones sostenidas en potenciales que rozan cuando no incursionan directamente en lo infamante, no debería ser reconocida ni destacada desde esta columna, salvo que ocurran sucesos violentos y vergonzosos como el que protagonizó De Narváez en la ciudad de La Plata. Por el que pidió disculpas, es cierto. Después de cometerlo.

No es lo mismo responder dialécticamente a lo que se considera una campaña difamatoria o una extorsión que hacer uso del matonaje y la agresión física. El diputado nacional (que cumple su tercer mandato en el Parlamento) De Narváez no puede ignorar la existencia de leyes que incluyen figuras reparatorias ante el agravio comprobado y la mala fe. Esa es la vía de resolución de conflictos en una democracia civilizada. Nunca el puñetazo a repetición.

La amplia y vigorosa libertad de expresión existente en la Argentina, la misma que De Narváez y sus socios muchas veces han puesto en duda, permite que circulen libros que avanzan fantasiosamente sobre la intimidad de la propia presidenta, médicos opinólogos que diagnostican por TV los síndromes que la aquejarían, titulares que atribuyen cuenta falsas en el exterior de su hijo, crónicas que descubren fantasmales departamentos en Nueva York a nombre de su hija, notas que endilgan prácticas corruptas indemostrables a su marido muerto, entre otras bajezas parecidas, pero ni a los funcionarios de gobierno se les ocurriría golpear a sus autores, ni a la sociedad tolerar que la ley de la selva impere con anuencia generalizada.

Lo de De Narváez atravesó un límite serio. Es un asunto sumamente delicado que recibió un tratamiento casi naif. Es un diputado, es accionista de un medio de comunicación masivo, es el candidato a gobernador bonaerense del Frente Renovador, una de las tres fuerzas con alguna posibilidad de gobernar el país. Según las versiones del hecho dentro de la agencia NOVA, convalidadas por los protagonistas, o no consiguió dominar su instinto o, peor aún, tuvo casi una hora para pensar si cometía la agresión o desistía, e igual decidió llevarla adelante. Si no pudo autocontrolarse, es decir, si actuó bajo emoción violenta, quizá algún tribunal accedería a rebajarle la pena, después de ordenarle un tratamiento psicológico. Si, en cambio, lo pensó dos o tres veces y atravesó el límite a conciencia, con premeditación, habiéndose imaginado cuál sería el resultado, De Narvaéz supera la categoría de persona violenta para transformarse en un individuo peligroso, mucho más cuando pretende terciar en la pelea como estadista provincial.

Su inmensa capacidad económica para financiar campañas propias y ajenas no lo puede instalar por encima de las leyes. Como inversor en medios, que producen rating y generan opinión muchas veces manipulando y mercantilizando la vida privada de los otros, no puede pretextar en su favor que se sintió extorsionado o ultrajado por un libelo para hacer lo que hizo. Su ofensa, como la de tantos, sería explicable. Su golpiza sangrienta, de ninguna manera.

Aún dando por válido que no logró manejar sus impulsos, el caso no pierde gravedad. La incrementa. Un político es, en esencia, un articulador de intereses controvertidos. ¿Qué pasaría el día de mañana si tiene que resolver un pleito con los docentes provinciales que reclaman por salarios? ¿Cuál de los dos De Narváez sería menos peligroso: el que por impulso podría mandarlos a reprimir o el que, deliberadamente, planificaría el castigo a sus detractores? ¿El que se deja llevar por su temperamento? ¿O el que aplicaría fríamente su lógica de mortificación por mano propia? De sólo pensarlo, da miedo.

La agencia de noticias NOVA, a cargo de Mario Casalongue, el agredido por De Narváez, funciona en los hechos como una plataforma habitual de operaciones cruzadas de políticos del Conurbano que se tiran con todo entre sí. No hay político bonaerense que no se altere por sus niveles de virulencia escatológica y, un poco por morbo, otro tanto por utilitarismo, goza de iguales índices de mala reputación y buena audiencia. Hace poco, desde ese sitio se realizó una campaña de demolición apelando a presuntas cuestiones de índole privada sobre uno de los precandidatos a gobernador del FPV que se bajó luego del «baño de humildad» que ordenó Cristina Kirchner. El candidato en cuestión dejaba trascender su furia por lo bajo en cuanta entrevista pudiera, aunque jamás la emprendió a puñetazos contra Casalongue. Como se ve, «el método De Narváez de resolución de conflictos» no es el único. No cualquiera haría lo mismo en su lugar: también existe el respeto por las más elementales normas de convivencia, aún con los que hacen un uso deplorable del derecho a la libertad de expresión.

El caso De Narváez deja algunas preguntas formuladas. ¿Activarán sus pares el mecanismo para despojarlo de sus fueros parlamentarios? ¿Le pedirá Sergio Massa que renuncie a su precandidatura? ¿Se reunirá la Comisión de Libertad de Expresión? ¿De qué lado de «la grieta» quedará el episodio? ¿Massa le pedirá explicaciones públicas a su precandidato a gobernador bonaerense por atacar físicmente al autor de un texto que lo disgustaba?

Si todo este episodio lamentable se cierra con el leve pedido de disculpas por Twitter que hizo De Narváez, será un retroceso. La hipocresía habrá ganado. Esta vez, a los golpes. Eso se llama impunidad.

Volviendo a Massa, que esta semana anduvo haciendo campaña con un Código Penal en la mano como si fuera «la Biblia» (así lo presentó), es razonable que vaya a los canales sin el gesto triunfal que lo caracterizaba y lo haya trocado por un rostro severo. Ultimamente, son todas malas noticias para él. Macri lo desairó. Sus leales lo traicionan. Su tropa se dispersa. Su suegro habla de Videla contra los Kirchner. Su candidato y financista se descontrola. Su aliado José Manuel De la Sota trama en sordina con Adolfo Rodríguez Saá una ingeniería electoral competitiva para derrotarlo en las PASO que acordaron. Sus diarios le piden los votos para otro presidenciable apoyado por La Embajada, que hasta no hace mucho era amiga. Y los incondicionales que le quedan son Graciela Camaño y Luis Barrionuevo, este último, con raros y alarmantes elogios de último momento al líder del PRO.

La suma de potenciales electores que los intendentes del FR retornados al FPV arrastran en su fuga supera el millón y medio de votantes. La sangría parece imparable. Esto inquieta al massimo, o a lo que va quedando de él, pero tampoco tranquiliza demasiado al oficialismo. El escenario con Massa presidenciable es uno y es otro sin él. Aunque tampoco es seguro que, lesionada definitivamente la candidatura del diputado de Tigre, todos esos votos vayan en caravana hacia Macri.

Eso, por ahora, sólo lo cree el círculo que rodea al líder del PRO, que se entusiasma con la idea de unificar detrás de sí a todo el antikirchnerismo. Mientras presionan a Massa para que baje a la gobernación, calzando así en la estrategia diseñada por Héctor Magnetto y la AEA, los operadores macristas hacen cálculos donde suman de modo automático los votos que Massa recogió en la provincia en 2013.

Se equivocan feo. No es lo mismo una elección de medio término que una presidencial. No es igual elegir a alguien para legislar o controlar que para gobernar. El macrismo supone que la sociedad va a decidir entre dos polos: la continuidad o el cambio. Y se convence y trata de convencer a los demás de que su propuesta, la del cambio, es la que va a imponerse.

Es una lectura de la realidad, no el destino. Cambio puede ser sinónimo de peripecia o aventura cuando el escenario general, sobre todo el económico, devuelve una imagen general más o menos estable. Entre la peripecia y la gobernabilidad, no es alocado pensar que la gran mayoría vaya a inclinarse por mantener lo segundo.

Las múltiples oposiciones que hoy discuten si van juntas o separadas a meses de los comicios deberían leer con detenimiento lo que ocurrió en el Chaco. Fueron todos amontonados, como en Mendoza, pero el FPV les sacó 20 puntos porcentuales de diferencia. La sociedad chaqueña no eligió la peripecia. Optó por la gobernabilidad. Proyectar eso mismo a la puja nacional puede sonar a apresuramiento. Pero es cierto que en todas las elecciones que se hicieron, salvo en Capital Federal, la «nueva Alianza» no sólo no logró sacarle una ventaja sustantiva al FPV, sino que en varias (Neuquén, Salta, Chaco) los números la mostraron por detrás, y bastante lejos.

Todo indica que las oposiciones en danza atraviesan problemas (egolatría excesiva de sus dirigentes, apelaciones a cambios radicales, incapacidad para sintetizar propuestas, regionalismo abusivo de sus referentes) que el oficialismo parece tener resueltos de cara a lo que viene.

No es un panorama cristalizado, claro está. La dinámica de los acontecimientos va a jugar su papel en todo esto. Pero la relativa tranquilidad que se advierte en los círculos del kirchnerismo contrasta con el nerviosismo opositor.

Las trompadas de De Narváez son el reflejo de la impotencia política.

Fuente: Infonews

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